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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Humo

No es discutible la sabiduría de la Organización Mundial de la Salud, pero creo que se pasan cien pueblos en su implacable guerra contra el luciferino tabaco

Carlos Boyero

Debe de ser algo muy serio e imprescindible la Organización Mundial de la Salud, sin margen de error en sus siempre atinados consejos. Tampoco es discutible su sabiduría sobre los devastadores males que nos amenazan, pero creo que se pasan cien pueblos en su implacable guerra contra el luciferino tabaco. En su último informe proponen que niños y adolescentes no tengan acceso a las películas en las que aparece alguien fumando tabaco. Del crack, la marihuana, el hachís, el opio, los chinos de caballo, los nevaditos de coca y otras sustancias tan placenteras como destructivas, al parecer no dicen nada. Y se supone que las criaturas sí pueden ver en la pantalla a personajes trasegando alcohol, la exhibición de toneladas de sangre, la apología de la violencia, nada de ello comparable en peligro a alguien inhalando y expulsando el humo de un cigarrillo. Bueno, desde hace tiempo los únicos que fuman en las películas son los villanos. Y los niños siempre quieren ser el bueno, aunque cuando crezcan algunos se conviertan en banqueros, especuladores y políticos.

Y, por supuesto, todos sabemos de lo que son capaces los fabricantes de nicotina para enganchar a la clientela. Michael Mann lo cuenta admirablemente en la película El dilema. Y sabemos el pastón que invirtieron los tabaqueros en el cine para convencer al espectador de que fumar era glamour, sensualidad, estilo, suponía un certificado de hombría y de sofisticación femenina, la vida era más grata fumando.

Y sabemos que hace daño (ay, los sádicos que exhiben en las cajetillas los horrores de sus efectos) y en mi caso, después de una tromboflebitis y de que me implantaran stends porque la sangre ya se negaba a circular por mi organismo, soy tan suicida, débil o estúpido que me invento pretextos para seguir fumando. Pero que no le proscriban de forma tan esperpéntica. Y el Estado, sacándole una pasta a los envenenados.

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