Art Basel: El camaleón y el dedo de Dios
Una visión crítica de la feria de arte contemporáneo más importante del mundo: ¿Cuándo dejaron de ser artistas para convertirse en palmeros de sus galeristas?
En la misma ciudad donde estos días se celebra la feria de arte más importante del mundo, Hans Holbein pintó hace quinientos años un cuadro cruel y misterioso, Cristo yacente en la tumba, un desolador retrato de un hombre realmente muerto, desacralizado, abandonado por el padre y sin promesa de resurrección. Su rostro está ligeramente inclinado, tiene la boca y los ojos entreabiertos, la mano derecha en tensión toca la sábana como queriendo indicar algo con el dedo medio. A propósito de esta réplica nórdica del Cristo de Mantegna, el historiador Victor Stoichita nos habla del “dedo de Dios”, donde tendría sentido como un acto metafórico que nos hace creer que aquello que se finge es real. La muerte viviente.
Esta obra maestra del Renacimiento alemán congrega cada año a miles de visitantes en el recientemente ampliado Kunstmuseum de Basilea, parte de cuya colección pudo verse el pasado año en el Reina Sofía y El Prado. La maravilla del cuadro de Holbein es que no hay que verlo sino leerlo, pues es absolutamente horizontal, un libro con su propio código cuyo signo más sobresaliente es el famoso dedo fálico. ¿A dónde apunta o de quién se burla este “digitus impudicus”? Si siguiéramos la lógica naturalista de la pintura, en un plano secuencia que nos acercara a unos dos kilómetros en dirección al recinto ferial de la ciudad suiza, llegaríamos al escenario del más allá, a esa otra vida que transcurre dentro de una burbuja perfecta donde la sofisticada tribu de coleccionistas, dealers y galeristas socializan, venden y compran ajenos al mundo real del ahí afuera. En realidad, el miembro del Cristo es un dedo cataléptico, como una prueba prehipnótica que conduce al coleccionista a un estado de insensibilidad profundo que puede durar hasta tres días.
Art Basel es también ese sitio infrahumano donde uno puede llegar a detestar a su artista favorito, incluso darlo por finiquitado. Las abundantes piezas de William Kentridge, Cindy Sherman, Joseph Kosuth, Michelangelo Pistoletto, Tony Oursler, Isa Genzken o Lawrence Weiner distribuidas por los estands parecen parodias de sí mismas. Espectacularización, ingenios de feria, decoración de interiores… ¿Cuándo dejaron de ser artistas para convertirse en palmeros de sus galeristas?
La feria es un continente propio, vive su propio ritmo, ajena a la Manifesta 11 --la bienal de arte inaugurada la pasada semana en Zúrich-- con ferocidad, capaz de mimetizarse en cualquier acontecimiento artístico de índole global, pongamos la Documenta de Kassel, la Bienal de Venecia o el Skulptur Projekte Münster (que se celebra cada diez años). Art Basel es hoy todo eso y mucho más: tiene su documentita –la plataforma Unlimited, con 88 proyectos a gran escala, comisariada por Gianni Jetzer-, cuenta con el programa ArtBasel Film, dirigido por Maxa Zoller, el proyecto Parcours de arte público, a cargo de Samuel Leuenberger, quien ha diseñado un recorrido con 19 site-specific por el casco antiguo de la ciudad. No falta el simposio, Artist’ s Artist, dirigido por el infalible Hans Ulrich Obrist. Art Basel es un camaleón.
La 47 edición de este año ha reunido 286 galerías de los cinco continentes. Predominan los formatos clásicos, pintura y escultura; hay mucha fotografía (más histórica y conceptual que contemporánea) y pocos vídeos, el formato preferido, junto a las grandes instalaciones, de la sección “Unlimited”. Hay estands formidables, de una elegancia infrecuente en estas ferias: Elvira González (Madrid), Micheline Szwwajcer (Bruselas), Edwynn Houk (Zúrich-N.Y.), Paula Cooper (N.Y.); otros, que redoblan en espacio a los anteriores, parecen bazares chinos, a pesar de contar con buenas piezas (Marian Goodman, Perrotin, Continua, Hauser & Wirth o Gagosian, donde Picasso convive con Jeff Koons). No faltan los galeristas que se mantienen insobornables y tímidos en medio del ajetreo; pasear por sus estands tiene algo de heroico (curiosamente, la mayoría son españoles, ProjecteSD (Barcelona), que exhibe dos pequeñas y delicadas esculturas de Asier Mendizábal y dibujos y un mural de Matt Mullican; Espai Visor (Valencia), con las series fotográficas “accidentales” del artista de Sarajevo Braco Dimitrijevic) y la Maisterravalbuena (Madrid) con un curioso animalario de madera revestido con ropa interior, del artista peruano Daniel Jacoby).
En fotografía, la Kicken de Berlín es siempre preferida (Moholy-Nagy). Vemos cada año con la misma autoexigencia a la Fraenkel de San Francisco (Diane Arbus, Mel Bochner, Peter Hujar) y Edwynn Houk de Zúrich-N.Y (Weston, Kertész, Brassai, Stieglitz). Hay piezas que preferiríamos ver en museos: las fotografías de Sigmar Polke de los años 70’ sobre Afganistán, en la Michael Werner (Nueva York y Londres), los penúltimos dibujos de Louise Bourgeois en la Chaim & Read y en la Caroline Nitsch (N.Y.); un Cy Tombly en la Karsten Greve (St. Moritz/París) que parece el monumento a la Internacional de Tatlin enterrado en bronce (The Mathematical Dream of Ashurbanipal, 2009) y una de las primeras y más extrañas series fotográficas land de Victor Burgin (1967-8) en la Thomas Zander (Colonia).
Se dice que una feria de arte es buena si tiene la capacidad de sacar a la venta piezas de museo. Más allá de que ahora estos centros están interesados en adquirir Dan Grahan, James Turrell, Mike Kelley o Ai WeiWei, Art Basel cumple en este aspecto como ya casi ninguna otra. Será por el dedo de Dios.
Las 5 principales de 'Unlimited'
Christo. Four Store Fronts Corner, 1964-65. Annely Juda Fine Art. Londres. Una escultura a gran escala que reproduce el escaparate abandonado de una tienda típica de un barrio de Manhattan, donde Christo y Jeanne-Claude acababan de instalarse por esas fechas procedentes de París. Se exhibió por primera vez en la Leo Castelli y está considerada la pieza-prólogo de sus posteriores envoltorios de grandes arquitecturas y paisajes por todo el mundo.
Paul Sharits. Dream Displacement, 1976. Galería Greene Naftali. Nueva York. La película, restaurada desde su primera exhibición en la legendaria Albright-Knox Art Gallery, es capaz de envolver al espectador casi materialmente, como si se metiera dentro de un cuadro.
Martha Rosler. House Beautiful: Bringing the War Home, 1967-1972. Galería Nagel Draxler. Berlin. Un clásico del fotomontaje (en realidad son fotografías en color de los collages originales) y una denuncia en clave feminista de la escalada bélica norteamericana en Vietnam. Rosler los compuso durante la guerra con el fin de reproducirlos en periódicos undergrounds y flyers y fueron su respuesta a la frustración que le generaban los artículos en Prensa y noticiarios de televisión, incluso los panfletos anti-bélicos.
Kader Attia. The Culture of Fear: An Invention of Evil, 2013. Galería Lehmann Maupin. Nueva York, y Galería Nagel Draxler. Berlin. La instalación del artista francés (de origen argelino) consiste en estanterías llenas de periódicos y libros de los dos últimos siglos relativos a la historia colonial, y en todas las imágenes que los ilustran aparecen hombres no-blancos (africanos, árabes, bereberes o indios) cometiendo crímenes atroces contra la población blanca, especialmente contra las mujeres. Así nos siguen contando la historia.
Emilio Isgrò. Encyclopedia Britannica. 1969. Galería Tornabuoni Art. París. Una instalación compuesta por varios volúmenes de la Enciclopedia Británica en los que el artista italiano tacha imágenes o entradas, interrumpiendo así la historia oficial. Su técnica es la "cancellatura", o cómo pintar/escribir la historia de nuevo, suprematísticamente.
La peor de Unlimited:
Hans Op de Beeck. The Collector' s House, 2016. Galería Marianne Boesky (Nueva York), Galería Continua (San Gimignano) y Galería Krinkinger (Viena). Es el paroxismo en una feria de arte, decenas de curiosos haciendo cola para entrar en la aburrida mansión de un gatsby contemporáneo. Parece el escenario después de la erupción del Vesubio. No es una obra crítica, al contrario, es una estetización de la propia crítica y refuerza las pulsiones de todo voyeur.
Una de las escasas obras que toca de frente la realidad social no está destinada al coleccionista, sino al viandante de la ciudad de Basel; se trata del proyecto del chileno Alfredo Jaar “The Gift”, en el que unos voluntarios piden donaciones en los alrededores de la Münsterplatz. Lo recaudado servirá para salvar las vidas de refugiados que llegan a las islas griegas por mar).
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