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El mundo patas arriba

'La puerta de los ángeles', de Fitzgerald, es un libro sencillo, que no simple. Para distinguir entre complejidad y complicación

Alumnos de Cambridge tras graduarse.
Alumnos de Cambridge tras graduarse.Paul Hackett

Cuando en el capítulo 5 de la Primera parte el profesor de Ciencias Fred Fairly llega angustiado a la rectoría donde vive su familia para comunicarle a su padre que la observación empírica le ha hecho perder la fe, se encuentra a las mujeres de su casa muy lejos de estas preocupaciones decimonónicas y masculinas: ellas están preparando pancartas de apoyo a las sufragistas de la WSPU, la organización feminista que reivindicó el voto femenino y que acabaría transformando el mundo.

El episodio no es sólo un guiño histórico o una pincelada de ambientación. Nada en La puerta de los ángeles (1990), octava novela de la inglesa Penelope Fitzgerald (1916-2000), es gratuito. Si las sufragistas hacen un cameo, es porque la novela trata del momento en el que las mujeres empiezan a colarse en esa fortaleza masculina que es el mundo occidental a principios del siglo XX.

Y no sólo las mujeres; también las fuerzas irracionales del inconsciente y una serie de fenómenos inexplicables para las leyes de la Física han empezado a carcomer el edificio racional del siglo XIX. La puerta de los ángeles sucede en ese momento, albores del siglo XX, cuando todo empieza a cambiar. De hecho, la primera imagen de la novela es una pradera de Cambridge donde el viento sopla con tanta fuerza que ha convertido “una ciudad universitaria consagrada a la lógica y la razón” en escenario absurdo: las copas de los sauces arrancados de raíz han caído sobre la hierba y confunden a las vacas, que, enloquecidas, embisten sus ramas y caen panza arriba.

Analogías como esta son frecuentes a lo largo de una novela que en realidad es un apólogo. El orden masculino, por ejemplo, lo representa un pequeño college, Los Ángeles, que como todas las instituciones se protege de los nuevos tiempos con un muro de costumbres y ceremonias. En esta fortaleza de la tradición las mujeres tienen prohibida la entrada y tampoco se permite que den clase profesores casados: Los Ángeles ha cerrado la puerta a lo femenino porque teme que su entrada tenga sobre el college el mismo efecto que el viento sobre las vacas de Cambridge. También ha cerrado la puerta a lo intangible y a lo inmensurable: Los Ángeles es un college de ciencias donde sólo tiene valor lo observable, pese a que su rector (ironía de la casa Fitzgerald) es ciego; una debilidad en la fortaleza de la razón, una puerta misteriosa en el muro de Los Ángeles, por la que se cuela lo casual, lo inesperado, lo accidental.

Casual, inesperado y accidental es que esas dos partículas elementales que protagonizan la novela, Daisy Saunders y Fred Fairly, choquen entre sí, perteneciendo como pertenecen a clases sociales tan diferentes. Daisy es una jovencita sin formación que sólo puede aspirar a un puesto de enfermera auxiliar; y Fred es un profesor universitario, cerrado como el college donde da clase a todo lo que no se pueda medir. Hasta que una mujer se cuela en su vida. Lo que siente por ella no se puede observar, pero es tan real que parece contradecir el principio racional de que el universo carece de intención. Al principio, parece un libro simple; pero luego uno descubre que en realidad es sencillo, y que esa sencillez es la cortesía en la que Fitzgerald envuelve una sofisticada red de recurrencias aparentemente casuales, por debajo de la cual discurre una poderosa corriente de sentido. Deberían leerlo todos los que confunden la complejidad con la complicación, y en particular los que abominan de la tercera persona y del planteamiento, nudo y desenlace.

La puerta de los ángeles. Penelope Fitzgerald. Traducción de Jon Bilbao. Impedimenta. Madrid, 2015. 231 págs. 20,95 euros.

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