Lo que ves no es lo que es
Juan Tamariz vuelve a Madrid durante dos semanas con 'Magia potagia... ¡y más!'
Creció viendo formarse el Templo de Debod (en Madrid) y le gustaría poder ir más en metro, un transporte que califica de "maravilloso". Presume de huevos fritos con puntilla y sus libros se han traducido, entre otros idiomas, al chino. Juan Tamariz hace un fugaz repaso de su carrera en su casa de Madrid, donde estará dos semanas en el Teatro de la Luz Philips Gran Vía con 'Magia potagia... ¡y más!'. Y que quede claro: no tiene pensado jubilarse
Un dos de tréboles boca abajo reposa sobre un mantel blanco bordado con flores geométricas. Al otro lado se sienta Juan Tamariz (Madrid, 1942), sonriente como suele, en un incontenible juego de manos con la baraja. Cuando da la vuelta a la carta el dos de tréboles ya no está, es un 10 de picas. El naipe no se ha movido en ningún momento, Tamariz no la ha tocado. O eso parece. También parece que viva en esa casa cada día; sobre la larga mesa se extienden barajas, un metrónomo pausado corona un extremo y una caja metálica con El hijo del hombre, de Magritte, queda enfrente del tapete negro que el mago ha ido a buscar antes de sentarse (sin él no lo hace, eso y el trapito de limpiar las gafas), rodeado de estanterías colmadas de libros, películas y fotografías en blanco y negro. Pero igual, solo parece. Acaba de llegar de viaje y vuelve a marcharse en algo menos de un mes. Apenas pasa tiempo en España. En realidad apenas pasa mucho tiempo en ningún sitio. Ahora estará las dos primeras semanas de marzo en Madrid, de jueves a domingo en el Teatro de la Luz Philips Gran Vía.
No es capaz de hacer un cálculo aproximado de los kilómetros que ha recorrido, las veces que ha cambiado de continente o las funciones que ha hecho: “Pero me sigo ilusionando muchísimo. Tú sabes cómo ha sucedido, y lo has hecho muchas veces, pero la resonancia de las caras del público es espectacular”. Por eso dejó la tele, porque no hay cercanía, la humanidad se reduce, y si hay algo esencial para este hombre lejano a cualquier canon o protocolo es la emoción. “Recuerdo un espectáculo frente a un grupo de financieros en Bilbao, eran gente muy serie y dura, pero poco a poco se fue rompiendo esa coraza y es entonces cuando vuelves a ver la cara de un bebé en un hombre de 60 años”.
Ese enganche a la emoción es lo que lo ha tenido ocupado de forma teórica durante los últimos 34 años, entre muchas otras cosas. Acaba de entregar a la imprenta Arcoíris, “teoría pura y dura, con muchas cosas novedosas de la magia y aburridísimo”, dice, aunque la verdad es que ha pasado las últimas décadas dedicado a eso, a intentar averiguar qué es lo que mejor funciona en el espectador. “Pensar, mirar, preguntar, probar… qué es eso que va a conseguir que de repente dejes la lógica a un lado”. Reivindica su derecho a contradecirse y a cambiar (en casi todo), y ha ido modificando sus tácticas y estrategias con el tiempo.
Inamovible también ha habido alguna que otra cosa: su tortilla para el desayuno y el poco interés por la imagen. No le parece importante y no es amigo de poses. “Creo en la persona, eso es lo que importa a la hora de transmitir. Si has vivido, luchado, viajado, sentido celos, frustraciones, problemas. Si has bebido, has tenido envidia… eso es lo que sí se puede transmitir”. A Tamariz le funciona. Desde 1973, cuando ganó el Primer premio mundial de Cartomagia, este madrileño que comía bocatas de calamares grasientos cuando salía del colegio no ha hecho sino consagrarse en su profesión. Reconocimientos en los que tampoco cree, ni siquiera en la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes que el gobierno español le concedió en 2011.
'Magia potagia...¡y más!'
Juan Tamariz estará en el Teatro Circo Price las dos primeras semanas de marzo (del 3 al 6 y del 10 al 13). "Y quería avisar a aquellos que no compran entradas porque creen que lo van a ver de lejos que siempre ponemos una pantalla gigante para que nadie se pierda nada", explica el mago.
El único premio que le remueve es la sorpresa que crea a su alrededor cada vez que empieza a mover los dedos, como lleva haciendo desde que comenzó esta entrevista: “Practico entre 10 y 12 horas diarias, como cualquiera en su profesión”. Y a horas intempestivas para la rutina habitual de cualquier humano con trabajo: se levanta a las cinco de la tarde. “Soy un ser tan nocturno como diurno”, se ríe mientras las gafas suben y bajan por la nariz, “y es normal entre artistas, es normal que un amigo te llame a las cuatro de la mañana. De todas formas debo tener ese gen que te hace no poder dormir de noche, pero para mí no es un problema”. No parece buscarle ni encontrarle muchos a la vida. Hace lo que le gusta, escribe, viaja, mira a su mujer (y también compañera de profesión, Consuelo Lorgia) como si la acabara de conocer y respira un orgullo paternal cargado de respeto hacia sus dos hijas.
Cumplirá 74 en octubre. “Lo único que ha cambiado es que tengo que rebajar un poco el ritmo de las idas y venidas. Ahora tardo más en recuperarme de los vuelos, por ejemplo. Por lo demás… a no ser que me rompa las manos o las piernas, no, nada es diferente”. Se queda pensando. No fuma, no bebe (“aunque he bebido lo mío”) y los huevos fritos, puntillita incluida, son su especialidad y tan secretos como sus juegos de manos, —no le gusta usar la palabra “truco”—.
Ha llegado el fotógrafo y parece que empieza su pequeño calvario, que tampoco se alarga demasiado. Se despide después de un pequeño recorrido por su biblioteca, donde guarda cientos de libros, incluidas traducciones al japonés de varios de los suyos. De camino a la salida, pasando por la cocina, descubre otra pila que estaba tapada por una tela de cuadros verdes y bajo la cual parecía haber un jamón. Pero no hay pata, son novelas, ensayos, poesía: la colección completa de Borges, Mircea Eliade, asoma al fondo un ejemplar de El Quijote. Otro hombre de ilusiones.
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