La irresistible seducción de las sirenas
¿Qué cuenta la música? ¿Qué dice, qué narra? Según Stravinsky, nada, y en el siglo XX son legión los que han pensado lo mismo. Y, sin embargo…
El concierto inaugural del CNDM (Centro nacional de difusión musical) en el siempre reconfortante Auditorio 400, del Museo Reina Sofía, se ha situado en el plano de la música narrativa, quién dijo miedo. Dos cuartetos del húngaro Peter Eötvös eran el plato fuerte. Pero el acompañamiento era terrible como comparación: el Cuarteto de cuerda nº 2, de Janáček, conocido como “Cartas íntimas”.
Cuarteto Calder y Audrey Luna, soprano
Obras de Peter Eötvös y Leoš Janáček. CNDM (Centro nacional de difusión musical). Series 20/21. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Auditorio 400. Lunes, 3 de octubre.
Peter Eötvös (Transilvania, 1944) es quizá el último de los grandes de la música europea, y máximo representante de la escuela húngara, junto al superviviente Gyorgy Kurtag. Eötvös, director y compositor, parece cada vez más centrado en la creación y, en especial, sus óperas han marcado una huella duradera. Pero había que oírle en dos de sus cuartetos de cuerda autoproclamados casi como óperas. Korrespondenz (1992) pretende describir algo del diálogo epistolar entre Mozart y su padre. A modo de clave, la viola hace el papel de Mozart y el violonchelo, el de padre. Es una sugerencia interesante, pero la textura musical de lo que, en el fondo, es un cuarteto de cuerda refleja indecisiones estilísticas que debilitan la obra. La segunda parte del concierto se reservaba al estreno, en una bien tupida coproducción, del Ciclo sirenas, cuarteto de cuerda, claro, pero firmemente apoyado en la presencia de una soprano. Y aquí Peter Eötvös encuentra al narrador que siempre quiere ser y brinda una obra excepcional. Sobre textos de Joyce, Homero y Kafka, la soprano trenza su bien cuidada articulación lírica al cuarteto de cuerda hasta producir algo que es mucho más que la suma de las partes. Emociona ver a un compositor por encima de los setenta años crecer así. Eötvös es un extraordinario músico, sin contestación posible, pero ha afinado su voz personal a partir de la narrativa, bonita paradoja para entrar en el siglo XXI.
El éxito alcanzado no es ajeno a las prestaciones del Cuarteto americano Calder y, especialmente, a la increíble soprano Audrey Luna, que ha hecho olvidar a la legendaria Barbara Hannigan, que se apeó del cartel por razones personales. Luna canta con una seguridad en la afinación y un empaste en casi cualquier zona de su registro que deslumbran y encima es coloratura, aunque en esta obra no lo precise mucho. En suma, noche mágica para quien supo apreciar estos regalos de la producción contemporánea.
Al Cuarteto Calder le quedaba además lidiar con la pieza de repertorio del programa: esas Cartas íntimas (1928) en las que el viejo Janáček, a punto de morir, evocaba su exaltación amorosa con su amada epistolar: Kamila Stöslova. Obra bien conocida ese Cuarteto nº 2 del checo que los músicos californianos abordaron con entusiasmo y, por momentos, con mucho brillo, pese a dejar un regusto a “sonido internacional”. En todo caso, dentro del contexto de este concierto y con la sonoridad cálida y limpia que proporciona el Auditorio 400, todo sonó a gloria.
Babelia
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