La Transición transida
La obra traza con gracia un relato alternativo de cómo se gestó y desarrolló la llegada de la democracia

Los regímenes se suceden, el poder económico (luego el poder real) permanece en pocas manos: las mismas o parecidas. Tal podría ser la tesis subyacente a esta crónica satírica de la Transición, centrada en la figura de don Juan Carlos, interpretado con medido instinto bufo por Luis Bermejo, perito en muecas, que parodia al Monarca saliente sin caricaturizarlo, con una actitud tan respetuosa en el fondo para con la persona como cáustica con la institución y con el papel desempeñado. Alberto San Juan, autor y director de El Rey,orilla el relato oficial y unívoco sobre cómo se gestó y desarrolló el cambio de régimen para trazar otro relato, que bebe de fuentes críticas dispares pero coincidentes.
El Rey comienza con una escena muda del Monarca declinante (próxima a la estética del Escorial, de Ghelderode, más que a la de El rey se muere, de Ionesco), en la que Bermejo, con hipergestualidad calculada, recordará a quienes peinen alguna que otra cana el trabajo singularísimo de Albert Vidal en El bufón. Establecida la clave paródica, en las antípodas del tratamiento escénico hiperrealista que San Juan le imprimió a Ruz-Bárcenas, el montaje se adentra en una retrocesión, en la que el Monarca pasa revista a episodios cruciales de su vida, protagonizados por Don Juan, su padre; Franco, que lo eligió como sucesor; Millán-Astray, visitante; Alfonso Armada y Comyn, preparador de su ingreso en la Academia del Ejército de Tierra, y un sinfín de figuras históricas, delineadas en pocos trazos pero definitorios (y por lo general, con gracia) por Guillermo Toledo y por el propio San Juan.
Conforme el espectáculo avanza, la unidad de acción inicial se diluye y va dando paso a un friso de episodios diversos, en los que aparecen Adolfo Suárez, Felipe González, etcétera, que sitúan El Rey en la linde misma del cabaré político-literario. El público, ganado de antemano, se lo pasó pipa, con razón.
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