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Se busca: canción que camine sola hasta el Himalaya

El cantautor Jairo Zavala se enfrenta a un año como una montaña: tiene que ir de gira con varios grupos, componer su nuevo disco...

Jairo Zavala ha huido a la sierra de Madrid, ese territorio de nadie. A un tiro de asfalto de la gran ciudad, al alcance todavía de las hordas de domingueros y, sin embargo, en otro mundo. A Zavala, conocido como Depedro, le gustan las fronteras. No como línea de separación (las ha cruzado mil veces en solitario y como integrante del grupo Calexico), sino como espacio de encuentro. Su música, se ha dicho mil veces también, suena a Tarantino arrumbao, a folk de raíces carabancheleras, a los atardeceres de western de La Mancha.

Su música, se ha dicho mil veces, suena a Tarantino arrumbao, a folk de raíces carabancheleras, a los atardeceres de western de La Mancha

Nada que pudiera mamar en Aluche, el barrio que le vio crecer, tan lejos de los cowboys solitarios. O sí. “Mi abuela cantaba habaneras, boleros… Cualquier cosa. Ella creció en un ambiente en el que las grabaciones no existían. Si te gustaba la música, tenías que estar despierto para aprenderla en el momento. Tenía una memoria prodigiosa y sabía mil canciones. A mí me sorprendía la cantidad de colores que salían por esa boca”, cuenta por teléfono, resistiéndose a abandonar el fresco paraíso de la sierra.

Tendrá que hacerlo. El 7 de julio volvió a reunirse con Calexico, la banda de folk estadounidense que le adoptó como guitarrista hace ocho años y con la que recorre el mundo desde entonces. Le espera gira por las llanuras de Estados Unidos y los montes europeos (parada en el Sonorama de Aranda del Duero incluida) hasta noviembre. Su manager y cómplice inseparable desde los tiempos del grupo Vacazul, Javi Vacas, advierte de que no volverá a estar disponible hasta otoño de 2016. Le espera, entre aviones y autobuses, la grabación del próximo trabajo de Depedro tras La increíble historia de un hombre bueno en 2013.

Cuando vas creciendo, te das cuenta del esfuerzo titánico que ha hecho mucha gente para que estés aquí

Es un “Himalaya” del que ya empieza a “ver la luz”. El trabajo de composición, cuenta, no se parece en nada a esa imagen romántica en la que el artista es visitado mágicamente por las musas: “Ojalá vinieran todos los días a mi puerta, pero qué va. Ese proceso creativo, en mi caso no viene dado por una varita mágica”. Se le oye sonreír cuando cuenta que, pese a todo, acaba de llegar un nuevo retoño musical a la casa. “A veces hay una canción que camina sola y es como un ovillo de lana, que se hace fácil. Pero la mayor parte de las veces es una hormiguita que camina con una piedra enorme”. Esta vez ha sido de las de hormiguero.

¿Si este trabajo es duro? Vete a la valla de Melilla, o a trabajar en la obra o en una cocina cobrando 700 euros. Esto no es duro, esto es maravilloso

Como todo en su carrera musical, en realidad. No es capaz de localizar el instante en que empezó a despuntar, ni siquiera de recordar un golpe de suerte o un buen augurio. “La gente piensa que un día de repente viene una luz que te ilumina, y a partir de ahora eres músico. No es así. Esto es de muy poquito en muy poquito, y así ha sido mi caso. Podría hacer genealogía y buscar en qué momento pude pagar el pan de la música, pero hace tanto...”, explica. Diplomarse como autodidacta, combinar varios grupos, rondar los bares como acompañamiento, formar Vacazul, entrar en la banda de El club de la comedia (era aquel músico de rastas), tocar como guitarrista de Amparanoia, Calexico (a quienes conoció a través de ella). Y finalmente, Depedro en 2008.

Como buena hormiga, es defensor del resto de “currantes” de la industria. Se entrega a las colaboraciones (“Tengo un amigo que decía que los buenos músicos copian y los genios roban”) y se acuerda particularmente de “gente que no siendo músicos apuesta su energía y su trabajo para montar una sala, el promotor local… Cuando vas creciendo, te das cuenta del esfuerzo titánico que ha hecho mucha gente para que yo esté aquí”. Por ejemplo, aquel fan que empleó todos sus ahorros en financiar un disco de Vacazul. No son solo palabras. “Seguimos siendo grandes amigos”, dice, enternecido.

A veces hay una canción que camina sola y es como un ovillo de lana, que se hace fácil. Pero la mayor parte de las veces es una hormiguita que camina con una piedra enorme

Y relativiza: “¿Si este trabajo es duro? Vete a la valla de Melilla, o a trabajar en la obra o en una cocina cobrando 700 euros. Esto no es duro, esto es maravilloso”. Por eso no le ha costado mantener claras sus prioridades. No sueña con llenar estadios, ni con tener casa en la playa. Le basta con seguir tocando, seguir pudiendo decir que las cuerdas de la guitarra y las vocales pagan su factura de la luz. “La música es importante, pero la vida es más importante que la profesión. Lo tengo muy claro e intento ponerlo en práctica en el día a día”, asegura. Su voz se torna seria. En los próximos meses volverá a estar en la carretera, lejos de su familia y de la sierra. ¿No hay vacaciones? Ahí su voz se ilumina de nuevo: “Claro, tengo una familia”. Y nombra, entusiasmado, sus diez días libres en agosto. Se excusa, ante la sorpresa de la periodista. “Ya… Es que no puedo estar parado”

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