Una borrachera de color
Una chica, un cóctel, un gato y una pintura son los cuatro elementos que se repiten en las obras que el californiano Shag muestra en una galería madrileña. Una pequeña retrospectiva de este representante del Lowbrow
Ingredientes: un cóctel, un gato, una obra de arte y una mujer. El barman que combina con maestría estos elementos es Shag, un artista californiano que lleva usándolos de manera recurrente desde los noventa y que ahora los lleva a La fiambrera, una galería madrileña donde se pueden contemplar -y comprar- sus creaciones hasta el 5 de noviembre. Drinking Spree, el título de la exposición, no es solo una declaración de intenciones, es uno de los hilos conductores de su trabajo: una suerte de borrachera donde se mezcla la fiesta, el color, el lujo, la música, el hedonismo...
Shag, nombre artístico de Josh Agle (1962) -formado por las dos últimas letras de su nombre y las dos primeras de su apellido-, es uno de los máximos representantes del Lowbrow, también conocido como surrealismo pop, una corriente que surgió en los setenta en Los Ángeles, fruto de la cultura underground: músicos, artistas callejeros, ilustradores... que no se tomaban muy en serio a sí mismos pero que eran reflejo de lo que ocurría y que según Shag: “Cuando se eche la vista atrás y se intente analizar el arte de final del siglo XX y principio del XXI se verá cómo el Lowbrow ha influido más en la estética y en la imagen de este siglo que muchas superestrellas”.
La fiesta que, en esta ocasión, ha montado en Madrid -ya había expuesto en la ciudad en 2007- tiene seis estrellas invitadas, las composiciones que ha creado ex profeso para esta muestra. Seis pequeños cuadros en los que juega con cuatro elementos: una obra de arte que cuelga sobre una pared y que no reproduce ninguna real aunque en otros cuadros o serigrafías sí recrea obras que existen; un cóctel cuyo nombre es el título de cada tabla y que Shag conoce bien. Señala las líneas de pousse café y explica el cuidado que tiene que poner el camarero al portarlo y al hacerlo para que se distingan perfectamente los distintos colores de las bebidas que lo forman. Los únicos participantes de sus obras que no le gustan en la vida real, para sorpresa de muchos de los que le conocen, son los gatos. Y eso que no suelen faltar en sus composiciones, los representa porque le gustan estéticamente, pero no los tendría como mascota. Muchas veces estos animales van unidos en sus tablas a las mujeres de sus obras.“No hay nada más bello que un artista pueda pintar”, comenta Shag sobre las mujeres. Son protagonistas desde siempre de sus composiciones, tanto que, a veces, tienen una escala mayor que el resto de personajes y objetos del cuadro, todo gira en torno a ellas. No tienen edad, repite el patrón, el tiempo se ha quedado congelado en sus obras. Shag reconoce que cuando empezó a veces retrataba a alguna de sus amigas, pero que ahora ya no se acuerda de quién era quien, lleva años repitiendo ese modelo de mujer misteriosa, a la que da de manera simultánea un toque naif y sensual.
La coherencia es una característica de Shag, de sus obras y de lo que le rodea: su estética -camisas coloreadas, surferas, practica este deporte dos veces a la semana-; su música -tocó en grupos como The Tiki Tones o The Huntington Cads, aunque reconoce que no coge una guitarra desde hace ocho o nueve años. “Quiero poner toda mi energía creadora en la pintura”, explica a la vez que sabe que todo forma un compendio, que cada uno de sus cuadros o ilustraciones tiene una banda sonora, incluso a veces la deja claro colocando los vinilos en algún rincón de la composición-. Las fiestas son la representación de ese mundo hedonista que le rodea en Palm Springs (California) donde tiene una casa con una decoración similar a la que representa, incluida su colección de vasos tiki (la cultura tiki está inspirada en la Polinesia: música, ídolos... El hecho de que viviera en Hawai durante ocho años hizo que esa estética formara parte de sus recuerdos infantiles). Sus fiestas son esas a las que asistiría James Bond o Peter Sellers en El guateque, la película favorita de Shag.
Drinking Spree es una fiesta de color, las seis tablas y el medio centenar de serigrafías con escenas en calma, esa calma que puede estar a punto de estallar, momentos de quietud que preceden a la tormenta, algo ha ocurrido o va a ocurrir. A veces deja pistas en lo que se ve a través de una ventana o de la televisión encendida. Lo que sí explota en sus obras es el color, da la impresión de que iluminan, de que la luz sale de dentro. Quizá consiga esto porque entre sus pinturas no se puede encontrar el negro, nunca lo utiliza (para las serigrafías, sí), lo que parece negro es morado “muy muy oscuro”
Babelia
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