A gritos con Robespierre
Un proyecto carente de sentido, gritón y con presumibles aspiraciones populares
LOS VISITANTES LA LÍAN
Dirección: Jean-Marie Poiré.
Intérpretes: Jean Reno, Christian Clavier, Karin Viard, Syilvie Testud, Franck Dubosc.
Género: comedia. Francia, 2016.
Duración: 110 minutos.
Veintitrés años desde la exitosa película original. 18 años desde la reiterativa, interminable segunda entrega. 14 años desde que Jean-Marie Poiré se puso por última vez detrás de una cámara. Parece demasiado tiempo para todos. Y, sin embargo, los responsables de la saga Los visitantes, Poiré desde la dirección y la coescritura, Christian Clavier en el guion y la interpretación, junto a Jean Reno, han decidido reincidir. Aquellos caballeros medievales que viajaban en el tiempo para beber agua directamente del váter aparecen ahora en la Revolución Francesa. Con infinita menos gracia, si es que alguna vez tuvieron mucha.
"Sus cuerpos envejecen 10 años cada semana porque están atrapados en el túnel del tiempo", aclara en Los visitantes la lían una de esas voces en off explicativas de cualquier contingencia, seguramente dirigida a los talibanes de la verosimilitud que campan a sus anchas por los cines de hoy. Esos que quizá necesiten una información de descargo para que Clavier y Reno tengan ahora rostros naturalmente envejecidos tras dos décadas de inevitable paso del tiempo real. Y qué importa: ¿estás contando un relato sobre unos tipos del siglo XII que se encuentran con Robespierre y necesitas justificaciones de guion para el envejecimiento de tus actores? "¡Muerte al sarraceno!", grita Delcojón el Bribón, el personaje de Clavier, ante la aparición de un personaje de raza negra. Chiste que no demasiados de sus espectadores pillarán. Y casi mejor que no lo hagan.
Son solo un par de detalles (insignificantes) dentro de un proyecto carente de sentido, gritón y con presumibles aspiraciones populares, en el que el protagonismo de Clavier y Reno se diluye en beneficio de un reparto coral y en perjuicio de la película. Poco (o nada) se salva, porque cuando por casualidad algún chiste hace pleno ("¡un poco de silencio, que Marat se está bañando!"), se empeñan en repetirlo hasta la saciedad. Cada vez con más alaridos y con menos chispa.
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