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POR NO QUEDARSE EN CASA / 3

Vladímir Nabokov inventa América

'Lolita' encierra la quintaesencia de la cultura estadounidense de posguerra, surgida de los paisajes que el escritor ruso descubrió con una mezcla de fascinación y rechazo durante sus viajes para perseguir mariposas

Patricio Pron
Vladímir Nabokov en su coche en Ithaca, Nueva York en 1958.
Vladímir Nabokov en su coche en Ithaca, Nueva York en 1958.Carl Mydans (Getty)

Un azul que se diluía con elegancia en los extremos marrones de las alas era el rasgo más saliente de la mariposa que el escritor ruso acababa de capturar. Abajo, en el valle, los sonidos de la ciudad le llegaban con nitidez esa tarde del verano de 1949; quizás haya sido en ese momento que decidió llamar a la nueva especie Lycaeides sublivens Nabokov; como el nombre indica, su descubridor era el futuro autor de Lolita y, contra lo dicho anteriormente, no era únicamente un escritor ni exactamente ruso: es decir, lo era, pero estaba en camino de dejar de serlo.

Nabokov se encontraba en las Montañas Rocallosas ampliando su colección de lepidópteros. Visitaba la región cada verano desde su llegada a Estados Unidos, nueve años atrás, huyendo de la guerra europea con su esposa y su hijo; para entonces los viajes (en algún sentido, una mezcla de vacación en familia y expedición científica) habían ido conformando un itinerario que se mantendría hasta 1959 con escasas variantes: desde el Estado de Massachusetts (más tarde desde el de Nueva York) hacia el oeste montañoso del país a través del Gran Cañón y los Estados de Arizona, Utah, Colorado, Wyoming, Montana y Oregón.

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Pero esos viajes iban a rendir un servicio al mundo algo más importante que el hallazgo de algunos insectos. A fines de 1939 o principios de 1940, Nabokov había sentido en París “el primer débil latido” de una novela cuya “inspiración”, sólo descubierta años más tarde, era un libro de Heinz von Lichberg (seudónimo de Heinz von Eschwege) en el que un hombre se enamoraba de una adolescente. En la novela de Lichberg, publicada en 1916, la adolescente se llamaba Lolita; en la de Nabokov se iba a llamar Lolita también.

El escritor trabajó en la obra en el transcurso de los viajes que tuvieron lugar entre 1948 y 1953 (lo que significa que estaba trabajando en ella cuando descubrió la Lycaeides sublivens Nabokov en 1949), en habitaciones de moteles y restaurantes de carretera que acabarían colándose en el libro bajo disfraces tenues o sin disfraz, moteles con nombres como Corral Lodges, Sunset Motels o Skyline Courts que todavía existen y siguen siendo refugio de entusiastas de la literatura y de parejas en fuga.

“Como el otoño en Arizona”

1. Nacido Vladímir Vladímirovich Nabókov en 1899 en San Petersburgo y muerto en Montreux (Suiza) en 1977, el autor de Lolita fue educado en ruso, inglés y francés: en los planes estaba que fuera cosmopolita, pero no que se convirtiese en el más estadounidense de los autores de ese país.

2. Al ser preguntado alguna vez sobre si se consideraba estadounidense, Nabokov respondió: "Le debo demasiado al idioma y al paisaje rusos como para sentirme atraído espiritualmente por la literatura regional estadounidense, las danzas aborígenes o el pastel de calabaza, pero soy tan americano como el otoño en Arizona".

3. "Los placeres y recompensas de la inspiración literaria no son nada al lado del rapto de descubrir una mariposa desconocida en la ladera de una montaña en Irán o Perú. No es improbable que, de no haberse producido la revolución rusa, yo me hubiese dedicado por entero a la lepidopterología y no hubiera escrito novela alguna", afirmó.

En Lolita hay algo profundamente estadounidense que un crítico acertó a definir como su inocencia siendo corrompida por Europa. Las carreteras que el intrépido y obsesivo Humbert Humbert recorre con la joven a la que llama el “fuego de sus entrañas”, los moteles en los que se alojan, las personas con las que se encuentran, los entusiasmos de Lolita, los programas de televisión, los wésterns y las canciones que le gustan son la quintaesencia de la cultura estadounidense de posguerra y surgen de los paisajes norteamericanos que Nabokov descubrió con una mezcla de fascinación y rechazo durante sus viajes. No hay muchas novelas más “americanas” que Lolita en ese sentido, y el hecho de que haya sido escrita por un ruso no le resta ni un ápice de ese carácter.

Año tras año, kilómetro tras kilómetro, Nabokov se transformó, a través de la escritura de Lolita, en un escritor estado­unidense, y lo hizo sin dejar de perseguir mariposas; según sus cálculos, sólo entre 1949 y 1959 recorrió más de 240.000 kilómetros, lo que lo convierte en el más viajado de los escritores de ese país: el autor de Pálido fuego vio más de Estados Unidos que Francis Scott Fitzgerald, John Steinbeck e incluso Jack Kerouac, cuyo En el camino sigue siendo “el” libro del nomadismo norteamericano. Era un destino singular para alguien criado casi exclusivamente para destacar en la pequeña sociedad de San Petersburgo y que nunca aprendió a conducir: durante los viajes, mientras Nabokov iba a la búsqueda de sus mariposas, recorriendo kilómetro a kilómetro del itinerario que esa misma noche recrearía en la que iba a ser su novela más popular, la que conducía era Vera, su esposa.

Vera fue quien rescató el manuscrito de Lolita de las llamas cuando su autor dudaba de sí mismo y de la obra. Fue ella la que en 1949 llevó a Nabokov a las Montañas Rocallosas donde descubrió la Lycaeides sublivens Nabokov y también fue Vera la que dos años después regresó al mismo lugar para que su marido capturara (significativamente) la hembra de la especie: en ese momento, Nabokov seguía trabajando en su novela, con dificultades. “Me había llevado unos cuarenta años inventar Rusia y la Europa Occidental, y ahora debía inventar Norteamérica”, admitió sin ninguna humildad años más tarde, cuando, tras una larga disputa legal que sentó un precedente importante en relación con las libertades que puede tomarse un escritor, Lolita (que había sido publicada en Reino Unido y Francia dos años antes) apareció en 1957 en Estados Unidos y se convirtió en un éxito inesperado, forjado en los viajes y la contemplación de criaturas efímeras.

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