Metafísica y chocolate
Ana Merino no se deja cegar por los faros de la autocompasión. Frente a la rugosa textura del fracaso, recobra la confianza en la capacidad de las palabras
Desde sus comienzos, Ana Merino se ha caracterizado por el equilibrio entre la iconografía naíf y el desgarro emotivo, entre la aspereza expresionista y la ternura sin azúcares añadidos. Los buenos propósitos se divide en dos partes: mientras que la primera retrata las escisiones de la identidad, en la segunda asistimos a una colección de mitologías particulares donde la vivencia personal se eleva a la categoría de materia legendaria. El puente entre ambas es un lenguaje que transforma las sensaciones abstractas en realidades cotidianas: “El café mal filtrado / de la rabia inquietante, / las migas esparcidas / acariciando el eco / de los malos presagios”. La ilusión de la infancia perdida y la constatación de un presente donde todo se desmorona pueden acogerse al eslogan “no hay edad para el desencanto”. Sin embargo, a diferencia de los fastuosos escenarios del desengaño barroco, aquí predomina una voluntad introspectiva y cierta asepsia sentimental.
Ana Merino no se deja cegar por los faros de la autocompasión. Frente a la rugosa textura del fracaso, otras composiciones permiten recobrar la confianza en la capacidad de las palabras. En el ‘Festín de lo invisible’ de la segunda sección se dan cita dragones y mazmorras, turistas por el Hades con billete abierto, surfistas galácticos y mujeres que son al mismo tiempo Eva y Medusa: “No se confunda, en este paraíso / no existen las manzanas”. Vadeando a Caribdis y regateando a Escila, la autora sale airosa de su odisea por los océanos interiores. Así se observa en un ‘Lamento’, que compara dos adicciones secretas: el chocolate y la lectura de John Donne, “este poeta / que me ha llenado de pulgas el corazón”. Con Los buenos propósitos, Ana Merino sigue combatiendo contra el lado oscuro de la Fuerza.
Los buenos propósitos. Ana Merino. Visor. Madrid, 2015. 76 páginas. 10 euros.
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