El mundo fascinante de Torres-García
La Fundación Telefónica reúne en una retrospectiva 170 obras del artista uruguayo
Para Joaquín Torres-García (Uruguay, 1874-1949), no existía oposición entre la figuración y la abstracción, ni entre el color salvaje o los grises y negros. Sus fascinantes formas jeroglíficas, base del Universalismo Constructivo, fueron su manera de dar una visión unitaria del cosmos a través de las rígidas estructuras y esquematismo foral que caracterizaron casi toda su obra. Migrante durante toda su vida adulta (salió de Montevideo con 17 años y volvió con 60), Torres García está considerado como el artista latinoamericano más vinculado a las vanguardias del siglo XX. Fundación Telefónica abre hoy al público (hasta el 11 de septiembre) la exposición más importante que se le ha dedicado nunca en España.
Procedente del MoMA, La Arcadia Moderna recorre todos los momentos cumbres de su obra con 170 piezas (pintura, escultura, fresco, dibujo y collage) procedentes de 70 colecciones de todo el mundo. En otoño, la muestra se podrá ver en el Museo Picasso de Málaga. Fuera del recorrido han quedado de Barcelona, pese a la fuerte vinculación familiar y artística de Torres García con Cataluña.
La exposición de Madrid cuenta con 11 obras que no se vieron en Nueva York. Entre ellas destaca el fresco que pintó para su casa de Barcelona, La terra, enes y pan (1914), una obra monumental de carácter noucentista. Luis Pérez-Obamas, responsable de Arte Latinoamericano del MoMA, ha comisariado una exposición en la que se intenta demostrar que Torres-García es un creador inclasificable por mucho que estuviera presente en los grandes movimientos europeos de la primera parte del siglo XX. “Torres-García es una referencia en toda América”, asegura el comisario. “En su obra (más de 7000 piezas) se contiene la historia del arte moderno de América y Europa. En su lenguaje constructivo reivindica el mundo prehispánico, transita por el muralismo, personaliza la abstracción”.
El comisario añade dos ideas esenciales para entender la obra del artista uruguayo: su condición permanente de emigrante y su obsesión por la infancia de las formas, del esquematismo que traslada a sus famosos juguetes. “En él, las formas solo existen cuando migran, ese es el concepto fundamental de su obra, esa es la Arcadia con la que hemos titulado la exposición”.
El recorrido arranca con sus primeros trabajos realizados en Barcelona, ciudad a la que llega con sus padres cuando contaba con 17 años. Hijo de un cordelero de Mataró, Joaquím Torres, y de un ama de casa uruguaya, hija de canarios, María García Pérez, empezó casi al llegar a tomar clases de dibujo en una escuela nocturna y a realizar escenas costumbristas que le sirvieron para darse a conocer y relacionarse. Miembro activo del grupo de intelectuales que promovieron el Noucentismo, en contra del Art Nouveau, logró ser uno de los artistas más populares en la Barcelona de comienzos del siglo XX. De aquellos años se exponen numerosos retratos (incluido un autorretrato con pipa) junto a bocetos de la serie de frescos monumentales para el Salón de San Jordi en el Palau de la Generalitat de Barcelona, un polémico proyecto que le puso en el centro de la polémica y le dejó sin muchos de los encargos que tenía en marcha. Disgustado y empobrecido se traslada a vivir al campo y comienza, con muy poco éxito, a diseñar juguetes de madera, ingeniosamente ensamblados, algunos de los cuales se pueden ver en la exposición.
La segunda sección está centrada en los años que vive en Nueva York, entre 1921 y 1929, una ciudad a la que llega con su familia y sin conocer ni una palabra de inglés. pese a ello, conoce a artistas como Joseph Stella, Walter Pach, y Max Weber. Se adentra de lleno en la creación de juguetes (Aladdin Toys) y realiza collages como New York Street Scene (1920), en los que retrata el paisaje geométrico de la ciudad. Aunque participa en varias exposiciones e incluso a exponer e incluso vende, la situación económica no mejora y retorna a Europa.
París es su tercera gran etapa. Allí vive entre 1926 y 1932, un período de entreguerras en el que participa del ecléctico panorama artístico del momento y, sobre todo, del interés por el primitivismo que caracteriza a las primeras vanguardias. En estos años, dice Luis Pérez-Obamas, se define su estilo. En Construcción en blanco (1931), señala el experto, se contiene todo su mundo: figuras esquemáticas trazadas simplemente sobre una cuadrícula densa en la que tonalidades sencillas resaltan campos geométricos. Palabras, letras y abreviaciones están grabadas al lado de figuras específicas (representaciones esquemáticas de mujeres y hombres, peces, caracoles, relojes, casas, anclas, corazones, espadas, barcos, templos, y cruces). La obra es un modelo sobre el que realizará múltiples versiones antes de volver a su Montevideo natal, en 1934, Allí funda la Asociación de Arte Constructivo y comienza una serie de cuadros arquitectónicos hasta crear, ya libre del peso de Europa, la imagen más emblemática del modernismo latinoamericano: el mapa invertido de América del Sur.
Babelia
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