Chemical Brothers se impone en la segunda noche del FIB
El dúo de Manchester maquilla con inteligencia su argumentario
Los conciertos de los falsos hermanos químicos de Manchester podrían ser vistos como otro exponente más de esa dimensión paralela en la que el espacio y, sobre todo, el tiempo, se alteran. Como si de un enorme agujero de gusano se tratara, perdido en la mitad de cualquier galaxia. Viéndoles de nuevo en escena, uno puede sentir en décimas de segundo que está de vuelta a 1996. O que las coordenadas temporales simplemente no vienen al caso, porque hay tótems electrónicos que, contradiciendo el sello de vanguardia que llevaban escrito en la frente, se ganaron el derecho a ejercer de bandas dinosaurio con mayor celeridad aun que esas viejas formaciones de rock and roll de guitarras a las que amenazaban —ilusamente— con jubilar.
Tom Rowlands y Ed Simons, con sus ritmos rotos, sus arsenal de cachivaches y su trasiego a la hora de reclutar emblemáticas voces del pop independiente de los noventa y más allá (de Beth Orton a Beck, pasando por Noel Gallagher, Bernard Sumner o Hope Sandoval), oficiaron un rol capital hace dos décadas para que la parroquia indie abrazase con naturalidad la cultura electrónica. Pero todo eso, que parece que ocurrió hace eones (otras veces parece que fue ayer) y tuvo su máximo exponente en nuestro país precisamente en la segunda edición de la cita de Benicàssim, no dejaría de ser un hito apolillado si no fuera por su perpetuo —y revitalizante— intento de poner al día su discurso, sacudirle las legañas y escapar de la invocación al día de la marmota. ¿Lo consiguen? En gran medida, sí. Y el logrado empeño redunda en una de las mejores versiones que recordamos de sí mismos, algo que sería complicado de atisbar cuando empiezan a faltar los dedos de las manos para contar sus tradicionales visitas al FIB o a cualquier otro escenario español.
Con la ayuda de una galería de audiovisuales de precisión quirúrgica y un deslumbrante juego de luces, temas de nueva factura como Go, Sometimes I Feel So Deserted o EML Ritual conviven con la psicodelia ácida de Setting Sun, la rítmica fracturada de Block Rockin' Beats, la inapelable pegada de Hey, Boy, Hey Girl o la fusión entre Temptation (New Order) y su Star Guitar, paradas habituales de su colección de clásicos, oxigenando su argumentario y esquivando el socorrido piñón fijo al que podrían abonarse sin complicaciones. Un set de Chemical Brothers sigue siendo una excusa infalible para que las suelas de cualquier zapatilla echen humo. Pero por suerte también son algo más.
Lo tenían también fácil los de Manchester para capitalizar otra noche con el recinto de Benicàssim exhibiendo un vigor renovado, no tanto por el fulgor de su oferta sino por la excelente afluencia de público, que tiene pinta ya de superar de largo a la de cualquiera de las últimas cinco ediciones (acercándose a los 40.000 espectadores por día), e insinúa llenazo para recibir la visita de Muse esta noche de sábado.
Fue también una jornada en la que lució el estiloso set de Jamie xx, el hombre habitualmente en la sala de máquinas de The xx, quien a falta de una traducción orgánica, con voces invitadas, de su excelente In Colour (2015), se marca estupendas sesiones en las que Atmosphere (Joy Division), You Got The Love (The xx filtrando el clásico house adaptado por Florence) o su propio Loud Places compadrean en armonía y sin traumas.
Y noche propicia para que algunas bandas españolas lucieran en escenarios y horarios muy agradecidos. Ocurrió con La Habitación Roja, viejos conocidos del FIB, que siguen demostrando su capacidad para facturar canciones pop que se convierten en clásicos instantáneos, tanto desde la melodía a flor de piel (Si tú te vas) como desde la invitación al baile (De cine o Ayer). Que no necesiten apenas delegar en el pasado, tras 20 años de trayectoria, habla muy bien de los valencianos (y de su sólido directo).
Es elocuente la progresión en escena de las Hinds, haciendo doblete tras su set del día anterior: se dirá que qué menos, teniendo en cuenta su incansable ritmo de giras, claro. Pero lo bueno es que sus canciones, aunque mejor pulidas, no pierden por ello esa capacidad de adherencia que defienden con el mismo desparpajo naïf. Para tranquilidad —o desespero— de la legión de guardianes de la ortodoxia que habitan en nuestra sufrida piel de toro y que tienen a bien pasarse por el arco del triunfo la existencia previa del punk, el twee pop o el lo fi, estilos cuya frecuente carencia de brillo pericial no negaba su poder para transmitir emociones. Pueden empezar a dormir tranquilos. Cosmen Adelaida, mucho más temprano y ante menos gente, defendieron ese estupendo trenzado de guitarras que enmarca una forma muy madrileña de entender el indie rock en los últimos tiempos, delineando una curva que podría ir de las enseñanzas de The Wedding Present o Yo La Tengo a la asimilación de Los Punsetes. Y sus conciudadanos Juventud Juché, pasada la medianoche, demostraron que su apuesta por potenciar el ritmo de sus canciones no les ha hecho perder filo, y que el post punk siempre tiene suficientes vetas por explorar como para no resultar cansino.
Menos tiempo pudimos dispensar a Le Parody, el singular proyecto de la jienense Sole Sánchez, aunque dio la sensación de que su amalgama de ritmos sureños, electrónica de desguace y folk digital cuajó bien y mereció, desde luego, más eco entre el público.
Entre los cuatro escenarios dispuestos a lo largo y ancho del recinto entre las siete de la tarde y las cuatro de la madrugada, el festival dispone de suficientes reclamos para que cada cual se customice su propio menú degustación, en el caso de que los señuelos no sean obvios o no abunden las exclusivas. Una de las visitas que más lucieron fue la de los Soft Moon del californiano Luis Vasquez, quien sobre el escenario moldea las cualidades rítmicas (aporreó algo parecido a un cubo de basura) de su post punk sombrío y maquinal. A veces parece como si hubiera cogido el Shoot Speed Kill Light de Primal Scream para dar vueltas, una y otra vez, sobre esa fórmula y buscarle nuevos matices. Pero su concierto funcionó como un tiro, realzado por esa luna de tres cuartos —en connivencia con su nombre— que ya asomaba sobre el techado de su escenario. The Vaccines, por otro lado, cumplieron sin estridencias con su parte del trato en el escenario grande. Lo único que puede desgastar la efervescencia de su pop rock infeccioso, destilado sin trampa ni cartón y sin abundar en el leve giro de English Graffiti (2015), es la sobreexposición. Su nombre está prácticamente franquiciado en nuestras grandes citas. La nota de colorido, por cierto, la habían puesto mucho antes el colectivo femenino Reykjavíkurdætur: 13 raperas y una MC islandesas, muy jóvenes y de indumentaria con poco margen para la imaginación, que practican un hip hop y r'n'b deslenguado y despachado con tanto trajín sobre el escenario (intercambio de micros y proclamas en favor de una tierna revolución) que al final uno no sabe si le están vendiendo una moto para rellenar páginas de revistas de tendencias o un producto con cuajo. Entretuvieron un rato, eso nadie lo puede discutir.
Babelia
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