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EL ESPAÑOL DE TODOS
Columna
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Puntuación y ‘parrafeo’

Los párrafos no tienen que ser ni cortos ni largos, sino expresivos de la estructura del texto

Supongamos que hemos obtenido un excelente material, y el periodista conoce bien la lengua y es capaz de reflejar en palabras toda la intensidad del reportaje. Pero falta todavía algo que puede deslucir el buen trabajo anterior o estructurarlo en su justa medida. Hablamos de la puntuación, estrechamente vinculada a lo que podríamos llamar teoría del párrafo.

Los signos de puntuación son las señales de tráfico que dan su pleno sentido al texto y permiten leerlo como el autor tiene en mente. Esos signos no son intercambiables, sino que cada uno tiene una función específica y distinta. No da lo mismo la coma que el punto y coma. Y esas señales operan de forma parecida a la división en el cine de escenas y secuencias. Las escenas estarían separadas por comas o punto y coma, y en casos más tajantes por el punto y seguido, y cada párrafo sería, a su vez, una secuencia. No haré aquí, sin embargo, una relación pormenorizada de para qué sirve cada signo, que eso se aprende leyendo. Tan solo dos palabras sobre el uso de los puntos. No separamos texto con punto y seguido porque ya llevemos mucho texto escrito, sino porque hemos terminado de enunciar esa sucesión de escenas. Y evidentemente, el punto y aparte pone fin al párrafo porque cambiamos de secuencia. Sin ánimo de desalentar añadiré que yo no tuve la sensación de que sabía puntuar hasta cumplidos los 30 años.

Los textos, cualquiera que sea su extensión, deben tratar un solo tema, porque dos son multitud y confusión. Y, a su vez, se dividen en párrafos o secuencias, que deben explorar un aspecto claramente distinto de la historia, pero sin dejar de formar parte de esa unidad superior. Los buenos trabajos periodísticos no se hacen apiezando retales, sino de una sola pieza, aunque fraccionada en secuencias y escenas. Sobre el parrafeo he conocido, sin embargo, buen número de teorías, a cual más irrelevante. Hubo una época en que se puso de moda decir que había que escribir corto porque la vida era cada vez más frenética y no había que hacer perder tiempo al lector. Para eso, mejor suprimir toda la prensa y no demoramos a nadie; otra era que los párrafos tenían que ser breves porque la visión de párrafos largos desalentaba la lectura; o, mejor aún, la bendita teoría, parece que extraída de algún arcano anglosajón, de que era conveniente alternar párrafos largos y cortos, como una especie de reposo del lector, siempre, al parecer, en forcejeo con el texto.

Los párrafos, en cambio, no tienen que ser ni cortos ni largos, sino expresivos de la propia estructura del texto: párrafo equivalente a secuencia. Así, podemos darle a cada párrafo la extensión que nos parezca pero no como un antojo, sino por el número de palabras que hayamos necesitado para contar cada secuencia. Es disparatado ver como se desintegran los párrafos cuando, tan frecuentemente, se comenta de manera anticipada lo que dijo fulano, para abrir a continuación párrafo y contar con o sin comillas (“”) lo que efectivamente dijo. Eso es destruir o atomizar la estructura natural de la lengua. Pero eso no quita que no convenga asustar al lector con un rosario de párrafos interminables y que de cuando en cuando un párrafo especialmente conciso sea un alivio, pero nunca, repito, en atención al número de líneas consumido, sino porque hemos hecho el trabajo secuencial.

Y para terminar subrayemos que en esto del periodismo no estamos en el terreno de la matemática aplicada. En una ocasión mi director me dijo que yo ponía demasiadas comas. Puede ser, porque en todo hay escuelas de pensamiento.

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