“Si Monteverdi viviera hoy, incluiría rap en sus óperas”
La Cappella Mediterranea es una rareza que quiere resucitar las almas de compositores barrocos
En la Cappella Mediterranea hay una premisa a la hora de recuperar el patrimonio musical del Barroco: debe sonar como si la obra se hubiera compuesto hoy. Estos días están por primera vez en el Teatro de la Zarzuela, con un doble programa dedicado a Sebastián Durón en el tercer centenario de su muerte. Con algo más de una década de existencia, este grupo abrirá en septiembre la temporada de la Ópera Garnier de París, donde será conjunto residente hasta 2019.
“Para nosotros, la recuperación de una obra como una pieza de museo no tiene sentido. Una persona que venga a escuchar una obra del siglo XVIII tiene que sentir lo mismo que si fuera a un concierto de pop. Lo que hacemos es resucitar almas con nuestro trabajo, de compositores y poetas, y eso es uno de los milagros más bonitos que hay", cuenta su director, Leonardo García Alarcón. Su forma de trabajar a la hora de enfrentarse a una obra nueva es analizar el texto; después la tocan con guitarras para encontrar las velocidades, luego buscan matices y colores y después viene la orquestación de cada personaje, su aura. “Es como darle música a una película muda”, cuenta el director.
Viven en un triángulo en el corazón de Europa, entre Bruselas, Ginebra y París, y en esas tres ciudades despliegan su laboratorio experimental. “Somos un grupo en el que la estética y todo lo que hacemos recuerda al Mediterráneo, que durante 3.000 años fue el lugar en el que todas las civilizaciones asentaron todas las ideas filosóficas y estéticas que son pilares del mundo que hoy conocemos. Nuestro nombre viene en homenaje a aquella época en la que el norte se nutrió de todo lo que se hacía en el sur, y es necesario volver a ese núcleo que fue el Mediterráneo”, dice García Alarcón. En el proyecto que les ocupa en la Zarzuela, defienden la figura de Durón como un "Händel español", y le atribuyen el valor de haber traído a España toda la tradición de la música lírica italiana. “La música de Durón no nos permite reflexionar de tanta velocidad que provoca, es un auténtico combate sin parar de principio a fin”.
Su grupo, desde que naciera en 2005 tras cinco años pensando el proyecto, es algo curioso en su formación. Sus músicos y cantantes no hacen diferenciación entre las músicas y son capaces de tocar jazz, acompañar a un cantaor flamenco o cantar una canción pop. “Cuando nuestros músicos acompañan la música de Durón no lo hacen como un músico de conservatorio, sino que esa música parece escrita hoy”, dice. Y se basa en lo que hacían los músicos del Renacimiento y Barroco cuando abordaban sus creaciones, que tomaban toda la música presente en su época y la introducían en la ópera. “Para mí, es importante recordar que en el siglo XVII no se hacía desprecio a ningún tipo de música. En el Orfeo, Monteverdi incluye música de corte, danza, música íntima, de taberna. Si un músico de esa época viviera hoy iría a escuchar el rap, las músicas populares, y todo estaría dentro de su obra lírica”, explica el director.
Pero, ¿cómo se interpreta algo que se creó hace siglos hoy siendo fiel a lo que no puede escribirse en el papel? ¿cómo se resucita el alma de un compositor? “Si nosotros tuviéramos que escribir lo que hace un cantaor de flamenco, escribiríamos solo un 2%. El intérprete tiene el secreto de la emoción, y por eso debemos utilizar la partitura para salir al encuentro de la emoción que contenía esa partitura en la época. Eso se hace nutriéndose de las músicas populares existentes hoy”, explica.
También piensa que la música que hoy se considera “sagrada” y que viven en los templos de los auditorios y coliseos de ópera ha sido utilizada por la política para fomentar una división de clases que en el Barroco no existía en la cultura musical. “El siglo XX utilizó la ópera como un medio de división de clases. Pero la ópera nació precisamente en el carnaval veneciano, cuando las clases se abolían detrás de la máscara. La ópera es la igualdad, y el siglo XX la ha vuelto elitista porque los reinos principalmente la han tornado un medio político”, dice García Alarcón. Y para él, todas las músicas deben convivir al amparo de una misma sala, no debe haber palacios donde la música popular esté vetada. “La música popular no es un arte menor, ese es el mayor error que puede cometer un ministro de Cultura. Si hay algo que comparte casi toda la humanidad es el amor por la música, no hay apenas nadie que no escuche música. Lo que debe importarnos es el poder de la música, no los estilos de la misma”, cuenta, y pone el ejemplo de Brahms, que hasta el final de su vida tocó en un cabaret y que “hoy los que lo dirigen se olvidan de eso”. “Hay que llevar el arte a todo el pueblo, y que pueblo no sea una mala palabra para aquellos que defienden sus intereses”, dice muy serio.
Para el futuro, la Cappella tiene unos meses vertiginosos de trabajos cargados de proyectos. A la residencia en la Ópera de París hasta 2019, cuando festejarán los 350 años de la institución con una ópera de Lully, se suma una ópera para festival de Aix-en-Provence y otra en Ginebra. Además están inmersos en un interesante trabajo que grabarán en junio y que va a ser un homenaje a la música catalana, para el que están transcribiendo canciones de Serrat a cinco voces para un recital que va a comenzar con las ensaladas de Mateo Flecha y terminará con unos madrigales sobre la música de Serrat. “Sagrado, sacralización y sacrilegio son tres palabras muy relacionadas, la relación del arte con la religión y la creencia de que hay distintos niveles de arte. Eso fue un invento del siglo XX”, concluye.
Babelia
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