Entre el Avon y el Támesis
La poco documentada vida del bardo se ha ido reconstruyendo en torno a Stratford-upon-Avon, el pueblo donde nació y murió, entregado a su memoria 400 años después
La cabeza de Shakespeare viajó mucho más que su cuerpo, que apenas se movió entre su pueblo natal, Stratford-upon-Avon, en el corazón de Inglaterra, y Londres, a 170 kilómetros o cuatro días de viaje a caballo. De la época queda un pueblo entregado a su memoria y un teatro, el Globe, junto al Támesis repleto de actividad.
Fue bautizado el 26 de abril de 1564 en Stratford-upon-Avon y falleció allí el 23 de abril de 1616. Entre una y otra fechas, escribió obras de teatro y poemas que capturan todo el abanico de emociones y conflictos humanos y que aún hoy, 400 años después de su muerte, se considera que constituyen la obra cumbre de la literatura universal.
Pocas más certezas existen sobre la vida de William Shakespeare. El bardo no dejó diarios ni correspondencia privada, de modo que su vida ha tenido que ser reconstruida a través documentos públicos. Registros, contratos, facturas, pleitos o referencias en textos de otros, han ido tejiendo el relato del hijo de una familia acomodada de la Inglaterra rural, con buen ojo para las inversiones, que formó una familia, se fue a Londres a perseguir su pasión y volvió a su pueblo natal presumiendo de riqueza.
En Stratford-upon-Avon, en el corazón de Inglaterra, a 170 kilómetros al noroeste de la capital, el visitante puede hoy fantasear con vivir la vida de Shakespeare. Todo ese halo de misterio que la rodea parece desvanecerse cuando uno sigue la huella del bardo, minuciosamente estudiada y reconstruida, por este encantador pueblo medieval entregado a la memoria de su vecino más ilustre.
En Henley Street está la casa familiar de John y Mary Shakespeare, los padres de William. En la actualidad, la vivienda recrea la vida en la Inglaterra rural de mediados del siglo XVI.
No se sabe la fecha exacta del nacimiento de William Shakespeare, pero se cree que pudo ser el 23 de abril ya que era costumbre bautizar a los niños tres días después de nacer, y se sabe que fue bautizado el 26. Los Shakespeare tuvieron ocho hijos: cuatro chicas, de las que solo una sobrevivió a la niñez, y cuatro chicos, de los que William era el mayor.
Nada más entrar en la casa, en la planta baja, llama la atención encontrar la habitación de invitados con una cama con dosel. En aquellos tiempos pocos podían permitirse tener camas, pero los Shakespeare tenían una en cada habitación.
La cama más lujosa estaba reservada para los invitados, en un acto más de exhibicionismo que de generosidad. El hecho arroja algo de luz sobre el misterio del testamento del escritor, que deja a su mujer “la segunda mejor cama” de la casa. Si la mejor era para los invitados, la segunda sería la de la habitación principal.
En la planta de arriba están los dormitorios de los hijos. En uno compartían cama los varones y en otro, las chicas, todos bien apretados y cerca de la chimenea para combatir el frío que entraría por las ventanas sin cristal.
La casa hacía también las veces de taller donde el padre fabricaba los guantes que eran uno de los negocios familiares. Para procesar las pieles de cordero, cabrito o perro, se utilizaban sustancias como cal, huevo, excrementos de perro y orina. Lo que da idea del olor que debía reinar en la opulenta casa de los Shakespeare.
Además del negocio de los guantes, el padre tenía propiedades en el pueblo y comerciaba con lana. Llegó a ser alcalde de Stratford-upon-Avon, antes de caer en desgracia por determinados episodios financieros.
Por el cargo del padre se cree que William pudo estudiar, entre los siete y los 14 años, en la cercana escuela King Edward VI, que sigue en pie -¡y funcionando como colegio!- desde nada menos que el siglo XIII. Estas aulas de madera, que compartían edificio con el ayuntamiento, proporcionarían al bardo la mejor educación disponible en la Inglaterra rural. Hoy los operarios trabajan contrarreloj para abrirlo al público, que podrá ver las delicadas pinturas murales de la época de los Tudor y los pupitres llenos de nombres marcados a cuchillos.
Las obras de Shakespeare revelan un profundo conocimiento de los clásicos, con los que probablemente se empezó a familiarizar aquí. En este edificio pudo haber despertado su pasión por el teatro: los comediantes giraban todo el verano por las provincias y, en los años de escolar del joven William, se calcula que podría haber hasta 30 funciones cada curso que se representaban en el propio colegio.
Poco se sabe de lo que hizo Shakespeare desde que dejó el colegió a los 14 hasta que se casó, cuatro años después, con Anna Hathaway, una mujer de 26 años de una acaudalada familia de la zona. La casa de los Hathaway, que perteneció a la familia hasta el siglo XIX, puede en la actualidad visitarse como museo.
La primera hija de William y Anna, Susanna, nació seis meses después del matrimonio. Dos años después tuvieron mellizos, Hamnet y Judith. Y entre 1582 y 1592, desaparece el rastro. Es el periodo que se conoce como “los años perdidos”. Nada se sabe del bardo hasta que Robert Greene, un dramaturgo rival, le menciona despectivamente en un panfleto. Se trata de la primera referencia a Shakespeare como miembro de la comunidad teatral de Londres.
Ese mismo ataque revela que para entonces ya se había hecho un nombre como actor e incipiente escritor en la capital. En Londres se convirtió en copropietario de una compañía teatral, para la que escribía obras. Poco a poco su escritura fue haciéndose más popular y alabada.
Para el cambio de siglo ya era un hombre famoso y rico. La compañía construyó su propio teatro, The Globe. Una réplica del teatro existe en la orilla sur del Támesis. Es una de las pocas huellas de la vida de Shakespeare en la ciudad, donde no compró casa para vivir -sí compró alguna como negocio para alquilar- y muchas en las que vivió no han sobrevivido el paso de los siglos.
En 1597 compró la única casa que adquirió en su vida para vivir con su familia. Fue en Stratford-upon-Avon, donde habían permanecido ese tiempo –en la casa de Henley- su mujer y sus hijos. Compró una casa antigua, la segunda más grande del pueblo. Un hogar con el que pudo haber fantaseado de niño, ya que se encontraba delante de su colegio. Pagó 120 libras, seis veces el sueldo anual de, por ejemplo, el director de un colegio. También compró tierras en la zona.
Se cree que Shakespeare pasaba parte del año en esta casa, conocida como New Place. Aquí pudo haber escrito muchas de sus obras. Hoy menos de dos horas en tren o en coche separan Londres de Stratford-upon-Avon, pero entonces era un viaje de cuatro días a caballo.
Shakespeare murió en esta casa, y la propiedad pasó a su hija mayor y luego a la hija de esta. Pero la estirpe murió con esa nieta. En 1702, la familia propietaria reformó la vivienda. “Por reforma se entiende que la derribaron entera y construyeron una nueva”, explica Nic Fulcher, director de interpretación de New Place.
Hoy las obras van a toda prisa para poder abrir la finca a las visitas en verano. Habrá un pequeño museo, estacas en el suelo marcando los límites de la vivienda original, y un árbol de bronce y un gran globo terráqueo junto a un escritorio, en el lugar donde se cree que podría haber escrito sus obras. Además, el jardín está siendo restaurado, teniendo en cuenta la probable afición por la jardinería de alguien que menciona 155 variedades diferentes de plantas en sus obras.
En 1611 Shakespeare se retiró en New Place. Y el 23 de abril de 1616 falleció a los 52 años —el 3 de mayo según el calendario gregoriano—. El vicario de Stratford escribió, 50 años más tarde, que el bardo murió de una fiebre contraída después de una “feliz reunión” donde “bebió demasiado”. Sus restos fueron enterrados en el presbiterio de la iglesia de la Santísima Trinidad de Stratford, que hoy es otro de los lugares de peregrinación shakespearianos. Un enterramiento, bajo el altar, propio de alguien que se contaba entre los más ricos del pueblo.
Aunque los expertos lo dan por hecho, no existe tampoco la certeza de que fuera enterrado allí. Sobre la lápida no está el nombre, sino solo un epitafio que ha impedido cualquier intento de desenterrar sus restos: “Buen amigo, por Jesús, abstente / de cavar el polvo aquí encerrado. / Bendito sea el hombre que respete estas piedras / y maldito el que remueva mis huesos”.
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