El caballero de la rosa de los vientos
Álvaro Pombo es toda una meteorología, un día lo sorprenderás bonancible, otro borrascoso, pero siempre imprevisible, sabio y divertido
Este escritor con aire de hidalgo un poco tronado luce por fuera un cuerpo destartalado sumamente estético como si transportara con gran elegancia los escombros de sí mismo, pero por dentro Álvaro Pombo es toda una meteorología, puesto que en su cerebro parece girar enloquecida a cualquier hora toda la rosa de los vientos y así un día lo sorprenderás bonancible, otro borrascoso, unas veces lloviendo y otras tronando, según como le vengan las propias isobaras, pero siempre imprevisible, sabio y divertido.
Ser un Pombo en Santander es algo muy sólido, muy serio. Solo al verlo uno apostaría a que ha nacido en casa blasonada. En las ramas de su árbol genealógico cuelgan algunos seres muy sabrosos de la aristocracia cántabra, apellidos Ybarra, García de los Rios y Botín, de sonoridad muy metálica por ambos lados. Con esas raíces uno puede permitirse cualquier cosa, tener razón o no tenerla, ser poeta, novelista, político, activista, incluso nada, porque a estas alturas de la cultura uno demuestra de dónde viene por la forma de dar la mano, de ofrecerte asiento y de cruzar las piernas.
Puede que en Santander donde nació en 1939 Álvaro Pombo haya dejado atrás un palacete con un león rampante en el escudo, pero, sin duda, será menos interesante que la abarrotada madriguera de su piso de Madrid donde ahora vive, duerme y trabaja. Aunque la casa es amplia, solo un cuarto se ve devastado por la intensa palpitación humana de los días y las horas del escritor. Una cama alta en un rincón con las paredes llenas de reproducciones de barcos de vela, paquebotes, bergantines y goletas, que tal vez le llevan a una memoria de negreros, piratas e indianos, de antepasados que comerciaron maderas y café con las Antillas. A los pies de la cama tiene el televisor de plasma entre un ramaje de plantas de interior que se suman a las de la terraza, una poblada floresta, en la que se echa de menos un paraguayo que suelte una blasfemia de vez en cuando. Pombo conoce y acaricia las plantas de su jardín una a una y las llama por sus nombres, aquí el espliego, aquí el ficus, aquí el jazminero. A tres pasos de su lecho hay unas butacas de caballero antiguo muy fatigadas junto a la mesa de trabajo con el ordenador ahogado de libros, papeles y carpetas, todo con un aire subacuático, como la cueva del mero, en la que uno se pasaría el día buceando sin dejar de escuchar las cosas insospechadas que emite con imprevisible gracia este señor de los anillos.
Sentados frente a frente uno podría hablar con el escritor sobre el Tractatus logico-philosophicus de Ludwig Wittgenstein, pero, sin saber por qué, sale a relucir en la conversación el tratado del arroz como vehículo de sabores, que da pie a explicarle por mi parte al insigne escritor la receta de la paella de cefalópodos. Le digo que a la hora de guisar una paella de esta clase debe tener en cuenta que la sepia recibe sabores pero no los da; en cambio, el calamar los da, pero no los recibe. Álvaro Pombo atiende esta explicación, que suena a escolástica, con un interés extraordinario como si en ello le fuera la vida. Queda callado, se rasca una oreja, rumia lo que ha oído y dentro de su cerebro comienza a girar la rosa de los vientos.
Álvaro Pombo estudió Filosofía y Letras en la Universidad Complutense de Madrid y algunas turbulencias sentimentales de juventud le llevaron a buscar exilio intelectual en Londres donde pudo barrer calles pero también se hizo Bachelor of Arts en el Birkbeck College. Demoró su estadía unos diez años en Inglaterra para acabar de poseer ese toque británico, excéntrico y curado de espanto; después se dio una mano de pulimento en París, que le dejó libre para manifestar públicamente su homosexualidad, libre para expresar sin complejos su opinión política según los vientos ábregos o secos, libre para reírse de sí mismo ante el espejo del ascensor cuando camino de la Real Academia se ve vestido de uniforme y se cree disfrazado del anuncio de Sidra El Gaitero.
Pasiones intrincadas
Al volver a España ya era un poeta revelado pero en la patria, recién llegado, comenzó a publicar novelas de pasiones intrincadas y a ganar prestigio singular entre sus fieles más allá de los laureles con que ha sido coronado, con el cheque aparte, aunque parece seguro que Pombo prefiere los laureles para el estofado.
He aquí a un escritor cuya personalidad trasciende la literatura hasta el punto de que su mejor libro para el lector es el propio Álvaro Pombo de carne y hueso. Dondequiera que esté este personaje hace corrillo, en un banquete pueden reclamarlo de tres mesas a la vez porque su humor disolvente, culto y disparatado será, sin duda, el mejor manjar.
Si ves pasar por las calles de Madrid a un hidalgo en bicicleta con manillar de cabra, ese es Álvaro Pombo, aunque cada día la tiene más arrumbada en un pasillo después de haber ganado con ella muchas veces el premio de la montaña. La montaña de sí mismo, se entiende, que es la más escarpada.
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