Si somos malos, por qué será
El periodista americano Chuck Klosterman lanza bastantes teorías razonables en su nuevo libro, 'El sombrero del malo'
Nadie dijo que para disfrutar de un libro uno tuviese que estar de acuerdo con su autor, del mismo modo que uno puede bailar una canción y aborrecer al vocalista. Dicho esto, coincidir con el interlocutor ayuda. El periodista americano Chuck Klosterman (Breckenridge, 1972) lanza bastantes teorías razonables (aunque no del todo populares) en su nuevo libro, El sombrero del malo, y tiendo a compartir la mayoría. Hay un hilo conductor en este desfile: ¿qué es la villanía? Prometedora salva de apertura donde las haya. Klosterman utiliza dicha premisa para meditar sobre una serie de conceptos y personajes que van de Hitler (naturalmente) a Prince, de Maquiavelo a Kareem Abdul-Jabbar.
Klosterman es, muy a menudo y de forma consistente, humorístico. Ahora pondera si él es un psicópata, después desgaja la idea de la empatía mediante un inclemente autoexamen (“Me importan los desconocidos cuando son abstracciones, pero apenas siento nada cuando los tengo literalmente delante de mí”) y algo más adelante admite que “nunca he tenido una idea que otras cien personas no hubieran tenido antes que yo”. Incluso si ello fuese cierto, salta a la vista que, aunque las hipótesis de Klosterman tengan un germen filofrívolo, siempre conducen a argumentos sólidos e intelectualmente excitantes. Un capítulo, por ejemplo, se centra en “el acto más vil a nuestro alcance”. Klosterman aduce que en las artes se suele utilizar la imagen de una mujer atada a las vías del tren, y busca esclarecer cuándo leches y quién demonios inventó ese crimen delirante, y de allí procede a cuestionar qué da más miedo, un villano con motivo o uno que carece de él. “El villano”, sugiere, “es el que más sabe pero menos se preocupa”.
Otro ejemplo: parece que Klosterman esté de guasa cuando analiza su odio a los Eagles, pero unas pocas líneas más adelante deduce que les odiaba porque representaban “todo aquello en contra de lo que me quería posicionar”, y concluye con esta afirmación que habría que tatuar en más de una frente (ajena): “Había dejado de ser capaz de fabricar antipatía hacia músicos al azar, incluso cuando se lo merecían. Mi personalidad se había calcificado y emancipado del gusto”. Y así todo el rato. Es una caja de petardos variados este Klosterman, y su libro, como un colega sin aduana cerebro-boca: Eh, tío, ¿qué sucedería si Batman fuese real? Eh, tío, me he dado cuenta de que la gente adora la autoconfianza —incluso si surge de un asesino de masas— y desprecia la inseguridad. Eh, tío… Y mientras tanto, el lector va asintiendo, negando o huyendo, dependiendo de la afirmación: “Animar a Lebron James es como vitorear la gravedad”. “Está claro que todos tenemos prejuicios y este es el mío: considero que la moda es una idiotez”.
Solo dos cosas entorpecen la torrencial dialéctica de Klosterman: 1) una postura EE UU-céntrica, que se manifiesta en los ejemplos que escoge para ilustrar sus tesis. Oh, y 2) el molesto tic de reexaminar alguna parrafada recién escrita (“Pero este ensayo no está saliendo bien. A ver, ¿podría volver a empezar y arreglarlo?”) y que te hace desear que descubriese la función de seleccionar y suprimir del Word. ¿Todo lo demás? Una fiesta. Libro sobre cultura pop más traqueteante del año (de momento).
El sombrerodel malo. Chuck Klosterman. Traducción de Óscar Palmer Yáñez. Es Pop Ediciones. Madrid, 2016. 266 páginas. 17,95 euros
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