Inverosímil
La última novela del venezolano Juan Carlos Méndez Guédez es una larga declaración, en un hospital psiquiátrico a una monja que lleva meses en coma
La última novela del venezolano Juan Carlos Méndez Guédez (1967) se estructura en una larga declaración, en un hospital psiquiátrico de Portugal, de la falsa Mabel Berrizbeitia a una monja que lleva meses en coma. La elección de esa interlocutora muda le permite contar su vida con todo tipo de digresiones, según el ánimo del momento. Esa libertad es una marca tanto de la novela como del carácter de esta mujer, que se ha fingido loca para eludir una acusación de asesinato, y de la que pronto sabremos que dirige, con prodigiosa facilidad y eficacia, una organización internacional dedicada al tráfico de joyas y obras de arte. Todo lo que se cuenta lo conocemos a través de su imaginación, no hay otras voces que puedan desmentirla, y su relato resulta tan fantasioso que es imposible no dudar de que su confesión es fruto del delirio. Muy al principio, infatuada de sí misma, no tiene empacho en decir: “El universo no está preparado para que yo revele mi verdad”, que lleva a sospechar de los constantes alardes de que hace gala: criada en un apartamento de Caracas, “del tamaño de una caja de zapatos”, aprende cuatro idiomas, estudia Artes, Letras y Derecho, y se convierte en una exitosa traficante de obras maestras de la pintura, de las que se apropia en museos o mansiones privadas sin ninguna dificultad, y luego endosa a millonarios sintiéndose una “mensajera que repartiera felicidad”.
Todo resulta demasiado inverosímil, o cándido, para creer a esta narradora que adereza de mil maravillas una peripecia que no presenta ninguna discordancia entre realidad y deseo: “Yo tomé un tren que me llevó lejos. Adonde yo quise”. La novela se sostiene así en una deriva perversa de la imaginación, pues al crear una figura de mujer tan admirable, se obliga al lector a una actitud igualmente cándida. La novela sirve de consuelo por el derroche de vivacidad e inteligencia de su protagonista. Excepto alguna ansiedad amorosa, no hay nada que no resuelva a beneficio de quien merece su generosidad, incluida ella misma. Decíamos que su deposición, pues tiene mucho de judicial, parece un delirio. El ámbito psiquiátrico y las burlescas situaciones así lo sugieren. Pero no. La novela es un autorretrato que se presume fidedigno. Y así será, ya que, según Mabel, “las palabras se inventaron solo para decir ‘yo”.
El baile de madame Kalalú. Juan Carlos Méndez Guédez. Siruela. Madrid, 2016. 192 páginas. 16,95 euros
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