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EL HOMBRE QUE FUE JUEVES
Columna
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Cuando la cosa no monta

Marcos Ordóñez

Me preguntan cómo se llega a establecer en una crítica el diagnóstico de un montaje. Digo que, de entrada, “diagnóstico” es una palabra demasiado categórica, pero entiendo a lo que se refiere: cómo detectar lo que uno considera que falla. Cuando el espectáculo funciona no hay problema: todo fluye, todo monta, todos los vectores suman y van en la misma dirección, y la noción de “equipo” hace honor a su hermoso nombre. Entonces es muy difícil saber a quién se le ocurrió qué, porque ni ellos mismos lo recuerdan: esa idea tan sensacional quizás brotó de un actor y la completó el director, o viceversa, y la maravilla borra el recuerdo de su alumbramiento.

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El problema, por supuesto, es cuando la cosa no monta. El texto es bueno, los actores son fantásticos, el director tiene un historial igualmente acreditado, la escenografía y las luces son un portento, pero… ¡Ah, ese “pero”! El ritmo no acaba de fluir, la verdad no acaba de afianzarse. Tu percepción está clara, lo que no está claro es a quién has de sugerirle que quizás su trabajo no está todavía completo, o que tal vez ha embocado una línea desacertada. Raro es el actor que te diga, si le conoces y hablas con él, “todavía no he pillado el personaje, pero con unas cuantas funciones creo que lo atraparé”, aunque he escuchado esa frase, que demuestra su honestidad y su coraje. También se comprende que no la diga: ha de defender su trabajo, que es frágil y se hace noche a noche, y una asunción como esa puede desestabilizarle.

Si te dice, en cambio, “la culpa es del director, que es un cenutrio”, desconfías en el acto: está muy feo pasarle el muerto a otro. Y ya no digamos si te encuentras con un director que culpa a sus actores: malísima, horrorosa señal. Desde luego que ambos, actor y director, pueden tener su razón (o parte), pero es la palabra de uno contra otro, y para verificarla tendrías que haber seguido los ensayos día tras día, algo que no suele hacerse y además no es conveniente: un crítico sólo debería asistir al proceso, creo yo, en los últimos pases, y si hay mucha confianza.

Tanto si sale bien como si no, lo que sucede a lo largo de los ensayos parece tener un aire arcano, incluso para sus propios ejecutantes. ¿En qué momento comenzó a subir la cometa, casi por arte de magia (desengañémonos: es a base de mucho trabajo y talento), o tropezó en unos alambres indeterminables? Puedes llegar a ciertas intuiciones, pero solo si rozan la evidencia. Si el actor es habitualmente ultraexpansivo y de repente parece que le hayan disparado con una pistola Taser, quizás se deba a un director adicto al control. O lo contrario: un director inspirador puede lograr que esa actriz hasta entonces en estado de crisálida muestre unas alas esplendorosas y eche a volar como nunca. O se ha visto mejorar a un jefe de banda gracias a la entrega de su gente. En todo caso, ten claro siempre que las alquimias de una función no se pueden reducir a axiomas. Y sigue probando, como ellos. Continuará. También la crítica es un largo ensayo.

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