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Entrega sin recompensa de la terna ante toros de Lagunajanda en Madrid

Eduardo Gallo, Iván Vicente y Esaú Fernández quedaron en la frontera del triunfo

El diestro Eduardo Gallo protagonizó una actuación de oficio y mucho temple en Las Ventas, ante una corrida muy justa de todo de Lagunajanda, con la que destacó también la torería a cuentagotas de Iván Vicente y la entrega de Esaú Fernández.

Con algo más de un cuarto de entrada, se lidiaron toros de Lagunajanda, bien presentados, nobles, dóciles pero muy justos de todo, sobre todo de fuerzas y casta. El descompuesto cuarto y el protestón y remiso sexto, los más deslucidos.

Iván Vicente: media atravesada (ovación); dos pinchazos y estocada trasera (silencio tras aviso).

Eduardo Gallo: pinchazo y estocada caída (ovación tras aviso); estocada ‘en el número’ (ovación tras aviso).

Esaú Fernández: bajonazo (ovación); estocada caída (silencio tras aviso).

Una tarde a medias de todo. Los toros de Lagunajanda, muy nobles y dóciles, sin embargo, anduvieron muy justos de todo, y, en consecuencia, los toreros tampoco pudieron desplegar sus armas, y los tres quedaron en la frontera de un posible triunfo, especialmente un templadísimo Eduardo Gallo, al que, además, apenas tuvieron en cuenta desde unos tendidos tan ingratos como fríos.

Flojo y con poquito celo fue su primero, toro que, sin embargo, respondió gracias a la suavidad que imprimió en todo el momento el salmantino, técnico y con cabeza. Así logró algunos pasajes Gallo de buena firma, especialmente tres tandas al natural limpias y a cámara lenta ya en las postrimerías de una labor de poco eco en los tendidos.

Con las ideas igual de claras salió Gallo ante el dócil y manejable quinto, muy templado, pulcro y sereno, en una larga faena planteada en los medios y aderezada con muletazos de inmaculado trazo. Buen nivel del salmantino, que volvió a torear muy despacio, de verdad, aunque acusara la poca transmisión del astado, al que sacó todo lo que tenía dentro, y la frialdad de unos tendidos poco receptivos. Eso sí, el ‘sartenazo’ con la espada fue fenomenal.

Con cadenciosas verónicas recibió Iván Vicente al que abrió plaza, toro noble y con calidad, pero muy medido de todo, lo que hizo que fuera a menos durante su lidia. Hubo gusto y aroma también en las probaturas con la franela, toreó con mucho temple y compuso muy bien los muletazos en tandas cortas por el derecho de especial sabor.

Lástima que el toro se acabara tan pronto, y dejara la miel en los labios al aficionado, que paladeó el toreo sin llegar a degustarlo.

El cuarto, de descompuestas acometidas, no permitió a Vicente pasar de los detalles sueltos, ya que cuando intentaba conducirlo por abajo, el animal echaba la cara arriba, protestaba, y, lógicamente, tropezaba el engaño del madrileño, profesional ante un oponente de lo más desabrido y que acabó rajado.

A la puerta de chiqueros se fue Esaú Fernández a recibir a su primero, al que no hicieron sangre en varas ni para un análisis, en pos de buscar un mayor brío para la muleta, como así fue, al menos, en las primeras tandas. La primera a derechas tuvo temple, largura y ligazón, y también la segunda, pero el toreo periférico y de pico no suele gustar en Madrid, y se lo censuraron. Más cruzado y ajustado toreó al natural, pero ya era muy difícil levantar el ánimo de la gente, que no acabó de entrar en una faena tan voluntariosa como desigual.

El sexto se defendió mucho, muy remiso y protestón ante cualquier afrenta de Esaú, muy tenaz, pero sin poder resolver prácticamente nada positivo en lo artístico.

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