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MÚSICA

Memorias del cantante erudito

Entre lo torrencial y lo pudoroso, Elvis Costello ha escrito una colosal autobiografía, sustentada en su infinito amor por lo música

Diego A. Manrique
Elvis Costello y Chet Baker, en un estudio de grabación.
Elvis Costello y Chet Baker, en un estudio de grabación.Estate Of Keith Morris/Redferns

Con sus memorias, Elvis Costello eleva el nivel de ese subgénero que son las autobiografías del pop. Disculpen si eso suena como las frases promocionales que se ponen en las solapas de los libros, pero no exagero. ¡Varios puntos dignos de destacar! En este tipo de tomos, la parte más tediosa suele ser precisamente el inicio: el relato de sus primeros años, cuando el artista aún no se ha emancipado y depende de sus mayores. Costello lo solventa renunciando a la ordenación cronológica: la acción avanza y retrocede a capricho, manteniendo la curiosidad del lector.

Además, narradas por Elvis, las vivencias de sus antepasados resultan fascinantes. Sus abuelos participaron en la Gran Guerra y sobrevivieron. Su madre era una mujer segura de si misma: trabajó como vendedora de discos e incluso traía de contrabando referencias de jazz no disponibles en Inglaterra. Pero Ross MacManus, el padre, es el gran secundario de Música infiel y tinta invisible: un músico muy sociable y, vaya, muy mujeriego.

Como trompetista, dirigió su propio quinteto cool hasta que comprendió que el jazz dificilmenta daba para comer. En 1955, reconvertido en cantante, entró en la orquesta de Joe Loss, que se beneficiaba de las imposiciones del Sindicato de Músicos –entonces radicalmente opuesto a los discos- y tenía hueco fijo en la BBC. Aunque su especialidad era el swing, la Joe Loss Orchestra tocaba todo lo que entraba en la zona alta de las listas. MacManus tenía acceso a las novedades discográficas; sin proponérserlo, proporcionó una extraordinaria cultura musical a su hijo; también le introdujo en el libérrimo modo de vida de la farándula.

Por cierto: el nacimiento del futuro Elvis Costello fue noticia en el New Musical Express; se reproduce aquí el recorte. Esa atención al detalle, esa devoción por el dato exacto, es también otro de los valores del libro. Convendría recalcar que Costello es un melómano obsesivo –no crean que esa es una característica automática en las figuras del pop- y aquí nos deleita con incisivas narraciones de los encuentros con sus ilustres colegas.

Ocasionalmente, alguno -John Lydon, Willy de Ville, Eddie Money- se le atragantaba. En general, muestra enorme tolerancia por las peculiaridades ajenas: descacharrante la crónica de sus encuentros con Van Morrison, cuando ambos vivían en Notting Hill. Costello procuró colaborar con gigantes de otras músicas, aunque en aquel momento no cotizaran demasiado en el mercado de lo hip: Chet Baker, George Jones, Tony Benett, Allen Toussaint…

Esa voracidad musical alimenta el eclecticismo de su discografía. Se agradece la sinceridad con que reconoce las influencias, los reciclajes, los recorta-y-pega que forman parte del trabajo del creador de música popular. Sin olvidar el arrepentimiento por aquella noche alcohólica de 1979 en que, en medio de una bronca con los músicos de Stephen Stills, lanzó epítetos racistas contra Ray Charles y James Brown. Fue un patinazo que, asegura, tal vez le salvó la vida: lo de “conquistar América” estaba fuera de sus posibilidades. Algo en su actitud, en su forma de expresarse, creaba tensión en extraños. Aparte, vista su discreción en asuntos amorosos, no podemos imaginarle soportando el acoso que sufren hoy los famosos.

Para cualquiera interesado en Costello, Música infiel… es el libro de claves: explica la génesis de docenas de canciones. Y si le consideran un letrista opaco, sepan que lo podía ser más: inserta varios relatos breves, protagonizados por un tal Inch, inspirados en situaciones y ambientes que también generaron canciones. Pasan décadas hasta que, trabajando con Loretta Lynn, entiende que cuesta tanto componer una canción sencilla que una de las suyas, tan llena de “elaborados artificios”.

Más allá de las andanzas con Bacharach, McCartney, Johnny Cash, Dylan y otros ilustres amigos, Música infiel… ofrece una guía a los intríngulis del show business a ambos lados del Atlántico durante una época dorada: “ahora me doy cuenta de la suerte de haber trabajado en el negocio de la música durante ese breve periodo de tiempo cuando te compraban las canciones por cincuenta dólares o a cambio de las llaves de un Cadillac hasta ahora, cuando se supone que todo es gratis.”

Como es obligado, se resiste a la nostalgia: “en la supuesta edad de oro también había muchos estafadores, chalados e idiotas y tantos discos malos o más.” Pero sugiere que ha pensado en renunciar a grabar y limitarse a dar conciertos. Sin publicitarlo, ese parece ser su actual modus operandi: en la presente década, solo ha lanzado un par de discos con canciones nuevas.

Resulta comprensible su frustración. Como la nuestra al comprobar que la principal editorial de libros musicales en España todavía permita que se cuelen gazapos como traducir “vamp” por “vampiresa”, poner “trompas” en vez de “metales” o liarse con el doble sentido de “cover” (“versión” o “portada”). Tampoco luce bonito que se musculinice a la gloriosa Dusty Springfield.

Música infiel y tinta invisible. Elvis Costello. Traducción: Damià Alou, Rocío Gómez de los Riscos y Antonio Padilla. Malpaso Ediciones. Barcelona, 2016. 778 páginas. 29.90 euros.

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