_
_
_
_

Sobre la condición estética

'Contemplar el arte', un libro serio y competente que deja a los viejos lectores una impresión nostálgica

Félix de Azúa

No digáis que agotado su tesoro de asuntos enmudeció la estética. Podrá no haber estetas, pero siempre habrá profesores de la materia. Aunque la situación actual es desconcertante: sigue habiendo mucha producción teórica, pero uno se pregunta a quién se dirige.

Basta con releer lo que se ha publicado desde el siglo XVIII. Nociones como arte, belleza u obra maestra tienen alguna utilidad empleados en el pasado, pero no en el presente. El término arte es incompatible con la actividad que las instituciones presentan bajo ese nombre. El de belleza es hortera. En cuanto al de obra maestra, no es fácil adjudicarla desde que Duchamp la usó con cariño hacia su urinario.

¿De qué va, entonces, la estética? Tomemos por ejemplo el último trabajo traducido al español de uno de los más valiosos teóricos vivos, Jerrold Levinson, bajo el título Contemplar el arte. Contiene asuntos interesantes como ‘El valor de la música’, ‘¿Qué es el arte erótico?’ o ‘¿Qué son las propiedades estéticas?’. Es un libro recomendable por su seriedad y competencia, pero a los viejos lectores nos deja una impresión nostálgica.

El asunto más relevante del libro es riguroso. Se trata de saber si podemos experimentar placer, por ejemplo, oyendo música, sin que nos remuerda la conciencia. Levinson se enfrenta a uno de los grandes de la teoría, Nelson Goodman, para quien esto del placer no tiene nada que ver con el arte. ¿Que hay o se da placer en el arte? Bueno, no importa, también se da en el consumo de fruta o en la fornicación sin que añada ni una coma a lo que sabemos sobre la digestión o la obstetricia. Es posible que alguien solloce, ría, dé brincos ante una pieza de pintura sin que eso nos ilustre en absoluto sobre la pieza misma.

Para nosotros, europeos, el problema se plantea en términos morales. De Adorno en adelante gozar del arte está muy feo. Si uno se descubre llorando en un aria de Turandot, ha suspendido en moral, en estética y en la tesis doctoral. Ha de procurar llorar solo en el retrete. Si después de Auschwitz uno se mete en esto del arte para pasarlo bien, ya puede andarse con ojo porque seguro que es un ridículo burgués.

En este sentido, los ensayos de Levinson, pura reivindicación burguesa del placer del arte sin mala conciencia, son muy recomendables.

Contemplar el arte. Jerrold Levinson. Traducción de Francisco Campillo García. Antonio Machado Libros. Madrid, 2015. 464 páginas. 24,90 euros.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Félix de Azúa
Nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_