El artista que desafía con humor los límites de China
Zhang Bingjian se ha convertido en uno de los pocos creadores del país que se atreve a romper tabúes políticos con ironía
“Hay dos tipos de arte. Uno es tranquilo, busca la armonía estética, y se puede ilustrar bien con las obras de pintores como Monet o Matisse. El otro es provocativo, encierra un mensaje crítico, y busca la implicación del espectador”. A Zhang Bingjian (Shanghái, 1960) le atrae sobre todo el segundo tipo, en el que pone al Guernica de Picasso como ejemplo. “Creo que el arte tiene que explorar la zona más oscura de la sociedad, implicarse en sus problemas y en sus luchas”. No obstante, Zhang es muy consciente de que en China eso se puede pagar muy caro. “Yo crecí en la Revolución Cultural de Mao Zedong (1966-76) y mis padres nunca quisieron que fuese artista. Los tacharon de contrarrevolucionarios y sabían que yo corría peligro”.
Pero Zhang no se arredró, y ahora se ha convertido en uno de los creadores más irreverentes y polémicos del gigante asiático. Se atreve a reírse incluso de los mayores tabúes políticos de China. De hecho, el primer puñetazo se lo propinó en 2008 a la mismísima figura de Mao Zedong a través del documental Ready Made, en el que ironiza sobre el Gran Timonel a través de la vida de varios imitadores. “El significado de su imagen ha cambiado radicalmente con el tiempo. Ha pasado de ser un hombre venerado e incluso temido a convertirse en un elemento de entretenimiento sobre el que la juventud actual lo desconoce todo. Y que en nuestros billetes aparezca la imagen de un hombre que impulsó la visión más radical del comunismo es una muestra de lo contradictoria que puede ser China”, explica en una entrevista con EL PAÍS.
Zhang tampoco se ha olvidado de retratar con sarcasmo el período más negro del fundador de la República Popular. La Revolución Cultural, en la que diferentes fuentes afirman que murieron hasta 30 millones de personas, es la velada protagonista de North by Northeast, su primera película de ficción. Fue estrenada el año pasado, y supuso su primer gran encontronazo con la censura. “A pesar de haber logrado todos los permisos después de haber reescrito el guion, las autoridades la vetaron cinco días antes del estreno, cuando ya habíamos preparado todo el material promocional y 5.000 copias para su distribución. Perdimos mucho dinero porque tuvimos que retrasar el estreno tres meses. Me han advertido de que no lo cuente, pero creo que es una injusticia y quiero que se sepa”.
El problema con el filme de Zhang, un thriller policíaco sobre un violador basado muy libremente en una historia real, es que a los censores no les gustó la forma en la que retrataba a la policía. Y luego estaba el sexo. “El problema con la censura china es que funciona de forma totalmente arbitraria. No existen unas reglas claras sobre lo que se puede contar y lo que no. Todo depende de las relaciones personales —conocidas como guanxi—. Por ejemplo, a nosotros no nos permitían que los agentes fumasen o que dijesen palabrotas, pero en otras películas sí que lo hacen. Como artista, te acostumbras a trabajar con eso tratando de conservar la dignidad. Pero no es fácil”.
Claro que Zhang no se cansa de meter el dedo en la llaga. De hecho, una de sus obras más conocidas es la que comenzó en 2009: el Salón de la Fama de la Corrupción. “La idea surgió durante la reunión anual de la Asamblea Nacional Popular de 2008. Allí los líderes políticos anunciaron que más de 3.000 funcionarios habían sido investigados por corrupción. Entonces me pregunté quiénes eran, porque apenas conocemos los casos más sonados”, recuerda.
Poco a poco, Zhang fue encontrando la respuesta, y decidió encargar retratos de todos aquellos condenados por sobornos y otros delitos económicos. “No son obras mías, sino que los he encargado a pintores del distrito de Dafen —en la ciudad sureña de Shenzhen—, que son los que producen la mayoría de las copias de cuadros famosos que se venden en el mundo. Las únicas pautas que les pongo son el tamaño del lienzo y el color, que tiene que ser el rojo de los billetes de 100 yuanes”. El mismo que se utiliza en el retrato de Mao.
Es, dice Zhang, una obra colectiva que tiene muchas interpretaciones y que esconde multitud de significados. “Hemos alcanzado los 3.600 retratos, cada cual con su estilo. Por ejemplo, hay un pintor que se dedica a hacer hasta 20 copias de Van Gogh al día, y ha utilizado ese estilo. Lo mismo sucede con Rembrandt o Picasso. En cierta forma, incluso la forma en la que han sido producidos los retratos, en un lugar en el que se pintan como si fuese un trabajo en cadena, con materiales malos y baratos, es una metáfora de la China actual”. Y es precisamente el rumbo que su país ha tomado en el siglo XXI lo que Zhang pretende criticar en su próxima película, Just Kidding (Es Broma). “Va a ser una comedia de humor negro que servirá de alegoría sobre la locura en la que se ha sumergido la sociedad china”, avanza.
A pesar de todo, Zhang es consciente de que también se han producido importantes mejoras en el país más poblado del mundo. “Nunca olvidaré la primera vez que salí de China. Era el año 1987 y fui a Japón. Allí es donde descubrí que me habían mentido, que mi país no era el mejor del mundo. No compré ni un solo suvenir, pero cuando marché no pude hacerlo sin un calentador de agua para la ducha. En Shanghái casi nadie tenía uno, así que nos convertimos en la envidia del barrio y los vecinos venían a ducharse a casa. Ahora la vida material ha mejorado notablemente, pero también hay nuevos problemas: el desequilibrio social que ha provocado la política del hijo único, la contaminación, y la falta de libertad”.
A ese último respecto, Zhang considera que Internet es la gran esperanza de China. “Tenemos que entender que el término revolución ahora no es como el de antes. Internet es el motor de una revolución que no requiere matar a nadie. Y por eso creo que los internautas chinos merecen el premio Nobel de la Paz. Hacen que, a pesar de la censura y del peligro al que se enfrentan, la población se cuestione muchas cosas”.
- ¿Y qué pasaría si artistas como usted no estuviesen limitados por la falta de libertad?
- Le responderé con un ejemplo. Ahora estamos en una amplia habitación, cómodos, y hablamos sobre todo tipo de temas sin pensar en dónde estamos, en lo que nos rodea. Si la estancia fuese tan pequeña que no tuviésemos ni donde sentarnos, hablaríamos de la habitación. Eso es China. Cuando trabajo con libertad, como cuando estuve viviendo en Estados Unidos, no soy un creador político. Solo cuando hay límites me gusta ponerlos a prueba, porque me incomodan.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.