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Niño de Elche, la voz desde la grieta

El cantaor ilicitano se eleva por encima del flamenco para crear una propuesta que bebe de la danza contemporánea, la experimentación vocal o el ‘krautrock’

Niño de Elche canta con el guitarrista Raúl Cantizano.Vídeo: Juan Carlos Toro
Daniel Verdú

Niño de Elche ensaya Informe para Costa Rica con el guitarrista Raúl Cantizano a la hora de comer. Una pieza extraña construida sobre un precioso poema de Antidio Cabal que suena entre instrumentos artesanales y cacharrería analógica en un estudio en los bajos de unas antiguas caballerizas en el centro de Sevilla, donde también se reparan estos días los pasos dorados de Semana Santa. El espacio, que utilizan otros grupos como Pony Bravo o Los Voluble, explica la exuberante intersección artística en la que vive este cantaor ilicitano que un día ganó concursos, perteneció al cerrado mundo de las peñas flamencas y pagó el alquiler subido a tablaos. Hoy, en cambio, es imprescindible acudir a la danza contemporánea, la experimentación vocal o al rock alemán para encontrar respuestas a la desbordante propuesta con la que Francisco Contreras Molina (Elche, 1985) ha pasado en apenas un año del circuito de entendidos a ser la comidilla de la música española independiente. “Antes de que sea indigno ser campesino, antes de que se prohíba los jardines y los parques después de las 6 de la tarde…”, sigue cantando.

Antes también de toda esta aceleración, el Niño de Elche se fue dos veces de Elche. La primera, a los 17 años, cuando ganó un concurso y una beca en Sevilla. Se suponía que iba a profundizar en la vertiente clásica, pero sucedió lo contrario. “Me sirvió para muchas cosas, pero sobre todo aprendí todo lo que no quería hacer, que es la mejor experiencia. Me alejé antes de tener confrontación. Mi impulso no me llevaba a intentar convencerles o a renovar el flamenco. Ese mundo es irrenovable”, explica mientras su inseperable guitarrista -Cantizano es parte fundamental de ese viaje a la experimentación sonora- enfunda el instrumento.

Es imprescindible acudir a la danza contemporánea, la experimentación vocal o al rock alemán para encontrar respuestas a esta desbordante propuesta 

La segunda vez se instaló en Sevilla y se integró en una especie de familia artística en la que convergen la mayoría de sus últimos proyectos: el espectáculo de danza VaconBacon (con Raúl Cantizano y Benito Jiménez), el disco de krautrock Voces del extremo (Con Pony Bravo) o RaVerdial, la particular visión de una forma festiva flamenca pasada por el tamiz del sintetizador y el video arte que presentó con abrumador éxito en el último Sónar con Los Voluble. En esa hiperactividad creativa –"como Scott Walker, pero sin su talento", bromea él-, fue invitado por el Festival d’ Avignon y lanzó también Sí a Miguel Hernández, un disco basado en poemas del poeta alicantino.

Imagen para la portada de 'Voces del extremo'.
Imagen para la portada de 'Voces del extremo'.

En su último concierto en la barcelonesa sala Apolo llevaba una camiseta en la que se leía: Barcelona mata. Tiene ese punto provocador y de activismo desde el humor inteligente. Hoy viste otra de la banda de los ochenta Grauzone y su mítico tema Eisbear. La época clásica pasó y la libertad creativa es total. En la conversación surgen Pepe Marchena, el techno de Detroit o el filósofo y escritor Paul B. Preciado. Es una esponja y podría parecer que el flamenco cada vez ocupa menos espacio en su trabajo. Lo ha dicho mucho, pero si se le pregunta, lo repite: no le interesan nada los nuevos estandartes del género como Arcángel o Miguel Poveda. “Yo me considero cantaor, pero es solo una parte de mí. A nivel estético sí me puedo alejar, pero el flamenco forma parte de lo que soy. No te puedes desprender de eso, como de una educación religiosa, un abuso o una paliza. Todo eso te acompaña. Y surge de una forma u otra”.

En su enorme voz y en su música hay ahora rastros de la experimentación sonora de Diamanda Galas, Fatima Miranda, Beñat Axiari o Blixa Bargeld. El cante flamenco se transforma a veces en ruido o en una especie de loop orgánico producido por la garganta y sincopado con la palma de la mano capaz de rebotar en distintas direcciones a la vez. En esos momentos, tanto en sus conciertos como en los que ha compartido con su amiga Rocío Márquez, es cuando algún autoproclamado guardián de las esencias flamencas se levanta del público ofendido y suelta algún rebuzno.

Me alejé antes del mundo del flamenco antes tener confrontación.  Ese mundo es irrenovable”

Y puede que tras ese portazo también se entienda mejor lo que hace, más cerca del arte contemporáneo que de un trabajo puramente discográfico. Más próximo a veces del spoken word o el beatboxing, que al cante jondo. “En realidad no son técnicas nuevas. Es un intento de imitar sonidos. Lo hice más desde un sentido empírico en sesiones de danza contemporánea, espacios de libertad donde vivir de otra forma la voz y el cuerpo. Puedo escuchar a Beñat y trasladarlo a mi cuerpo. A mí me gusta la aleatoriedad y contemporaneidad del canto. Depende de donde estés, tu cuerpo reacciona de una forma u otra”. Soleás, como señala su compañero y cerebro musical detrás de Voces del extremo, Daniel Alonso, ya ha cantado muchas.

Todo es política. No solo por las explícitas letras compuestas por distintos poetas de su último disco [“que os metan una gaviota por el culo”] o por rechazar un contrato para cantar en Las Ventas por su aversión a lo taurino. Lo es también por la actitud, por licenciar al margen de la SGAE, por la aplicación de la teoría queer en su trabajo o por el uso que hace del espacio y el cuerpo para desarrollar su propuesta. Pero sobre todo, por esa manera de trabajar desde la grieta, un lugar oculto en todos los sistemas: museos, festivales, instituciones políticas... Todos esos espacios, opina, poseen una fisura que escapa a la la lógica estéril del control. “Eso lo aprendí con Pedro G. Romero y la gente del activismo. En el mundo delirante que puede llegar a ser un sistema siempre hay espacios donde se puede trabajar desde la libertad. Pero hay que meterse ahí dentro".

De alguna manera, Voces del Extremo también funciona así. Un disco que le abrió las salas de pop y rock y le reservó un espacio en la portada de las revistas de culto del circuito musical independiente. Con él llegó la bendición de un público heterogéneo, los festivales y, aunque a él no le guste, las críticas que corrieron a buscarle parentesco con Omega, el disco que Enrique Morente dedicó al Poeta en Nueva York de García Lorca con Lagartija Nick. “Es por falta de escucha, de lo contrario a nadie se le ocurriría hacerlo. Pero creo que me acompañará mucho tiempo. Morente es un referente para mí, pero como Antonio Mairena, Pepe Marchena o Lebrijano. Es una fórmula preestablecida: rock y voz, igual a Morente y Omega. Joder, ¿y el pensamiento crítico? Es una pena que lo que hago se resuma así. Igual que lo de ‘vanguardia’ o ‘transgresión’. Yo no me muevo en esos códigos”. Ni en esos, ni probablemente en ningún otro que conociésemos.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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