La mala pata de los Ramones
40 años después de su publicación, se reedita el debut del grupo con el añadido de directos, maquetas y mezclas
Los bárbaros llegaron hace 40 años: taciturnos, amenazadores, desharrapados. En 1976, salía el debut de los neoyorquinos Ramones y se inauguraba la rabiosa era del punk rock. Fueron los primeros y además su propuesta estaba nítidamente perfilada. En todos los apartados: look, producción, actitud, temática.
Tal vez incluso resultaban demasiado perfectos. Se parecían mucho a su caricatura: zoquetes de un barrio próspero (Forest Hills, en Queens), grandes consumidores de tebeos y cine de serie B. Hubo un desliz, cierto: el elepé se abría con el irresistible Blitzkrieg bop; su referencia a la ‘guerra relámpago’ de la Wehrmacht daba alas al nebuloso rumor de que “son unos nazis”. Algo especialmente negativo en el negocio musical estadounidense.
En realidad, dos de los Ramones eran judíos: Joey se apellidaba Hyman, Tommy Elderyi venía de la diezmada comunidad hebrea de Hungría. Y no consideraban el punk como un Año Cero, obligación de hacer tabla rasa con todo lo anterior. Ni mucho menos: en su ADN estaba el rock de garaje, los girl groups, el surf, la música chicle. Y también los Beatles: solo los muy fans del cuarteto de Liverpool sabían que Paul McCartney usaba el seudónimo de Paul Ramon cuando se registraba en hoteles.
Tenían ambiciones imperiales: la última canción de The Ramones decía “Hoy conquistaré tu amor, mañana conquistaré el mundo”. Algunos oyentes no pillaron el humor: su autor era Dee Dee Ramone (Douglas Colvin) y no tenía madera de superhéroe ario; su prioridad era conseguir heroína y alardeaba de haber ejercido de chapero en Manhattan para mantener su hábito.
Los Ramones se convirtieron en un fenómeno polarizador. Fueron banderín de enganche para un par de generaciones: decenas de miles de grupos que, en todo el mundo, se inspiraron en su fórmula. Y sus camisetas son accesorio de moda para gente que no sabría distinguir entre una Gibson y una Mosrite (las guitarras baratas inicialmente preferidas por Johnny Ramone).
Sin embargo, pincharon en su patria. No hubo flechazo entre ellos y el gran público estadounidense. Y eso que probaron todo: tras cuatro discos vertiginosos, se entregaron a Phil Spector y diferentes productores. En búsqueda de la aceptación, añadieron orquestaciones y sumaron sintetizadores, se endulzaron y se endurecieron, probaron todas las soluciones del Libro de Oro del Marketing Musical. Nada.
Tenían un mercado internacional, cierto. Pero, con todos los respetos, su objetivo profesional no era tocar en Melgar de Fernamental, bello pueblo burgalés que visitaron en 1991 y 1993. Ese éxito internacional parecía ofender al macho alfa del grupo, Johnny, uno de esos gringos xenófobos que ahora mismo estaría aclamando a Donald Trump.
Pocas bandas han sido tan infelices como los Ramones. Intenten imaginarlo: durante muchos de sus 22 años de existencia, el cantante no se hablaba con el guitarrista. Oceanos de odio les separaban: Johnny le quitó la novia (Linda Danielle) a Joey, algo que el vocalista nunca superó. En la vida diaria, Joey sufría un trastorno obsesivo-compulsivo que le impulsaba a repetir cualquier acto ad infinitum (para Johnny, en esos comportamientos también había modos de prima donna). Dee Dee iba por libre: dejó el grupo aunque siguió aportando excelentes canciones; en 1989, decidió que se sentía negro y grabó un disco de rap. Tommy fue el primero en salir corriendo.
Solo les unió la mala suerte. Eso incluía una salud endeble: entre 2001 y 2014, fueron muriendo los cuatro Ramones originales. No hubo ni olvido ni perdón: Johnny se negó a visitar a Joey en sus días finales. Le preocupaba más supervisar la estatua que sobresaldría sobre su tumba. Un horror de granito y bronce con un lema que ensalza… la amistad.
Acogida gélida
La edición de lujo de Ramones contiene tres CD y un LP de vinilo. Suma una mezcla en mono realizada recientemente en Abbey Road, dos conciertos (prácticamente iguales) en el Roxy californiano, un puñado de maquetas.
El disco original fue un mazazo cuidadosamente preparado. En contra de su imagen, los Ramones eran laboriosos: teóricamente, en cada ensayo sumaban una canción nueva al repertorio. Los 14 cortes elegidos para Ramones se grabaron en una semana, en uno de los mejores estudios neoyorquinos. Se potenció el impacto del directo; solo se trampeó en los coros.
En realidad, invirtieron la mayor parte del presupuesto de grabación en equipo para las giras. Imaginaban una carrera ascendente. Y no. A pesar de su efecto sísmico entre los futuros guerrilleros del punk, Ramones tuvo una acogida comercial tirando a gélida. Solo en 2014 alcanzó el disco de oro, que certificaba los 500.000 ejemplares despachados en EE UU.
Babelia
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