La película que Irán quiso aniquilar
Un filme del director disidente Mohsen Makhmalbaf censurado y secuestrado en 1990 inaugura la sección de cine clásico
Las autoridades iraníes hicieron todo lo posible por retirarla de la circulación, pero la película ha terminado resucitando, contra todo pronóstico, en la Mostra de Venecia. Las noches de Zayandeh-Rood, retrato social de un país desesperado, que el director disidente Mohsen Makhmalbaf rodó en 1990, acaba de inaugurar la sección dedicada al cine clásico y las restauraciones en Venecia, poniendo fin a un calvario de casi tres décadas. Antes de su primera y única proyección en un festival iraní, la censura le amputó 25 minutos de metraje. Después cortaron 12 más. Finalmente, sería proyectada para el líder supremo del país, que decidió secuestrar la copia por considerar que iba “en contra de los objetivos revolucionarios” y representaba “una amenaza para la seguridad nacional”.
Desde entonces, la película se daba por perdida. Hasta que, hace solo unos meses, apareció por sorpresa, aunque el director no pueda precisar cómo. “No puedo darle detalles, porque sería peligroso. Solo puedo decirle que un amigo me ayudó a robarla”, explicaba Makhmalbaf tras la proyección, visiblemente feliz. “He encontrado a mi hijo perdido después de 26 años. Y aunque no tenga piernas ni manos, porque se las han amputado, sigo queriendo abrazarle”. El cineasta, de 59 años, despuntó dentro de la nueva ola de cine iraní que empezaba a conquistar los festivales de cine durante los ochenta, de la que también formaron parte nombres como Abbas Kiarostami y Jafar Panahi, con quienes comparte cierta economía de medios y un gusto pronunciado por la alegoría.
Nacido en un barrio pobre al sur de Teherán, educado en un Islam “caluroso y generoso” por la abuela que lo crio tras la separación de sus padres, Makhmalbaf creyó, siendo joven, en los principios de la Revolución Islámica de 1979, que derrocó el régimen del Sha. A los 17 años, fue detenido por atacar una comisaría y pasó cinco años en la cárcel. El triunfo revolucionario terminó con su cautiverio. Pero, al recobrar su libertad, entendió que el nuevo poder se parecía bastante al antiguo. “No tardé en comprobar que la Revolución no era el paraíso que había imaginado, sino el infierno”, explica hoy. Tomó sus distancias frente al dogmatismo del régimen y su apología del sacrificio individual. Y, en consecuencia, sus películas se volvieron cada vez más críticas.
Una Mostra con regusto iraní
El homenaje a Mohsen Makhmalbaf no es el único acto dedicado a la cinematografía iraní en esta Mostra de Venecia. El festival también rinde tributo a Abbas Kiarostami, fallecido en julio por un cáncer gastrointestinal, a través de la proyección dos cortos inéditos: Take me home, rodado en Italia, y un nuevo episodio de su proyecto experimental 24 frames. Por otra parte, Samadian Seifollah, estrecho colaborador de Kiarostami durante las últimas tres décadas, ha presentado un primer montaje provisional de un documental que relata la intimidad del director, de sus viajes y de la preparación de sus proyectos.
Además, la Mostra entregará este lunes el premio Glory to the Filmmaker a Amir Naderi, otro cineasta de la generación de Kiarostami y figura destacada de la nueva ola iraní, responsable de títulos como Tangsir, El corredor o Manhattan by numbers. Desde su creación en 2006, han recibido ese premio cineastas como Takeshi Kitano, Agnès Varda, Al Pacino, Spike Lee, Ettore Scola o el mismo Kiarostami.
Las noches de Zayandeh-Rood, que toma su título del río que cruza la ciudad iraní de Isfahán, refleja su desilusión definitiva respecto al proyecto social de los revolucionarios. La película describe el desgarro de un profesor universitario de Antropología, experto en los usos y costumbres del pueblo iraní, al que diagnostica una especie de sumisión congénita ante todo tipo de poder. Tras la muerte de su esposa en un accidente, al no ser asistida por transeúntes que ni siquiera se dignan a girar la cabeza, ese protagonista decide entrar en disidencia.
La película ha sido estrenada en Venecia con el montaje elaborado en 1992 por las autoridades iraníes. Es decir, con 37 minutos eliminados y muchos diálogos inaudibles, acompañados de una frase que aparece sobreimpresa en la pantalla: “Sin sonido, a causa de la censura”. “Faltan innumerables detalles y matices, pero lo esencial de la historia sigue ahí”, se consuela Makhmalbaf. El cineasta lleva cinco años viviendo en Londres, tras abandonar París a principios de esta década. En la capital francesa, la amenaza de sus enemigos no le permitía vivir a su aire. “Tras las protestas de la Revolución Verde, a la que yo apoyé a distancia, el régimen mandó a terroristas a París para que me mataran. La policía francesa me obligó a vivir protegido por guardaespaldas, lo cual no me gusta. En Londres no me obligan a llevarlos, así que me siento más libre”, afirma.
Una vez dijo que el problema de Irán era que “cada persona tiene un Sha dentro de su cerebro”. ¿Lo sigue creyendo? “Ahora la situación es mejor que hace 26 años, porque los jóvenes tienen acceso a Internet y piensan de otra manera. Y se trata de un país muy joven: la mayoría de iraníes son más jóvenes que la Revolución. Por eso, tengo motivos para la esperanza”. Makhmalbaf lleva 12 años sin pisar su país, pero no se desespera. “No creo que pueda regresar pronto, pero tal vez en el futuro”, suspira. En la película, uno de sus personajes cita una teoría del neurólogo y psicólogo austriaco Viktor Frankl, responsable de una novedosa hipótesis sobre el enamoramiento. Sostuvo que el enamorado no era un ser ciego sino, al contrario, particularmente lúcido, ya que logra ver la mejor versión posible del ser amado. En ese sentido, Makhmalbaf está perdidamente enamorado de su país: también logra imaginar una variante ideal del mismo. “Siento mucho amor por Irán, lo que no me impide ser crítico con una cultura que apoyó la dictadura”.
Babelia
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