Arco: se acabó la fiesta
La huella de la feria desaparecerá en el apocalíptico mercado del arte. Habrá dejado atrás una ceniza de realismo, el de un mercado supeditado a la invocación mágica del Estado
Este febrero se cumple un siglo del nacimiento del dadaísmo, el movimiento más subversivo de la historia del arte y la literatura. En un momento en que ya estaban afirmadas todas las tendencias modernas, el poeta rumano Tristan Tzara se inventó la palabra “dadá” mientras merendaba con sus amigos artistas en el café Terrasse de Zúrich, ciudad que por entonces era el centro de acogida de los refugiados pacifistas de toda Europa. Pocos días después, los dadaístas instalaron su base de operaciones en una vieja cervecería, bautizada como Cabaret Voltaire. El arte ya nunca descansó.
En un sector atestado de bienales y con las salas de subastas de prime donne, las ferias de segunda no tienen sitio donde aparcar
Aunque dadá se rebelaba contra todo y negaba todo, propagaba múltiples significados en la vida real: era la doble afirmación en ruso, en cierta comarca italiana el cubo y la madre reciben el nombre de dadá y algunas tribus de Liberia lo usan para referirse al rabo de la vaca sagrada. Para divulgar sus principios nihilistas, los dadaístas se inventaron las ferias de arte, donde mostraban sus fotomontajes e instalaciones, mientras en sus manifiestos se podían leer frases del tipo: “¿Ha de servir el arte para amontonar dinero y acariciar a los gentiles burgueses?”. La primera Feria Internacional Dadaísta tuvo lugar en Berlín en 1920. El hecho de que se anunciara como “feria” (Dadá-Messe) y no como Salón indicaba que buscaban parodiar la exhibición de las obras, que veían más como una presentación propagandística. Muchas habían sido creadas con materiales reciclados y después se les estampaba la etiqueta “dadá”. La obra más ofensiva colgaba del techo: un maniquí vestido con uniforme de oficial y un morro de cerdo en la cara. Se titulaba El arcángel prusiano. Su autor: un tal John Heartfield. La feria fue un fracaso. Sólo se vendió una obra.
Cien años después, el arte es un mundo en red disociado en segmentos que compiten. Hoy a nadie le extraña que un artista contestatario se haga de oro, ni que un jeff koons cueste más que un rembrandt. En España, consideramos que Arco es nuestro valor simbólico y de mercado más importante, mientras que para muchos jóvenes es la vía de entrada al museo. A lo largo de 35 ediciones, la feria ha sido la vaca sagrada de una España aproximativa, un país con un enorme potencial creativo que miraba a Francia, Alemania y Suiza, semilleros dadá. Pero pese a los esfuerzos institucionales, un gran aporte de dinero público y la complicidad de periodistas, críticos, directores de museo y coleccionistas, Arco no ha logrado alcanzar la reputación de feria de prestigio, a la altura de las big five: Art Basel, Art Basel Miami, Art Basel Hong Kong, Frieze y The Armory Show.
En 2002, y tras el derrumbe de las Torres Gemelas, Art Basel inauguró, no sin riesgo, su primera franquicia en Miami. Arco perdía así la oportunidad de ser la primera impulsora a gran escala del mercado del arte latinoamericano. Poco a poco, las ferias y galerías más potentes fueron aprovechando el apetito de los mercados gobernados por los magnates del petrodólar y los mandarines chinos. Después de estudiar el mercado asiático, la taimada Art Basel abrió en 2013 su segunda franquicia en Hong Kong. Para su consuelo, Arco siguió siendo la presencia tranquilizadora de las galerías españolas y, por cierto, la que aliviaría a no pocos empresarios y políticos corruptos (muchos ahora en prisión), que aprovecharon la opacidad de las cuentas públicas de la institución para blanquear importantes sumas de dinero obtenido de forma ilícita. La vaca seguía espantando las moscas con el rabo.
En un mercado global atestado de bienales, adonde acuden los directores de museo y los millonarios, y con las salas de subastas como prime donne, las ferias de segunda línea no tienen sitio donde aparcar. Cronológicamente, Arco Madrid está emparedada entre la feria de Ciudad de México (Zsona Maco) y la de Nueva York (The Armory Show, a primeros de marzo). La próxima semana abrirá sus pabellones exhibiendo precisamente esta esquizofrenia: no quiere ser una más, pero tampoco consigue alinearse con las más fuertes (Art Basel) ni con las más jóvenes (Frieze Londres, con su nueva sucursal en Nueva York). Fruto de esta división son los cambios ya anunciados: no habrá país invitado pero sí una sección integrada por 35 galerías de prestigio que no pagan el stand y entre las que sólo hay una española: Juana de Aizpuru. El lema: Imaginando otros futuros. La feria también ha anunciado que en mayo abrirá su primera franquicia en Lisboa, un indicativo de que su “ambición” es menos falsa que sus pretensiones de gran regaladora.
En Arco han faltado imaginación y buenos reflejos, lo que bordan los suizos, que hoy reinan en Miami y Hong Kong
Si la fórmula del país invitado estaba muerta, sustituirla por una minibasel es colocarse un techo de cristal. ¿Es así como imagina Arco su futuro? En el caso de repetir en próximas ediciones, ¿pagarán las galerías ahora invitadas los 250 euros que cuesta el metro cuadrado de stand? Por no mencionar el agravio a las 168 galerías de la sección general que cada año sostienen la feria con gran esfuerzo económico. Pero hay más, y es la exaltada y confusa política de subvenciones e invitaciones de Arco: más de 250 parejas de coleccionistas y algunas decenas más de invitados, entre directores de museo, críticos y comisarios, recalarán en Madrid. Un gasto excesivo del que se libran la mayoría de grandes ferias. Con esta puesta en escena, Arco hace aún más evidente sus complejos y debilidades.
Arco Madrid es una de las ferias más rentables de Ifema, y lo más seguro es que consiga mantener toda esta picaresca unos cuantos años más a costa de la incondicionalidad de los galeristas españoles y del pacto faustiano que mantiene con los coleccionistas corporativos. A medio plazo, su huella desaparecerá en el cada vez más sorprendente y apocalíptico mercado del arte mundial. Habrá dejado atrás una abundante ceniza de realismo, el de un mercado demasiado supeditado a la invocación mágica del Estado. Para decirlo de alguna manera, la trayectoria de Arco ha estado entre caminar sobre unos zancos y el paso de ganso. Han faltado imaginación y buenos reflejos, dos condiciones que bordan los aerodinámicos suizos, que ahora reinan en Miami, Hong Kong y quién sabe si pronto en São Paulo. Mientras, nuestra vaca sagrada sigue dando leche.
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