Javier Cercas declamando a Rubén Darío en Managua
'Centroamérica Cuenta' junta memoria, crónica y política en su cuarto encuentro
Hablaban sobre Vida y naturaleza. Diálogos entre Cervantes y Darío, porque este año ambos escritores, el manchego y el nicaragüense, cumplen sendos centenarios, cuatro siglos del autor del Quijote, uno del autor de Margarita está linda la mar, cuando, confiado en la memoria y en la pasión, el novelista español Javier Cercas se arrancó a declamar uno de los más famosos versos de Darío: Lo fatal. Puesto en pie, agitando las manos como un rapsoda, el autor de Soldados de Salamina lidió esa batalla de recitar solo, sin ayuda de papel alguno, y terminó su vibrante actuación lanzando un puño a lo alto. El público lo siguió enfervorizado, lo ayudó cuando se trabucó en alguna rima, y al final lo aplaudió puesto en pie.
Fue en Managua, terreno abonado, pero el riesgo de recitar a Rubén Darío allí, ante Sergio Ramírez, que ha escrito hasta novelas sobre su compatriota, y ante muchos rubenólogos como hay en Nicaragua, era un desafío imponente que Cercas arrostró como un jabato. Acaso fue esa actuación del improvisado rapsoda la que marcó después las jornadas del IV Encuentro Centroamérica Cuenta, que Ramírez organiza en Managua y otras ciudades (su patria chica, Masatepe, incluida) para atraer a escritores hispanoamericanos de distintas generaciones y especialidades. Nicaragua vive un momento crucial de su historia: a la hermosura de su tierra, de su volcán mítico de Masaya, donde empezó la revuelta sandinista que derrocó a Somoza, precisamente, de los pueblos intactos, se unen una crisis económica que afecta a la región y que toca al país de Sandino gravemente, y la presencia de un gobierno que manda prácticamente sin oposición ni contrafuertes mediáticos o políticos. Esa combinación se junta ahora con la polémica sobre el canal que promueve el Gobierno de Daniel Ortega y que cuenta con la oposición de organizaciones ambientalistas y con campesinos inquietos por el porvenir de sus animales y de sus tierras. Por eso, como metáfora, ese recitado de Javier Cercas de Lo fatal parecía invocar una situación que no dista de ese adjetivo rubeniano.
En ese acto inaugural en que se escuchó Lo fatal estaban, por ejemplo, Gonzalo Celorio, de México, el propio rapsoda español, Santiago Roncagliolo, de Perú y el ya citado nicaragüense Sergio Ramírez. Es éste el impulsor de estos encuentros, a todos los cuales asistió, y en algunos de los cuales actuó de moderador; el autor de Margarita está linda la mar y de Flores oscuras (donde está su relato No me vayan a haber dejado solo, sobre su casa natal en Masatepe, una joya de la literatura en español) dedica a estos encuentros gran parte de su energía, junto a un equipo que garantiza un milagro en este tipo de encuentros: asistencia y puntualidad, además de contenidos.
Ramírez fue vicepresidente del gobierno de Nicaragua integrado por quienes habían derrocado a Somoza; desde que aquel gobierno acabó su labor él se desgajó de la revolución sandinista, después de un periodo de desencanto que contó en 1999 en su libro Adiós muchachos. Ahora vive y escribe en Nicaragua, alejado desde hace años de la política, dedicado en exclusiva a la literatura. En Masatepe ha creado una fundación de actividades culturales que lleva el nombre de su madre.
Al encuentro invita Ramírez, también, a escritores nicaragüenses, con otros narradores y periodistas centroamericanos, pues la región es una de las preocupaciones de algunas de las mesas redondas que abundan en esos cinco días de debates. En aquel acto inaugural fueron Darío y Cervantes el asunto; pero además se habló de crónica y periodismo (con Alberto Salcedo Ramos, colombiano, que recordó que “la crónica es un género para testarudos”, como dijo su paisano Álvaro Cepeda Zamudio, Carlos Zanón, español, y Daniel Domínguez, panameño), de la novela histórica (con cercas, Ignacio Padilla, mexicano, y el ya nombrado Celorio), de la novela negra (con Berna González Harbour, con Zanón, con el mexicano Antonio Ortuño), y de la novela erótica, que juntó a dos que la han practicado, Almudena Grandes y la nicaragüense Gioconda Belli.
Hubo mucho más. Talleres, seguidos por profesionales y estudiantes, películas (Jorge Franco, colombiano, habló de su Rosario Tijeras), cómic (con el español Ángel de la Casa), poesía (con el español Luis García Montero), y memoria (con la colombiana Laura Restrepo)…., y tanto que participaron en total 150 narradores, periodistas, poetas, cineastas… Todo ello, en el marco de un país cuyos gobernantes no prestan interés alguno en este suceso cultural, que se debe a la energía y a la filantropía de Ramírez y, por supuesto, a su compromiso cultural con Nicaragua.
Al contrario que otros acontecimientos de esta clase, de los que hay varios en América Latina, éste no cuenta con apoyo oficial alguno; algunas empresas nicaragüenses y centroamericanas apoyan a Centroamérica Cuenta; es el público, muy numeroso y los estudiantes que acuden a los abundantes talleres (de periodismo, de crónica, de cómic, de fotografía, dictado por Daniel Mordzinsky) los que garantizan la continuidad de unos encuentros que resultan excepcionales por la abundancia de participantes y, como queda dicho, por la seriedad con que los autores invitados cumplen la convocatoria.
En ese marco habitual en encuentros así, en que se mezcla la diversión con lo solemne, aquel poema recitado por Cercas, Lo fatal, no sonó sólo como un homenaje a Darío. Porque Lo fatal es un símbolo, en puridad, de la alegría y el dolor que en cierto modo distingue a América desde hace mucho tiempo y que, desde antes de los tiempos de Rubén hasta ahora mismo, marca el semblante de la ubérrima Nicaragua, en la que sonaron como un eco de su naturaleza y de su alma esos versos: “Dichoso el árbol apenas sensitivo,/ y más la piedra dura porque ésta ya no siente,/ pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo/ ni mayor pesadumbre que la vida consciente”. Cercas siguió hasta terminar así, como el poema: “Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,/ y el temor de haber sido y un futuro terror…/ ¡Y el espanto seguro de estar mañana muerto,/ y sufrir por la vida y por la sombra y por/ lo que no conocemos y apenas sospechamos,/ y la carne que tienta con sus frescos racimos,/ y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos/ y no saber adónde vamos,/ ni de dónde venimos…!”.
Sólo se trabó en la palabra sombra, pero el público, que le seguía en voz baja, le animó a seguir y él terminó pletórico. Fue un ¡Viva Rubén! Y, sin duda, un ¡Viva Nicaragua! lo que supuso el aplauso final, la ovación que merecieron el poeta y su rapsoda.
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