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CRÍTICA | CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Ontología

La legendaria pianista Martha Argerich se lleva a su terreno al refinado Cuarteto Quiroga

MARTHA ARGERICH & CUARTETO QUIROGA

Obras de Bach, Brahms y Schumann. Concierto Extraordinario del Liceo de Cámara XXI. Centro Nacional de Difusión Musical. Auditorio Nacional, 6 de octubre.

Todos sabemos dónde están Las Meninas o el Guernica, pero no se puede decir lo mismo de las obras musicales. Suele pensarse que la Partita nº 2 BWV 826, de Bach, está depositada en su primera edición de 1727 o que el Quinteto con piano op. 44, de Schumann, reside en el autógrafo del compositor conservado en Bonn. Pero no es verdad. En música no existe original. Y sus creaciones tan solo se materializan durante su realización sonora. No son textos sino acontecimientos. Esta premisa ontológica pocas veces se puede comprobar con más claridad que escuchando en vivo a Martha Argerich (Buenos Aires, 1941). Tal es su capacidad para encarnar la música que toca. La legendaria pianista, que se prodiga muy poco en solitario en un escenario, ofreció en compañía del Cuarteto Quiroga un concierto extraordinario que ha servido como pórtico al Liceo de Cámara XXI en el Auditorio Nacional de Madrid. Un verdadero hito para el cuarteto español que forma parte de una pequeña gira ibérica iniciada en Barcelona y que terminó ayer viernes en Lisboa.

El comienzo del concierto madrileño tuvo el ingrediente caótico necesario para hacerlo inolvidable. Argerich salió a escena antes de lo esperado y con el público todavía acomodándose. Se dirigió con semblante nervioso al instrumento y atacó los acordes de la obertura francesa que abren la Partita de Bach. Enseguida comenzó a desplegar esa personal combinación de articulación napolitana y fraseo vienés. Primero dominio; después seducción. Riesgo, audacia y victoria final. Su versión fue como un tapiz donde tejió los seis movimientos uno a continuación del otro. Sobresalió la sarabande convertida en un oasis donde la intimidad expresiva no alteró un ápice la precisión del tempo. Como si tocase en privado para cada uno de los presentes en la sala.

A continuación el Cuarteto Quiroga cambió de tercio con su versión del Cuarteto nº 1 Op. 51/1, de Brahms. Lo convirtieron en un refinado estudio de texturas y sonoridades que revelan su ideal condición de puente entre Beethoven y la Segunda Escuela de Viena. Frescura y madurez, aunque también cierta distensión y acartonamiento expresivo. La distancia estética de los dos planteamientos hacía presagiar una interesante confrontación en la segunda parte. Y lo fue. En el Quinteto con piano de Schumann se vio más claramente esa combinación de cabeza y corazón del cuarteto español, pero también el papel de concatenación intelectual que ejerce el violinista Cibrán Sierra. Argerich se los llevó a su terreno y ellos (jóvenes) se dejaron hacer. Adaptaron su planteamiento a otro más arriesgado y tenso de la pianista argentina. Quedó muy claro en la repetición del scherzo como propina. Toda una lección de ontología.

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