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ENTREVISTA

Peter Strickland: “Me interesan la teatralidad y la ritualidad del sadomasoquismo”

El cineasta británico estrena “The Duke of Burgundy” y “Berberian Sound Studio”

Imagen de 'The Duke of Burgundy', de Peter Strickland (2014).
Imagen de 'The Duke of Burgundy', de Peter Strickland (2014).

Historias de venganza a la sombra de los Cárpatos, viajes al centro de la locura en un estudio de sonido, juegos de poder y sumisión en un universo exclusivamente femenino… Desde su opera prima Katalin Varga (2009), el británico Peter Strickland no ha dejado de subir la apuesta de la extrañeza en una carrera cinematográfica que le ha acreditado como figura de culto. Hasta el momento, su obra permanecía inédita en nuestro país, pero acaban de llegar a la cartelera su segundo y tercer largometrajes: Berberian Sound Studio (2012) y The Duke of Burgundy (2014), dos juegos sofisticados que toman como marco de referencia el giallo –cine de terror italiano de los 70- y el eurosleaze –películas eróticas europeas que, en ocasiones, trascendían lo puramente lúbrico para abrazar lo poético-.

The Duke of Burgundy nació de un extraño encargo: hacer un remake de Lorna, The Exorcist (1974), una de las películas más anómalas de Jesús Franco

The Duke of Burgundy nació de un extraño encargo: hacer un remake de Lorna, The Exorcist (1974), una de las películas más anómalas de Jesús Franco, rodada en los espacios casi futuristas de La Grande-Motte. Strickland hizo una contraoferta y el resultado es una película personal que se apropia del espíritu franquiano: “Me gustan sus atmósferas enfebrecidas. En nuestro reparto participa Monica Swimm, que trabajó en al menos veinte películas suyas y nos contó muchas anécdotas sobre esos años, en los que el cineasta recorría Europa combatiendo la censura. Para mí tiene una dimensión romántica: es una locura rodar siete películas en un año como hacía él”. Sueño sensual y obsesivo, The Duke of Burgundy mira tras la tramoya de ese cine erótico europeo: “En el cine sexploitation de los 70, los personajes siempre mantenían el rol, nunca rompían con su arquetipo. Yo quería rascar bajo esa capa: qué pasaría si una dominante, por ejemplo, olvidara su texto. Quería quitar las máscaras: ver al Ama en pijama, roncando, o a la sumisa saliéndose del rol por una picadura de mosquito. En el fondo, esta es mi película más lógica, la más doméstica”.

Laberinto fetichista y culterano con guiños a Buñuel, este tercer largo de Strickland recicla algo tan opaco como el sadomasoquismo en metáfora multiusos: “Imagino que muchos espectadores se sentirán provocados cuando un personaje recibe en la boca la orina de otro, pero, al final, espero que todo el mundo haya conectado con el discurso. No se está hablando de otra cosa que de las fricciones que surgen en toda relación cuando una persona quiere algo y su pareja no, ya sea tener hijos o vivir en el campo o en la ciudad. Lo que me interesa más del sadomasoquismo es su aspecto ritual, su teatralidad”. Verdadero obseso del diseño de sonido –cada grabación de zumbidos de insectos que se escucha en la película está fechada y localizada en los créditos finales-, Strickland convirtió a un reprimido sonidista en antihéroe de Berberian Sound Studio, su homenaje al giallo: “Era un modelo cinematográfico muy poético, con mucho énfasis en el uso del color y el diseño de producción. Nada se dejaba al azar: ni el vestuario, ni la peluquería. Las atmósferas iban de lo etéreo a lo psicodélico. Todo ese formalismo también impregnaba el terror italiano que se apartaba del giallo para tantear el terror gótico: Suspiria (1977) de Dario Argento, Las tres caras del miedo (1960) de Mario Bava… Adoro esas bandas sonoras de Ennio Morricone, Bruno Nicolai, Stelvio Cipriani, Goblin o Claudio Gizzi, sus disonancias, sus flirteos con el free jazz. Para mí, la banda sonora definitiva es la de El pájaro de las plumas de cristal (1970). Nada que ver con el terror americano”. Mitad griego, mitad británico, Strickland prepara tres nuevos largos que se rodarán consecutivamente “si el Brexit no lo impide”.

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