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Posizquierda y populismo

Los nuevos espacios sociales cortan transversalmente las viejas identidades políticas y los referentes ya no sirven. Errejón, Mouffe y Revelli actualizan la teoría de la realidad

Fernando Vallespín

“El siglo XX finalizó con una huida desordenada de las afiliaciones políticas que habían estructurado, para bien o para mal, la experiencia histórica”. Así comienza el sugerente libro de Marco Revelli sobre la “posizquierda”, aunque en el fondo versa más bien sobre la “pospolítica”. Porque hoy vagaríamos por un mundo sin geografía ni rumbo político, desespacializado. No sólo por los imperativos de la globalización, sino por el derrumbe de las clásicas distinciones a partir de la cuales conseguíamos orientarnos. Entre ellas, el binomio izquierda/derecha tenía un lugar destacado, pero ya no sabemos bien cómo aplicarlo bajo las condiciones de una mutación social creciente. En parte porque, como nos venían advirtiendo los Beck, Giddens, Bauman y tutti quanti, se nos ha caído ya la solidez de los antiguos valores y de los clásicos referentes con los cuales dar cuenta de los nuevos espacios sociales que cortan transversalmente las identidades políticas anteriores. En este mundo líquido y al galope sólo nos quedan algunas pocas certezas respecto a la dirección del cambio, y una de ellas es la disminución de la importancia de la acción política, la erosión de la distinción público/privado, la crisis de representación, la tecnocratización y la transformación y banalización del espacio público en la democracia mediática.

La primera víctima de este fárrago en el que vivimos sería “el fin de la igualdad como meta”. La izquierda es incapaz de especificar cómo articular una praxis política capaz de recuperar el ideal de la igualdad en esas “espacialidades múltiples” (Bauman), móviles y rupturistas que construyen las nuevas jerarquías. Revelli tampoco nos da una respuesta; bastante tiene con diagnosticar lo que puede significar la izquierda. El resultado es decepcionante, y más que conducir a las barricadas busca “recuperar la metáfora de la izquierda” (U. Beck), el “giro ecológico” —“al no poder cambiar el mundo, ¿nos contentamos con cambiar el cubo de la basura?” (S. Stiano)— o la “deriva eticista”, una “izquierda de los derechos” (M. Tronti).

El vacío en el que se encuentra la izquierda, y ése sería el principal mensaje del libro, obedece a la ausencia de auténtica política. Si eso es así, la tarea de aquella no puede ser otra que la “repolitización”. Para ello, uno de los medios posibles que se vislumbran, como vienen diciendo desde hace años Laclau y Mouffe, es a partir de la reconstrucción de un nuevo sujeto político que sepa encarnar sus ideales. Ese sujeto ahora se llama “pueblo”, porque las contradicciones generadas por el neoliberalismo nos enfrentan a una realidad caracterizada por una radical separación entre los intereses de las oligarquías o élites y los de la gente corriente. La clásica retórica de las clases se trasmuta en esta confrontación primaria, la única con capacidad para movilizar a “los de abajo” contra “los de arriba”. El objetivo sería así dotar a la “mayoría subalterna” de una sola voz.

Cómo trasladar esto a la práctica es lo que ocupa gran parte de la conversación entre Mouffe y Errejón en Construir pueblo. Aquí la autora francesa no tiene el más mínimo empacho en propugnar la necesidad de ir hacia un “populismo de izquierdas” con capacidad para romper la “coalición de centro” en la que se han convertido en la práctica los partidos mayoritarios. A estos habría que oponerse “agonísticamente” a través de la “radicalización de la democracia”. Para alcanzar esta auténtica trasmutación de los valores políticos convencionales es preciso, sin embargo, crear hegemonía. La clave está en saber articular las demandas de las mayorías sociales a través del liderazgo de un partido/movimiento y valiéndose de discursos capaces de resignificar otra vez todas las luchas sociales y los conceptos políticos tradicionales —nación, democracia, justicia…—. El pueblo no está ahí, pasivo; hay que actuar sobre él para que tome conciencia de las nuevas formas de dominación y confíe en su potencial como agente transformador.

Si la meta es dotar de un nuevo contenido a los “significantes vacíos” mediante estrategias discursivas, poco habremos avanzado si este movimiento es descalificado ya de forma apriorística subsumiéndolo bajo la rúbrica de “populista”. Y esto Errejón lo ve con lucidez: “Cuanto menos pueblo pueden tolerar, más te definen de populista”. Porque, no nos engañemos, populismo, como afirma Chantal Delsol, es una palabra casi impronunciable en la political correctness de nuestras sociedades liberales. Ahí no cabe el pluralismo de todas las particularidades y modos de vida específicos que —como ocurre en Europa— reclama todo populismo del signo que sea. Curiosa afirmación, cuando es precisamente este pluralismo interior el que es negado en nombre de un pueblo hipostasiado.

Populismos. Chantal Delsol. Traducción de María Morés. Ariel. Barcelona, 2015. 192 páginas. 16,90 euros.

Posizquierda. Marco Revelli. Traducción de Carles Mercadal. Trotta. Madrid, 2015. 120 páginas. 15 euros.

Construir pueblo. Hegemonía y radicalización de la democracia. Íñigo Errejón/Chantal Mouffe. Icaria. Barcelona, 2015. 144 páginas. 13 euros.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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