Por qué siempre nos emocionamos con la música de ‘Star Wars’
John Williams ha creado en la saga la banda sonora más popular de la historia del cine
Los dos soles del planeta desértico Tatooine se están poniendo y han vuelto el paisaje, que de día es de un amarillo abrasador, de un tono rojizo y onírico. Luke Skywalker, un adolescente que acaba de perder una discusión con sus tíos sobre su futuro y las aventuras que nunca le dejarán vivir, contempla su descenso. Los soles están ahí fuera, en la galaxia, donde pasa todo. Él está en su casa. Y entre medias, el sonido de una orquesta movilizando a casi todos sus miembros para hacer de un momento sin diálogos ni espadas láser ni androides, uno de los más antológicos de la saga más antológica de la historia. “La música transmite todo lo que Luke está sintiendo sobre su vida y sus sueños para el futuro”, explica sobre esta escena de La guerra de la galaxias original de 1977 Mike Matessino, historiador de cine y productor de ediciones de lujo de bandas sonoras. “Es un momento universalmente accesible”.
Si el olor es el sentido que más nos transporta a un instante y lugar concretos de nuestra memoria, en el universo de Star Wars el equivalente es la música. El arranque inconfundible de cada una de las películas sobre el logo de letras amarillas que nos ubica en “una galaxia muy, muy lejana”. La marcha militar con la que cualquier ser humano del planeta identifica a Darth Vader. Los coros druídicos que todo el mundo sabe que es como suena una batalla de sables de luz hasta entre niños en un parque. Son casi 12 horas compuestas por casi 30 melodías legendarias para casi 30 personajes legendarios. El patrimonio emocional de tres generaciones de soñadores galácticos. Una obra artesanal y atemporal que ha pasado por los años como un juguete de madera, intacto a pesar de todas las manos que lo han usado. Su autor, John Williams, ha pasado el resto de su carrera ofreciendo magia parecida –entre las sagas de Indiana Jones, Superman, Harry Potter, Parque Jurásico y Tiburón–, pero nunca ha logrado tamaño y alcance semejantes. Nadie lo ha hecho. La de Star Wars es la banda sonora más popular de la historia del cine.
Cuando, el 18 de diciembre, la humanidad regrese a la galaxia con El despertar de la Fuerza, Williams los recibirá por séptima vez con la fórmula que rompió moldes en los años setenta: acompañar una película de naves espaciales, pistolas láser y robots con una orquesta clásica y un sonido sinfónico viejo como el amanecer. "La música está compuesta como si los acontecimientos de la película ya hubieran pasado, como si fuera la historia clásica de una leyenda. Es completamente nuevo pero suena hecho para una historia que ya hemos oído", ahonda Matessino, productor, en 1997, de la reedición de estas bandas sonoras que hoy se considera la norma en cualquier tienda. "La naturaleza tan peculiar de la obra viene además por la manera en la que casa con la imagen: no hay momentos disonantes entre música y acción. La orquesta siempre está empleando y desarrollando los mismos temas, y así crea una obra completamente accesible y atemporal”. Cuando la imagen pide aventura, la música se la da sin diluir. Cuando pide épica, le sirve doble ración.
Cuatro décadas después, Hollywood recibe El despertar de la Fuerza ya hecho a todas las dimensiones épicas de Star Wars. Todas menos la música. “Hoy en día la clave está en conocer la tecnología. Se hace todo por ordenador. No es normal encontrar a alguien que aún se siente con lápiz y papel en el piano [como hacía y aún hace John Williams]”, explica Jasha Klebe, joven colaborador de Hans Zimmer en las bandas sonoras de El hombre de acero y El caballero oscuro: La leyenda renace y coautor de la música del documental de Netflix Winter on fire. La norma de la última década es huir del sonido orquestal. Las florituras se consideran horteras y las melodías reconocibles, infantiles. Se prefiere el toque de un sintetizador (piensen en las películas de Batman y Superman) y una textura uniforme. Que suene a ahora y no a siempre. “Aquellas obras clásicas estaban orquestadas de forma preciosa”, recuerda Klebe. “Es admirable cómo redoblaban melodías para conseguir ese sonido tan épico. Ahora se integran muchos más los sonidos más sintéticos”.
La nueva banda sonora ocupa así un lugar incómodo en su estreno: recordará a la vez a una era ancestral, “hace mucho tiempo en una galaxia muy, muy lejana”, y a una época caduca en la que la música de cine no necesitaba ordenadores. No durará mucho en ese limbo. John Williams, de 83 años ya, ha pasado parte de 2015 de baja por la colocación de un marcapasos. Ha tardado en componer la música y dirigir la orquesta más del doble que en La venganza de los Sith en 2005. Para dar abasto, ha tenido que renunciar, por primera vez en 30 años, a escribir la música de una película de su amigo Steven Spielberg, El puente de los espías. Mientras, Disney piensa estrenar en los próximos cinco años más películas de la saga que George Lucas en los últimos 30. La ópera de las galaxias tendrá que enterrar al compositor que le dio alma.
El 9 de diciembre, el compositor de moda en Hollywood, Michael Giacchino publicó en The Hollywood Reporter una columna alabando a Williams y el legado de Star Wars. Puede entreverse ahí una maniobra para que se le empiece a asociar con la franquicia antes de heredar la batuta (ya ha heredado la de Parque jurásico). O puede que sea sólo una muestra de admiración. Esa es una incógnita menor. La mayor permanece intacta: cómo demonios van a montar otro juguete de madera en el mundo de las cadenas de montaje. Porque si no lo hacen, la próxima vez que se pongan los soles en Tatooine, sólo significará que ha llegado la noche.
La ópera de las galaxias
La saga está llena de momentos reconocibles prácticamente sólo por la música. En La guerra de las galaxias, por ejemplo, cuando el Halcón Milenario está atrapado en el campo de tracción de la Estrella de la Muerte (minuto 1:20 del vídeo). Más tarde, cuando logra escapar, la persecución a la que le someten los cazas imperiales (0:33) es una de las pistas más memorables de la saga. Al igual que la entrega de medallas del final de la película, que cierra la herida abierta por aquella puesta de soles de Tatooine.
De El imperio contraataca siempre quedará el ballet del Halcón Milenario por los asteroides o el triunfalismo de cuando Yoda rescata de un pantano el caza de Luke Skywalker.
En El retorno del Jedi, amén de la escena de acción que más fibras sensibles toca de las seis películas, hay un pasaje, de menos de un minuto, en el que Luke sucumbe al Lado Oscuro, de una solemnidad impresionante, casi religiosa. La trilogía precuela abandonó los momentos cumbre en aras de la complejidad orquestal pero aún se puede rescatar de ella la lucha en la arena de El ataque de los clones o los coros de La amenaza fantasma.
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