PJ Harvey, turismo del horror y la indignación
El nuevo disco de PJ Harvey se queda en un seis sobre diez de valoración. Lee también las críticas de los nuevos trabajos de Andrew Bird y Melange
EL DISCO DE LA SEMANA: PJ Harvey - The Hope Six Demolition Projec
¿Cómo observar, sin condescendencia ni exasperación, la miseria de este mundo, sus abominables guerras en remotos territorios y los daños colaterales que tardan décadas en cicatrizar, o la inhumana pobreza en los arrabales de grandes capitales occidentales? ¿Hasta qué punto es lícito transformar el impacto del encuentro personal con esa realidad en canciones, con la intención de que cumplan su efecto informativo, y emocional, sin deslizarse hacia la compasión hipócrita de nuestra mirada occidental? Son algunas de las cuestiones que suscita la escucha del nuevo álbum de la menuda británica, artista singular cuando podía haberse quedado en simplemente caprichosa. Premiada en 2011 con el Mercury Prize por Let England Shake, Harvey destripaba en aquel disco la noción misma de patria británica al observar el páramo dejado por Tony Blair tras la intervención en Irak, viajando al pasado para levantar oblicuas actas de cómo el imperio se fue desmoronando bajo una húmeda y corrupta neblina.
Artista: PJ Harvey
Disco: The Hope Six Demolition Project
Sello: Island Records-Universal
Calificación: 6 sobre 10
Como inglesa de Somerset, estaba en su derecho al destapar vergüenzas nacionales. Otra cosa es lo que acomete en The Hope Six Demolition Project, producto de sus viajes a zonas calientes —Afganistán, Kosovo, un durísimo vecindario en Washington D.C.— y las pesarosas conclusiones, fugaces y manchadas por la subjetividad, que de dichas incursiones extrajo. Son once nuevas composiciones de orgánica turgencia, espaciosos cantos de denuncia sostenidos por voces unidas en coro tribal: la reconocible de Polly Jean, líricamente aguda o solemnemente inflamada, y la de sus instrumentistas y productor John Parish. Guitarras reptantes y encabronados saxofones apenas sobrevuelan un cimiento rítmico que busca consenso étnico. Músicas y letras parecen escapadas del cuaderno de notas de aquellas excursiones —junto al fotógrafo Seamus Murphy— a la barbarie y la desventura, que plasmaron en el libro The hollow of the hand, con imágenes de él y poemas de ella.
Quizás anhelando mantener el tono de frugalidad que requiere tan incómoda temática, The Hope Six Demolition Project suena homogéneo y torrencial, como el registro de una actuación más que una elaboración de estudio. Arranca marcial en The Community of Hope, visita a un infierno suburbano de viviendas semiderruidas, drogadictos deambulando por las calles y escuelas desatendidas donde, dice el estribillo, ‘’van a instalar un Wal Mart’’. Antes de la publicación del álbum, la canción ya motivó reacciones airadas desde aquella comunidad a orillas del polucionado río Anacostia, en Washignton D.C., señalando la intrínseca problemática de una obra musicalmente intrépida y de verbo desmesurado. Según ha explicado Harvey, ‘’recoger información de segunda mano me hubiese alejado de lo que realmente pretendía escribir. Quise respirar el aire, sentir el terreno y conocer a la gente de esos países que me fascinaban’’.
Disonante pero cálido, abundante en destellos humanitarios tanto como en impertinencias u obviedades, tan esencialmente desequilibrado como la realidad que intenta capturar aunque se le escape de las manos, The Hope Six Demolition Project tiene un primer acto sólido —The ministry of defence, A line in the sand, A chain of keys, son dignas de su autora— pero flaquea en el segundo, curiosamente más melódico. Vuelve a encauzarse hacia el final, en The ministry of social affairs con su sample de un viejo blues y un saxo atorrante, o en la indignada tonada que impulsa The wheel. Finaliza elegíaco en la frustrante Dollar, dollar, cuyas grabaciones de campo son pura ficción buenista.
Espléndido a medias, el noveno disco de estudio de Polly Jean Harvey no resulta, aunque lo pretenda, tan rompedor como sus dos anteriores. Y sufre de cierta ingenuidad: no hace falta pasearse entre escombros para sentir honda punzada ante un niño que reclama una moneda al otro lado del cristal. Ignacio Julià.
Andrew Bird - Are You Serious
Clasificar a un músico como Andrew Bird –tan ecléctico y tan por libre siempre, esquivo a cualquier intentona taxonómica– resulta harto difícil. Hace veinte años acompañaba a los estupendos Squirrel Nut Zippers, entre lo mejor de aquel efímero alzamiento neo-swing del que casi nadie se acuerda. Luego frotó las cuerdas de su violín o silbó –sí, es una de las especialidades de la casa– para artistas de diversa adscripción genérica –Dosh, My Morning Jacket, Neko Case, Kristin Hersh, Ani DiFranco– mientras construía una carrera por cuenta propia en la que el folk, el pop sofisticadísimo y el indie-rock se llevaban la parte del león en la partitura. Nunca ha facturado música de consumo rápido y olvido instantáneo ni ha claudicado ante las exigencias del mercadeo. En 2014, de hecho, concentró esfuerzos en un álbum de versiones del grupo country The Handsome Family, con quienes ya había trabajado a principios de este siglo. Y el año pasado registró un disco de vocación experimental en el sistema de cañones y barrancos Coyote Gulch del estado de Utah. Siempre a favor de obra, como ven.
Artista: Andrew Bird
Disco: Are you serious
Sello: Loma Vista - Universal
Calificación: 8 sobre 10.
Are You Serious, décimo álbum estrictamente a su nombre, sorprende porque cambia el tercio con respecto a su producción más reciente y, en menor medida, con buena parte de su obra. La primera mitad del disco, tachonada de canciones tarareables pero con mucha miga, resulta tan fácil de escuchar, tan accesible, que se antoja inevitable arquear las cejas. Y en el segundo tramo del mismo nos encontramos con el Bird de siempre, un compositor valiente y abierto de miras que lo mismo hace una incursión rítmica por latitudes africanas –The New Saint Jude–, trastoca un tema de aire pastoral –Saints Preservous– al localizarlo en un entorno netamente urbano o se da un festín de guitarreo en la electrizante Shoulder Mountain.
También llama poderosamente la atención cómo resuelve el expediente sonoro. El disco –coproducido junto al veterano Tony Berg y grabado bajo la tutela técnica de David Boucher, un especialista con muchos galones en la bocamanga en quien lleva años confiando– envía a los altavoces una mezcla saturada y contundente aunque no exenta de los matices necesarios para realzar el chispeante sabor de composiciones como Capsized –de cabeza a su pequeña lista de hits– o Truth Lies Low, colindante con la música popular brasileña y extraordinaria de principio a fin. En el vivaz camino trazado por Bird durante los tres cuartos de hora que dura el álbum hay tiempo para el desengaño y la recaída amorosa. Para las efusiones juveniles y las certezas adultas. Hay un cameo de la ilustre Fiona Apple –quien le da seca réplica en la tremenda Left Handed Kisses– y una miniatura de naturaleza acústica –preciosa Chemical Switches– que conmueve en su valiente desnudez. Hay mucho que rascar en este álbum. Mucha tela por cortar. Y merecida recompensa para el que se decida a hacerlo. César Luquero
Melange - Idem
Pocas veces ocurre que un grupo, ya desde sus primeros pasos, certifica su condición de necesario. Para los que no forman parte del mismo, quiero decir. Es el caso de Melange, un cuarteto de ilustres del underground de Madrid, dueños de un currículum variado y selecto (que incluye nombres como Lüger, RIP KC, Novak o Los Cuantos) y que pese a sus variopintos orígenes han dado con la tecla que propulsa a una banda que se adivina extraordinaria. Así lo ha entendido, arropándoles desde el primer momento, ese sector de la escena subterránea madrileña más abierto a las propuestas diferentes —que no es necesariamente sinónimo de arriesgadas ni implica, al menos a priori, un perfil minoritario—, apreciando su vocación por trabajar la mezcla de distintos estilos bajo unas directrices plenas de coherencia y situadas en coordenadas radicalmente distintas a todo eso que se viene conociendo como mestizaje.
Artista: Melange
Disco: Idem
Sello: Discos Tere
Calificación: 8 sobre 10.
Prematura e irreflexivamente ubicados por terceros en el cajón de la psicodelia, la música de Melange solo lo es ligeramente y desde luego no en dosis necesaria como para asumir especial protagonismo. Parece partir del folk para enseguida cobijarse en esquemas que lo mismo remiten al progresivo de Soft Machine y el resto de los colgados de Canterbury como a las texturas kraut de Can. También a expresiones free y —que ya es requiebro— a cierta música tradicional española que arrancaría muy atrás en el tiempo y tendría su reflejo final en artesanos como Malcolm Scarpa o Miguel Ángel Villanueva, con parada larga en los discos de Vainica Doble. Mucha y variopinta referencia, soy consciente, pero es que así es su propuesta, inabarcable, compleja e intrincada pero a la vez muy bonita y amable, en permanente invitación a repetir con la promesa de seguir sacando ese jugo que de inmediato se atisba. Y en la que la parte experimental parece haberse reservado para el local de ensayo: una vez que el resultado llega al plato, la digestión placentera está garantizada.
Su primer disco es doble, larga duración que se hace muy corta. Me cuenta Mario Zamora, su teclista, que se juntaron y en diez meses salieron estos 15 temas. Les gustaban todos, ni se plantearon descartar ninguno. Su escucha, que crea adicción con muy pocas exposiciones y no solo por el componente hipnótico de sus melodías, te sume en un estado de ensoñación satisfactoria, como si de repente el complicado reto de tomar cosas del pasado y darles pleno sentido en el presente ya no lo fuera tanto, como si el recurso al tarareo —que con tanta soltura emplean aquí— fuera ese guiño que hacía falta para convertir la música sesuda en popular. Melange han debutado con un disco magnífico, que se agotará pronto y se convertirá en objeto de colección y de culto. Y no será uno de esos casos en los que la leyenda o el morbo están por encima de su valor. Eduardo Ranedo
Babelia
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