El negocio de ‘redescubrir’ un artista
El rescate de creadores olvidados es toda una industria que obedece a las reglas de un mercado ávido de novedades constantes
¿Quién conocía hasta hace unos meses los dibujos de la india Nasreen Mohamedi? Muy pocos, ciertamente. Pese al olvido (o tal vez debido a él), el Museo Reina Sofía le organizó una retrospectiva en enero pasado y sus propuestas geométricas ya han viajado a inaugurar nada menos que el nuevo satélite (The Met Breuer) del Metropolitan de Nueva York. Cuando la artista falleció prematuramente en 1990 con 53 años, su obra apenas había salido de su país. La operación de rescate y recuperación para la historia de su intrigante propuesta atiende a un patrón común en los cada vez más habituales relatos de redescubrimiento en el campo del arte contemporáneo, un ecosistema en el que el mercado manda más que en el culto al arte antiguo, donde las bendiciones las imparte el mundo académico.
El cuento de Mohamedi enlaza una exposición en The Drawing Center de Nueva York (2005), la participación en la Documenta XII de Kassel (2007) y el apoyo, entre otros, de la comisaria Roobina Karode y de Manuel Borja-Villel, director del Reina Sofía. Artillería pesada crítica e institucional que ha provocado que una pequeña (51 x 51 cm) tinta sobre papel ya alcance los 250.000 euros. Antes del redescubrimiento costaba unos pocos miles.
“Tanto el mercado como las instituciones necesitan constantemente novedades”, observa Bartomeu Marí, director del Museo Nacional de Arte Contemporáneo de Seúl. “Una de las categorías que más se ha consolidado en los últimos 15 años es la del artista maduro (o ya fallecido) cuya obra adquiere en el presente un gran interés”. Así es como Giorgio Griffa (80 años), Irma Blank (82), Carmen Herrera (101) 0 Julije Knifer (1924-2004) pasaron de la amnesia al reconocimiento. Milagro que se repetirá —prevé Marí— con el movimiento de pintura abstracta coreana Dansaekhwa. “El mercado no descubre a los artistas, pero se apresura a absorberlos”, reconoce Borja-Villel.
Estas operaciones son, en el marco del arte contemporáneo, una danza de fuerzas centrípetas (mercado) y centrífugas (críticos y museos) que a veces crea figuras inesperadas. Vicente Todolí, exdirector de la Tate Modern, organizó en 1985 la primera exposición de un ignorado Esteban Vicente. “Para un comisario joven trabajar con creadores desconocidos es una oportunidad. Y, a la vez, los museos pueden comprar obras del artista a precios asequibles”, relata Todolí.
Después de todo, ni tan siquiera los grandes nombres como Picasso resultaron inmunes al olvido. En 1988, el Pompidou de París estrenaba Le dernier Picasso: 1953-1973; apenas hubo público para los 20 años finales de creación del genio. Y durante siglos nadie narró la leyenda de Caravaggio, aunque cueste creerlo cuando estos días dos museos madrileños (Thyssen y Palacio Real) contraprograman con sendas exposiciones del genio lombardo.
Para reencontrar la pincelada del genio en el siglo XX haría falta que un desconocido estudiante de arte, Roberto Longhi, publicase, con solo 21 años, una tesis en la Universidad de Turín en la que sostenía que de los 2.000 pintores que llegaron a Roma en busca de fama y fortuna a finales del XVI había un tal Michelangelo Merisi da Caravaggio cuyo arte era inmenso. Tardó cuatro décadas en convencer al mundo de su redescubrimiento. Hasta que en 1951 organizó la mítica exposición Caravaggio e i caravaggeschi y el genio se transformó en la piedra de Rosetta de la pintura de su tiempo.
En el campo del arte antiguo, la especulación no es tan determinante. “Ni hay tanto dinero ni hay tanta gente dispuesta a recuperar nada. Es algo que nos afecta más profundamente”, advierte Manuela Mena, jefe de Conservación de Pintura del Siglo XVIII del Prado. Las telas de Caravaggio y los años de su descubrimiento encajan con el dolor y la oscuridad de una Europa que atravesó dos guerras mundiales.
Otra célebre operación de rescate es la de George de La Tour (cuya exposición en el Prado acaba de cerrar con éxito). Es un caso único. En su época disfrutó de éxito, tras su muerte desapareció. El Greco o Lucas Jordán, por ejemplo, soportaron el estigma de artistas malditos, pero recobraron la visibilidad con el tiempo. “Existen pocos creadores cuyo interés no fluctúe: el único quizá sea Velázquez. Lo que resulta insólito en el arte antiguo es sufrir el olvido absoluto de La Tour”, cuenta Andrés Úbeda, jefe de Conservación de Pintura Italiana y Francesa del Prado. Ese retorno a la vida se debe a un artículo, de apenas una página, publicado en 1915 por el historiador alemán Hermann Voss, en el que glosaba tres óleos del artista. Después los estudiosos descubrieron que su catálogo ocupaba solo medio centenar de obras.
Eso prueba que el rescate de los maestros antiguos “va unido a una intensa labor de investigación”, recalca Carmen Espinosa, conservadora jefe del Museo Lázaro Galdiano.
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