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Muere Luc Bondy, director del Odéon de París

Responsable del teatro parisino desde 2012, fue uno de los grandes nombres de la escena europea

Álex Vicente
Luc Bondy, en España, en 2008.
Luc Bondy, en España, en 2008.ULY MARTÍN

Luc Bondy, director del teatro del Odéon en París y uno de los grandes nombres de la escena europea, ha fallecido este sábado a los 67 años tras una larga enfermedad. Su estado de salud ya le había obligado a posponer, hace solo unas semanas, el estreno de su última puesta en escena, una nueva adaptación del Otelo de Shakespeare que debía arrancar en enero en París. Se marcha así un director de gustos eclécticos, que recorrió los grandes textos de Shakespeare, Racine y Strindberg pero también las inquietudes contemporáneas de Peter Handke, Botho Strauss o Yasmina Reza, a través de una reconocible mezcla de trascendencia y ligereza, a menudo teñida de cierta melancolía.

Bondy nació en 1948 en Zúrich, en el seno de una familia de intelectuales judíos de origen alemán y austrohúngaro. Su bisabuelo había sido director de un teatro de Praga y su bisabuela fue una actriz de renombre en su época, que frecuentó a personalidades como Kafka o Schnitzler, a quien su bisnieto llevaría más tarde al teatro. Su madre fue una bailarina flamenca que se refugió en Suiza, donde conocería a su padre, judío austrohúngaro crecido en el sur de Francia, que más tarde dirigiría una revista cultural. “Si soy suizo es gracias a Hitler”, solía bromear.

Plenamente bilingüe, Bondy desarrolló su carrera entre Francia y Alemania, donde transcurrió el primer tramo de su trayectoria. Desde finales de los sesenta, trabajó en ciudades como Hamburgo, Fráncfort, Colonia y Múnich, donde triunfó con una puesta en escena de El mar de Edward Bond. Desde finales de los setenta, también dirigió distintas óperas. Al final de su carrera se contaba un total de 16, de Mozart a Britten, pasando por una polémica Tosca que estrenó en 2009 en el Met neoyorquino. A partir de los ochenta, su trabajo en Francia se intensificó, gracias a su alianza con Patrice Chéreau, que entonces dirigía el Théâtre des Amandiers en Nanterre, en la periferia parisina. A partir de 2001, Bondy dirigió durante once años el Wiener Festwochen, prestigioso certamen teatral que se celebra en Viena.

A los 25 años, Bondy fue víctima de un cáncer. Sería solo el primero de una larga serie de encuentros con la enfermedad, que marcó toda su vida. Sin embargo, su frenética actividad teatral casi nunca se vio afectada por ello. Por ejemplo, en 2009, decidió dirigir desde su cama los ensayos de una de sus óperas. “La quimioterapia me ha salvado, aunque también me ha destrozado bastante. Pero siempre he hecho ver que no pasaba nada. Antes de ir al hospital para mi tratamiento, recorría los bares hasta las 5 de la madrugada. He continuado trabajando sin detenerme. Esa ha sido mi manera de luchar”, explicó a Télérama en 2012.

Ese mismo año, Bondy asumió la dirección del prestigioso Théâtre del Odéon parisino, tras la negativa del primer candidato del Gobierno francés, el alemán Thomas Ostermeier. El nombramiento de Bondy despertaría una agria polémica, ya que vino acompañado de la destitución del hasta entonces director, Olivier Py, cuya gestión había sido muy aplaudida. Bondy reconoció haber sufrido durante el relevo por los violentos ataques recibidos, pero logró silenciar las críticas con sus cuatro últimas puestas en escena, todas ellas elogiadas, a partir de textos de Molière, Chéjov, Harold Pinter y su admirado Marivaux, al que volvía una y otra vez como lo haría “un adicto”. Hace solo unos meses, su aplaudida versión de Las falsas confidencias reunió sobre el escenario a estrellas como Isabelle Huppert y Louis Garrel.

Si el Odéon le fascinaba especialmente, era porque allí descubrió a algunos de los grandes del repertorio francés, como Genet o Claudel. Solía contar que le apasionaba el pasillo central que dividía en dos el patio de butacas, hoy desaparecido, y que permitía “escapar si uno se aburría demasiado”. A este hombre risueño y de aire permanentemente distraído, que se autodefinía como “impaciente, claustrofóbico e incapaz de estar sentado durante mucho tiempo” en el mismo sitio, le sucedía bastante a menudo. El director abominaba la diferenciación clásicamente francesa “entre teatro público y de bulevar”. No dudó en llevar a escena a autores tan populares –y a ratos menospreciados en Francia por ese motivo– como Sacha Guitry o Yasmina Reza.

La clase política francesa ha despedido este sábado a este hombre de teatro con todos los honores. El presidente François Hollande ha saludado la memoria del director, quien “ha encarnado, por su historia personal y su trabajo excepcional, la Europa de la cultura”, según ha dicho en un comunicado. El primer ministro francés, Manuel Valls, ha afirmado que “la cultura y las artes escénicas lo echarán de menos”, mientras que la titular de Cultura, Fleur Pellerin, ha despedido a “uno de los mayores directores europeos”. El interesado estaba seguro de que, pese a los achaques económicos que vive hoy en todo el continente, la disciplina le sobreviviría. “Pase lo que pase, sé que ni siquiera nuestra sociedad autodestructiva podrá eliminar el último sitio donde uno puede soñar”, dijo Bondy hace tres años, alcanzando una conclusión premonitoria. “Ante las catastróficas situaciones que nos amenazan, ¿qué haríamos si no contáramos con un lugar donde soñar?”.

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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.

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