Javier Jiménez: “Madrid me ha cambiado la vida”
El torero sevillano vuelve a la Maestranza tras su salida por la puerta grande de Las Ventas
Tras una sonora carrera novilleril, junto a su hermano Borja, y ambos bajo la protección amistosa de Espartaco, Javier Jiménez (Espartinas, Sevilla, 1990) tomó la alternativa en la Feria de Abril de 2014 y conoció de primera mano los rigores de la profesión torera. A pesar de la buena imagen proyectada en la Maestranza, su sueño quedó difuminado por la dificultad de un sistema poco receptivo a ofrecer oportunidades a los nuevos valores.
Así, hasta el pasado 21 de agosto, cuando su disposición y buenas maneras se fundieron con dos excelentes toros de Antonio Bañuelos en la plaza de Las Ventas, cortó dos orejas y salió a hombros por la puerta grande. La vida profesional le cambio por completo en el curso de un par de horas y uno de los frutos de aquel triunfo es que ahora ocupa el tercer puesto que quedaba por designar del primer cartel de la Feria de San Miguel de Sevilla, junto a Morante y Paco Ureña.
El torero está feliz, y se le nota. Solo ha toreado nueve corridas en la presente temporada, pero lo acepta de buen talante y convencido de que su sino cambió de signo el día que divisó la calle Alcalá desde las alturas.
“Me siento muy ilusionado y con muchas ganas de disfrutar”, proclama de entrada cuando se refiere a su próximo compromiso. “Volver a Sevilla es un premio a mi temporada, corta en festejos, pero intensa en buenas sensaciones”.
“Soy consciente de que hay que cortar las orejas para firmar más contratos”, insiste; “por esa razón, tras el triunfo de Madrid he toreado más de lo que creía, en carteles muy rematados y acompañado por figuras”.
Pero Jiménez no olvida la dificultad que ha vivido en su corta etapa como matador de toros. “Todos sabemos los problemas que plantea esta profesión a los que empiezan”, añade; “bueno, en realidad ocurre en cualquier carrera. El toreo es difícil y fácil a un tiempo. Hay que alcanzar triunfos en plazas importantes para que se abran las puertas”.
Y Javier Jiménez lo consiguió en el verano madrileño.
“Madrid me ha cambiado por completo la vida profesional”, confiesa con una sonrisa de enorme satisfacción. “Hasta entonces, -añade-, ofrecía una buena impresión como torero, pero esa no es razón suficiente a la hora de los contratos. Estuve bien en Sevilla y Pamplona, pero fallé con la espada; en fin, que puedes contar con el apoyo de los aficionados y el reconocimiento de los profesionales, pero no con el de las empresas. Creo que esa percepción ha cambiado tras el triunfo en Las Ventas, y espero obtener la recompensa la temporada que viene”.
Asegura que la paciencia debe ser una virtud de los toreros y él tiene un ejemplo cercano. “El maestro Espartaco tardó seis años en alcanzar la consideración como figura; por eso, solo pienso en disfrutar. Hago lo que me gusta y me siento tranquilo y feliz”.
Dice que ya está recuperado de la tremebunda paliza que sufrió en los Sanfermines a manos de un toro de Cebada Gago y que le produjo fractura de la apófisis de tres vértebras cervicales. “Cuando realizo un esfuerzo importante, siento molestias en la espalda, pero no me impiden hacer una vida normal, y me aseguran los médicos que desaparecerán con el tiempo”.
Y tiempo es lo que necesita para acabar la carrera de Derecho. “La tengo olvidada porque mi vida se va complicando cada vez más con el toreo. Me quedan siete u ocho asignaturas, las más difíciles, y estoy decidido a aprobarlas, pero no puedo dar una fecha”.
De momento, su cabeza la tiene en Sevilla y Zaragoza, donde deberá afrontar los dos últimos compromisos de la temporada. “Son dos tardes para escañar peldaños y alcanzar la meta que persigo”.
Un doble objetivo que pasa por aumentar el número de festejos y perfeccionar su tauromaquia: “El toreo es un sentimiento, -finaliza-, y hay que saber conjugar el poderío frente al toro, con la profundidad, la estética y la emoción”.
Babelia
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