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Primavera Sound cierra con éxito de público y música

El festival basa su crecimiento en una oferta inasequible y en la capacidad del Fórum para recibir 55.000 personas al día

Asistentes al festival bailan durante el concierto de Brian Wilson. ALBERT GARCIA EL PAÍSFoto: atlas

El Primavera Sound ha cerrado puertas con un éxito incontestable de público, al que ha congregado con un cartel completísimo que ha deparado grandes momentos en estos días de música. Pero a veces las cifras ocultan los hechos y la música tapa a la música. La cuestión es que los macrofestivales están para quedarse y ofrecen una nueva forma de consumo de música. La industria, los músicos, promotores y agentes han apostado por este modelo que ofrece una “experiencia” al público, como el ¿te gusta conducir? vendía coches apelando a las sensaciones de la conducción. Y este modelo se ha asentado en España con el Primavera Sound.

Lo que ha quedado claro en esta edición es la capacidad del Fórum para engullir multitudes. Cada día se concentraron allí unas 55.000 personas sin problemas reseñables, ni tan sólo cuando acabó el concierto de Radiohead en Mordor —así se comienza a conocer humorísticamente la explanada de los dos escenarios principales—. La distribución y ampliación de espacios, con un Beach Club que ha funcionado como festival dentro del festival, y de manera especial la ingente cantidad de servicio de seguridad, más que nada de control de flujos, garantizó que los desplazamientos masivos no originasen colapsos. En este sentido el festival ha sabido resolver un asunto peliagudo que mal gestionado puede llevar al público a percibir el recinto y al propio certamen como un lugar incómodo. Nada de eso, el recinto ha sido cómodo y limpio.

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Al mismo tiempo que el festival resuelve con nota estos problemas avanza en su modelo de actividades y “experiencias” en torno a la música en el que ésta es un elemento más en la oferta que recibe la asistencia. No es que la música no sea lo más importante, es que la oferta resulta inabarcable, generando la misma sensación de aturdimiento que se tiene al entrar en un hipermercado, donde todo está pensado para comprar y paradójicamente salir con la frustrante sensación de que se podía comprar aún más. Además ubicarse adecuadamente para seguir los conciertos estrella, particularmente el de Radiohead, seguido por buena parte del público desde una distancia que limitaba su disfrute, obliga a olvidar los otros escenarios por un buen rato, lo que conlleva comportamientos de concierto individual —ir pronto, no hacer más planes para ese tramo del día etcétera— en un contexto de festival, donde lo que se compra con la entrada es cantidad y opciones de consumo.

Un referente mundial

Otros festivales han limitado su crecimiento a tamaño humano y pese a disponer de varios escenarios, estos no alcanzan números infranqueables. De esta forma el seguimiento de los conciertos está más vinculado a la música y a los gustos del aficionado, cuya experiencia principal es esa música, sujeto protagonista. En este modelo la cantidad no es el argumento principal, y todo y que la oferta puede ser nutrida las distancias no se convierten en elemento a ponderar cuando se trata de decidir en un momento tonto qué escenario visitar para descubrir algo desconocido. Pero hoy manda la cantidad. En todo. Es un epítome de nuestra sociedad, en la que ya no somos ciudadanos, aficionados a la música en este caso, sino consumidores. Anécdota, en el Primavera no había cervezas pequeñas: o medianas o grandes.

Ello no quiere decir que una buena parte del público del Primavera pueda ver sus conciertos favoritos, tenga rutas establecidas de antemano y no fie las decisiones al albur. Lo que implica este modelo es que al festival se va a pasar el día como a un centro comercial y que según cómo la música acaba tapando a la propia música. Es un modelo perfectamente razonable que ha convertido al Primavera Sound en un referente mundial, pero no es el único modelo posible ni la única manera de ofrecer música en un festival.

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