El juglar Depedro
Las raíces africanas del músico madrileño juegan un papel importante en su nuevo disco, 'El pasajero'
El desayuno es la comida más importante del día, dicen. Sin pretender meternos en cuestiones nutricionales, para Jairo Zavala, Depedro, en cierto modo sí que lo fue. Era ese momento en el que su madre le ponía el disco de Lamine Konté, un griot senegalés. Los griots son los juglares africanos, los encargados de transmitir la tradición oral. La búsqueda de este trovador sirvió a Depedro como inspiración para terminar de componer su cuarto disco, que sale ahora a la venta. El pasajero dibuja el recorrido de aquel que viaja sin ser protagonista, del que tiene tiempo a empaparse de las historias de los demás.
Han pasado tres años desde su último trabajo en solitario, pero lo de hacer un parón entre proyectos no es lo suyo. "Llevo 23 años de gira, para mí es un estado natural", comenta. Hace año y medio, su amiga Paloma Zapata le propuso participar en un documental sobre la música africana. Al artista se le ocurrió entonces seguir los pasos del griot a través de un recorrido musical por Senegal. El proyecto, titulado Casamance, Soundtrack of a Journey, verá la luz a finales de año. "En ese momento yo sentía que no tenía capacidad para terminar de componer las canciones del nuevo disco. Este documental me abrió las puertas para terminar de escribirlas". África es una parte importante de su nueva criatura y le ha permitido explorar sus raíces. Su familia residió durante 15 años en Guinea.
Sus canciones suenan a otra época. Los coros de Acuérdate, por ejemplo, trasladan al oyente automáticamente a los cincuenta. "Todos los temas tienen el mismo calor, es como un abrazo", explica. Depedro ha grabado el disco en analógico, no por rebeldía ante la tecnología, sino por una cuestión conceptual. "Ahora todo el mundo es fotógrafo gracias a las aplicaciones de los móviles, pero eso no te convierte en uno real. Con el sistema analógico tienes que tocar de verdad. Prueba y error. Quería que las canciones quedaran registradas con ese timbre general".
Este disco se grabó en dos semanas de invierno en Tucson (Arizona), su tercera casa desde que hace ocho años comenzara a colaborar con Caléxico. En esta ocasión ha sido la banda norteamericana la que le ha acompañado en su proyecto. "Cuando trabajas con un grupo así abres tus horizontes, descubres cosas que llevas ya contigo pero que no te atreves a sacar por tus propios complejos". Incluso la filarmónica de la ciudad ha prestado sus cuerdas al álbum. Sus otros dos hogares son Aluche, su barrio, y la sierra, adonde se ha trasladado con su familia numerosa. La gira de presentación de este álbum le hará recorrer gran parte del mapa español hasta enero.
El folk americano ("yo entiendo América desde Alaska hasta Tierra de fuego", aclara) inunda sus composiciones. De hecho es la fronteriza canción Panamericana, la que da la bienvenida al álbum. Junto a Bunbury, explora México en DF. "Él ha sido un buscador de esas esencias latinoamericanas y ha trabajado esos colores, por eso se sentía identificado con esa canción". Con La casa de sal, el autor regresa a la infancia, porque asegura que la nostalgia es un sentimiento que le reconforta.
Insiste en que no hay que buscar un cocepto que unifique el disco, que este álbum está hecho a base de retazos de sus experiencias. "Simplemente hago canciones de la manera que cero que van a emocionar".
Babelia
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