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Jóvenes airados: el vendaval de los cincuenta

Con la muerte del dramaturgo Arnold Wesker, desaparece el último de los ‘angry young man’ de Londres

Marcos Ordóñez
El dramaturgo británico Arnold Wesker, en 1963.
El dramaturgo británico Arnold Wesker, en 1963.CECIL BEATON

A finales de los cincuenta, un grupo de artistas británicos (escritores, dramaturgos, cineastas) decidieron “contar lo que sentían, no lo que debían decir”, como Edgar al final de El rey Lear, mostrando una realidad que no aparecía en las fotos oficiales. Según las crónicas, el disparo de salida tuvo lugar la noche del estreno en el Royal Court londinense, en mayo de 1956, de Mirando hacia atrás con ira, de John Osborne, que proclamaba la necesidad del realismo contra el inmovilismo de la escena teatral. Lo del disparo de salida era muy relativo. Para Michael Billington, por ejemplo, el vendaval airado comenzó a soplar ese año pero más lejos, en el Theatre Workshop, del barrio de Stratford East, cuando la gran Joan Littlewood y su compañía estrenaron de The Quare Fellow, del irlandés Brendan Behan, una furiosa y enloquecida farsa sobre la pena de muerte. Sin embargo, Mirando hacia atrás con ira contó con un valedor capital, Kenneth Tynan, el crítico de moda, que en su columna del The Observer escribió: “No puedo querer a quien no quiera ver esta obra".

El término angry young man (jóvenes airados), que aparecía en el programa de mano, sirvió para bautizar a un grupo del que, como suele suceder, ninguno se sintió integrante. El sentimiento común existía, al igual que el odio a la etiqueta conjunta, pero las divergencias eran considerables. Osborne, por ejemplo, consideraba a Coward y Rattigan como santones a abatir, mientras que su colega Harold Pinter siempre reconoció la influencia de ambos. Y poco le interesó a Pinter, sin duda el dramaturgo más original y poderoso de su generación, la reivindicación realista: cuando le preguntaban, decía que el tema de sus obras era “la comadreja bajo el mueble bar”. Sin embargo, el realismo y la descripción de ambientes de clase obrera y media-baja, escasamente presentes en el teatro, la narrativa y el cine de la época, se convirtió en la baza definitoria de los angry: a eso se refiere el denigratorio término kitchen sink plays (obras de fregadero), que hace pensar en una nariz arrugada y bastante clasista. No hay que olvidar que la aparición de una tabla de planchar en el decorado de Mirando hacia atrás con ira levantó también más de una ceja crítica, aunque hoy cueste creerlo.

Entre 1956 y 1960 puede establecerse una cartografía (telegráfica) de la constelación airada. En 1956, Colin Wilson publica el ensayo The Outsider, que se convertirá en una suerte de biblia teórica del movimiento.

Pinter arranca en 1957 con La fiesta de cumpleaños. Lo de arranca es un decir: masiva hostilidad crítica (solo el veterano Harold Hobson le salva de la quema). En el negociado novelístico, el inmediato precursor de los angry bien podría ser Kingsley Amis, que en 1954 pega un bombazo con la sátira antiacadémica Lucky Jim. Poeta angry sería, en su primera época, el no menos grande Philip Larkin, que comienza a cantar con su propia voz en Engaños (1955), y décadas más tarde definirá a la perfección el aire de la época en Annus Mirabilis o escribirá el poema más angry (y más punk) de la historia, This be the verse, que comienza con un rotundo “They fuck you up, your mum and dad” (Te jodieron bien tus papis). John Braine, amigo de Amis y Larkin, publica Fango en la cumbre, en 1957, y Alan Sillitoe, quizás el escritor airado por excelencia, se da a conocer entre el 58 y 59 con Sábado noche, domingo mañana y el soberbio relato La soledad del corredor de fondo. Los textos de Sillitoe, que convertirá en guiones por encargo de Karel Reisz y Tony Richardson, serán piedras angulares del naciente Free Cinema, impregnado de esencia angry. Richardson, que había montado Mirando hacia atrás con ira en el Court, la llevará a la pantalla en 1958. Ese mismo año, dirigida por Joan Littlewood en el Theatre Workshop, se estrena con éxito Sabor a miel, de Shelagh Delaney, etiquetada como “la dramaturga angry”, aunque el programa de mano se apresuraba a señalar que “no tenía nada que ver con ellos”.

Para cerrar este apresurado repaso hay que hablar de Arnold Wesker, que murió el pasado día 12 y fue uno de los autores que mejor retrató a la clase trabajadora de la época. Fue descubierto por George Devine, el director artístico del Royal Court, que con la English Stage Company monta La cocina (1957) y Raíces (1959). Raíces, que cuenta con una gran protagonista femenina, el personaje de Beatie Bryant, es la pieza central de una notable trilogía completada por Sopa de pollo con cebada (1958) y Estoy hablando de Jerusalen (1960). Todo con patatas (1962), que trata sobre la neutralización de la protesta, fue quizás su último éxito, pero no por ello dejó de escribir: a su muerte contaba con cincuenta piezas publicadas, además de novelas y poesía.

Un hijo posible de los angry es Edward Bond, cuyo Salvados armó un buen escándalo en el teatro británico de mediados de los sesenta, y tampoco hay que olvidar la ferocidad, en clave de comedia negra, de Joe Orton, con títulos como Entertaining mr Sloane (1964), El botín (1965) o la póstuma Lo que vio el mayordomo (1969). En los noventa, el crítico Aleks Sierz bautizó como “In-Yer-Face-Theatre” a la muy airada generación de Sarah Kane, Mark Ravenhill, Joe Penhall y Martin McDonagh. La recientísima y exitosa Hangmen, de este último, tiene no pocos ecos de Orton y del primer John Osborne.

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