Bowie, entre el vampiro y el padrino
El autor de ‘Ziggy Stardust’ tuvo trascendentales conexiones con figuras de la música popular como Lou Reed, Iggy Pop, Marc Bolan, Pixies o Arcade Fire
Nadie se acuerda de Kenneth Pitt, el hombre que sin saberlo cambió el rumbo de la música pop. Representante tradicional de artistas de toda índole, fue el primer valedor del joven David Jones, que le abandonaría, dicen que azuzado por su esposa Angie, al lograr finalmente el éxito en 1969, gracias a Space Oddity, tras años de vanos esfuerzos.
A finales de 1966, aquel profesional de traje y corbata viaja a Nueva York y conoce a Andy Warhol. A su regreso en Londres, ofrenda a su representado un ejemplar del álbum, todavía inédito, The Velvet Underground & Nico. Hasta el momento, Bowie ha tocado todos los palos, de mod de manual a folkie de pelo ensortijado, para medrar en el mundo del espectáculo. Pero, emulando a su admirado Anthony Newley, parece destinado a los teatros del West End. Lo atestiguan sus primeras grabaciones, tan convencionales en arreglos como heterodoxo sería su futuro artístico.
Pitt recuerda que David quedó absorto, fascinado, escuchando toda la noche, una y otra vez, las primeras canciones de Lou Reed. Ensayaba el método que informaría su carrera: explorar el subsuelo para localizar las avanzadillas creativas y regurgitar los hallazgos impregnándolos de su poliédrica personalidad. Así, canciones melosas como When I Live My Dream dan paso a la recalcitrante I’m Waiting for the Man, que a los pocos días ensaya con su banda.
Pronto el inquieto mimo, que ha participado en el colectivo artístico del Beckenham Arts Lab, se topa con otra figura esencial en su biografía. Un joven de Brooklyn llamado Tony Visconti, que ha trabajado como bajista en las orquestas de Xavier Cugat y Liza Minnelli, recala en Londres con la intención de asentarse en el negocio. Visconti descubre a Marc Bolan en su fase folk, produce un álbum del dúo Tyrannosaurus Rex que este lidera, y le asistirá en su tránsito hacia el rock gomoso, y sexy, que le convierte en fugaz ídolo de adolescentes.
Cuando Visconti encuentra a Bolan y Bowie, ambos son unos desconocidos a los que invita a su apartamento para que ensayen con instrumentos que no pueden permitirse. Es una relación inviable que los celos empañará. Tras producir The Man Who Sold the World (1970) de Bowie, Visconti se decide por Bolan, cuya carrera parece más prometedora. Este despunta con su nueva banda T.Rex y el álbum Electric Warrior (1971), producido por Visconti, pero Bowie le rebasará en potencia icónica con el universal Ziggy Stardust (1972). En su autobiografía, el productor de Blackstar recuerda que, en presencia de Bolan, no se podía pronunciar el nombre del otro. No volverá a trabajar con Bowie hasta Young Americans (1975).
En 1971, la mirada de Bowie, plausible inventor de la década, busca afanosamente las fuentes del rock abrasivo: Detroit, donde subsisten los desnortados Stooges, y Nueva York. Ávido de autenticidad, tras haber publicado el espléndido Hunky Dory, decide que su cantante favorito es Iggy Pop y busca al desterrado líder de Velvet Underground. A este último le salva, tras un debut en solitario insustancial, al producirle el exitoso Transformer (1972), decantando el monóxido urbano de Reed en oro líquido, como atestiguan Walk on the Wild Side y Perfect Day.
El neoyorquino se deja camelar, sumándose a la bisexualidad glam que Bowie ha destapado, pero se resiste a formar parte de Mainman, la agencia del tiburón Tony DeFries, segundo representante de Bowie y responsable de su éxito. La relación entre ambos será tortuosa: en 1979, durante una cena en Londres, Reed le pide a Bowie que produzca su nuevo álbum, y este responde que antes debe hacer limpieza y dejar la bebida. La trifulca resultante, durante la cual Lou vapulea y abofetea a David, llena páginas en la prensa. Sin embargo, cuando en 1997 Bowie celebra su cincuenta aniversario en el Madison Square Garden, Reed es el principal invitado.
Se habían conocido durante una cena auspiciada por RCA. Bowie menciona a Iggy, pero Reed le advierte que no pierda el tiempo con un yonqui. El encuentro con Pop se produce de todas formas, en el club Max’s Kansas, y semanas después DeFries acomoda a los Stooges en Londres, donde Bowie supervisa su problemático tercer álbum, Raw Power (1973). La verdadera conjunción creativa de Iggy y Bowie llegará, no obstante, cuando ambos se recluyan en el Berlín del muro para desintoxicarse y replantear sus carreras. Producto de aquella amistad serán los penetrantes The Idiot y Lust for Life (1977); Iggy Pop reformulado por Bowie, quien no duda en acompañarle en una gira como anónimo teclista.
Entre sus incontables hitos debemos agradecer a Bowie que, en su asimilación de talentos ajenos, expusiera al gran público a dos figuras tan significativas —sin ellas no se entiende el punk-rock que remata los setenta— como en las siguientes décadas lo haría con sus amados Pixies, uno de cuyos temas graba en Heathen (2002). Otra fuente de inspiración será Trent Reznor, a cuya banda Nine Inch Nails se lleva de gira en su Outside Tour de 1995. En los últimos años, su patrocinio se concentró en Arcade Fire. Siempre a la última.
Babelia
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