“Este proyecto ha sido una senda de riesgo y experimentación”
Más de seis décadas después de su estreno, la 'Escuadra hacia la muerte' de Alfonso Sastre vuelve al María Guerrero bajo la dirección de Paco Azorín
La sala casi llena, la temperatura perfecta en un otoño que empieza a ser otoño y la expectativa de ver a la escuadra sobre el mismo escenario al que se subió por primera vez en el 53. En la entrada, una mujer enfundada en perlas pregunta a su marido si la habían visto ya. “No, Luisa, desde que se estrenó solo se volvió a hacer a finales de los 80, y que yo sepa ni tú ni yo la vimos”. Con dirección de Antonio Malonda, en 1989, estuvo en el Teatro Real Coliseo de Carlos III, en El Escorial. Entremedias mucho amateur y universitario, pero ningún gran estreno. El obvio interés acabó en un aplauso frío.
Hablaba días antes Paco Azorín (Yecla, 1974), el director de esta Escuadra hacia la muerte, de lo simbólico de esa vuelta a casa y de la contemporaneidad de un texto que su autor, Alfonso Sastre (Madrid, 1926), todavía está a tiempo de revisar. “¿Pero es que el autor está vivo?”, se sorprendía la mujer perlada. Lo está, y hora y media después, a la salida, más de uno se preguntó si habría visto la adaptación y qué pensaría de ella.
'Escuadra hacia la muerte'
Texto: Alfonso Sastre.
Versión y dirección: Paco Azorín.
Intérpretes: Jan Cornet, Iván Hermes, Carlos Martos, Agus Ruiz, Unax Ugalde y Julian Villagrán.
La obra de Sastre estará hasta el 27 de noviembre en el Teatro María Guerrero de Madrid, de martes a domingo.
Azorín cuenta que los cambios han sido mínimos: “Justo para que el público pueda recibirlo como si se hubiese escrito anoche, porque el lenguaje, claro está, es hijo de su tiempo. Ha habido una actualización de ese lenguaje y una eliminación de elementos costumbristas de la época, como fumar o jugar a las cartas”. Ese libreto, que habla del miedo, de la desesperanza y la esperanza, de la reacción frente a la incertidumbre, puede encajarse en cualquier momento de la historia; todos esos miedos, esperanzas y desesperanzas, la reacción frente a la incertidumbre, han estado y estarán.
Un pelotón enviado a una cabaña como avanzadilla en una hipotética tercera guerra mundial es la base sobre la que se levanta una historia con seis personajes, el cabo Gobán y cinco soldados sin espíritu militar. En la versión de Azorín, un búnker con dos alturas adornado con música en directo, pantallas y poesía brechtiana “como propuesta dentro de la textura teatral” ensamblada en las pausas. Para ese momento, al finalizar el primero de los cuadros, un hombre delante cabeceaba cada dos minutos.
El director asegura haberse centrado en el discurso para que el vacío existencial de los personajes llegue en toda su intensidad: “Tengo la sensación de haber limpiado el polvo que el paso de los años ha puesto al texto”. Leyó la obra cuando aún no había cumplido los 12: “¿Qué les pasa a esos tipos en un lugar del que no pueden salir, de dónde vienen, dónde van después, de qué tienen miedo? Recuerdo el impacto de todas aquellas preguntas que me hice en su momento”.Y las llevó a una reinterpretación cocinada en su mayor parte a partir de los ensayos.
“Ha sido una senda de riesgo, experimentación y juego muy interesante que me ha llevado más lejos de lo que yo hubiese soñado en mi estudio”. Afirma haberse liberado de esos miedos de los que habla en la pieza, los que paralizan y acomplejan, y apostar por la esperanza más allá de la tragedia. “He querido interpretarlo desde ese rayo y eso ha supuesto que el montaje se sitúe en un momento de cambio". Cita a Bertolt Brecht, aquello de que la crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer.
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