¡Nos han roto el futuro…!
La corrida toda fue una desvergüenza. El primer toro de El Juli, por ejemplo, era un novillete
Estas figuras, estos ganaderos, estos empresarios… Estos taurinos, en fin, nos han roto el futuro. Se han adelantado a los tiempos, han matado al toro de lidia, lo han degenerado hasta el punto de convertirlo en una piltrafa sin remedio y han adelantado, irremisiblemente, el final de la tauromaquia. Es una triste pena, pero es así. Y el que no quiera verlo, allá él.
EL PILAR / EL JULI, TALAVANTE, MORA
Toros de El Pilar, —el segundo como sobrero—, justos de presentación, inválidos, mansos y descastados.
El Juli: estocada (oreja); pinchazo y sartenazo (silencio).
Alejandro Talavante: pinchazo, estocada y descabello (silencio); estocada que asoma y dos descabellos (ovación).
David Mora: estocada (oreja); dos pinchazos y estocada (silencio).
Plaza de toros de Valladolid. Cuarta corrida de feria. 10 de septiembre. Lleno.
El segundo toro de El Pilar blandeó de salida, esperó el presidente hasta que saliera del caballo, donde no le hicieron ni sangre, y lo devolvió a los corrales. Correcta decisión.
Salió el sobrero, mejor presentado, y acudió con cierto brío al capote de Talavante; quién sabe si fue en un lance o es que el animal venía gripado de fábrica, lo cierto es que quedó descoordinado y moribundo para su corta vida. Se derrumbó un par de veces, el público protestó con energía, al presidente se le puso la cara como un tomate, y entre él, el veterinario y el asesor artísticos, en temerosa tertulia, decidieron dejar al animal en el ruedo en previsión de que hubiera que suspender la corrida más tarde por falta de toros. Talavante tomó la muleta y tuvo aún la osadía de intentar torearlo por la izquierda. ¡Hombre, por dios, un respeto a la inteligencia! No hubo faena porque no era posible y la bronca se la llevó el presidente que, a la postre, es quien menos culpa tenía del desastre. ¡Fuera, fuera!, le gritaron. ¿Y qué si cesan al usía, y permanecen quienes de verdad manejan el negocio?
La corrida toda fue una desvergüenza. El primer toro de El Juli, por ejemplo, era un novillete engendrado en laboratorio: de bonitas hechuras, carita linda y andares elegantes. Pronto mostró una bendita condición, pareja a su ausencia de fiereza, casta y codicia. No hubo faena o, al menos, no levantó el vuelo una labor aburrida, sosa y desangelada. El toro, es verdad, no permitió nada, pero era un bendito por el que suspiran las figuras. Entre ambos, ciertamente, compusieron una imagen de pura tristeza. Pero, a pesar de todo, le concedieron una oreja, que solo explica el interés del generoso público por justificar como sea el alto precio de la entrada.
Un borrachuzo fue el cuarto, que se arrastró por la arena sin rubor alguno, sin poder para portar su alma. Pero por allí anduvo El Juli con manifiestas intenciones de dar muletazos al enfermo que exigía a gritos una uvi medicalizada antes que un torero con aires de falso héroe.
Encima, a la hora de matar, erró gravemente y cobró un sartenazo (un pinchazo enhebrado en los costillares) que era para salir corriendo de la plaza y no volver en una temporada. En fin, que ahí acabó la presente y penosa historia.
Quedaba corrida. Por ejemplo, los intentos baldíos de Talavante ante el quinto, otro ejemplar penoso ante el que quiso emocionar y no pudo, porque no es posible el toreo sin toro. Y no lo había. Él lo sabía, claro que sí, pero le podía, se supone, la responsabilidad; justamente, la que no tuvo cuando eligió ganadería y corrida. ¿O ocaso no saben los veedores, los apoderados y los toreros lo que hay en el campo? Claro que sí; casi tan bien como los propios ganaderos, que ante la necesidad de vender crían la caricatura de los taurinos exigen.
David Mora entró en sustitución del lesionado Roca Rey. Se encontró con el mejor toro de la tarde, el tercero, le cortó una oreja, pero no estuvo bien.
Le sobra empaque a este torero, pero le faltó corazón para estar a la altura de un torete que acudía con presteza al engaño. Un redondo completo al inicio del último tercio permitió acariciar esperanzas que no se cumplieron. Derrochó maneras y buen trazo, pero los muletazos acelerados y despegados y las tandas cortan no portaron la emoción necesaria. Le añadió unas gotas de desconfianza y todo quedó desdibujado. Fue el toro, al final del trasteo, el que le enseñó cómo es el toreo en una tanda en la que humilló y permitió la ligazón hasta entonces perdida.
Ante el sexto, otro inválido, expresó voluntad y decisión. Y se acabó. Pero lo peor no fue eso, sino la sensación de desamparo ante un futuro que parece que ya no existe.
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