La cosmovisión definitiva de Los Planetas
'Un buen día', un imaginario pop que trascendía con creces su rol como cima del indie patrio
La capacidad que tuvo Un buen día, segundo single extraído del álbum Unidad de desplazamiento (RCA/BMG Ariola, 2000), para conectar con el gran público, no se explica ni por la turgencia de su melodía ni por la explosividad (inexistente) de su estribillo. Tampoco se puede desentrañar desde los códigos genéricos más recurrentes que han manejado Jota, Florent y compañía a lo largo de sus más de dos décadas de carrera: ni por los enjambres de guitarras erizadas que certificaban el cordón umbilical que les unía al mejor pop indie anglosajón en sus primeros pasos, ni por su creciente pericia para orquestar tupidas atmósferas instrumentales, ni por ese renovado brío con el que blandieron su telúrico apego a las sonoridades del sur en su etapa de madurez. El hechizo de Un buen día no necesitaba nada de eso, porque sus claves tenían mucho más que ver con el poder de síntesis del lenguaje del pop cuando este embute, en poco más de tres minutos y apenas cinco estrofas, toda una filosofía de vida. La sublimación del fogonazo pop como herramienta para hacer que lo difícil parezca tremendamente fácil: condensar toda una cosmovisión en un puñado de palabras de dominio más que público, común y perfectamente digerible desde cualquier óptica. Apta para todos los públicos.
Tras la edición del inconmensurable Una semana en el motor de un autobús (RCA/BMG Ariola, 1998), Los Planetas ya no necesitaban demostrar su primacía como la banda más sólida de la generación indie hispana surgida a principios de los 90. Pero sí podían reivindicarse como eslabón ineludible dentro del mejor linaje rock español de toda la vida. Qué puedo hacer, Himno generacional #83, David y Claudia o La playa habían mostrado ya, sin coartadas coyunturales, esa velada aspiración por trascender más allá de los rigores de su quinta. Un filón que les situaba -sin duda- más cerca de 091 que de Felt o Spacemen 3. Pero ninguna como Un buen día había mostrado sus cartas de forma tan transparente, reafirmando todo un imaginario compartido: las heridas del desamor cauterizadas por la amistad (“nos hemos bajado a tomarnos unas cañas y me he reído con ellos”), los cómics (“unos tebeos de Spiderman que casi no recordaba”), las drogas (“y nos hemos metido cuatro millones de rayas”) y esa gran metáfora vital que es el fútbol, cifrada en la lectura del Marca, la lesión del niñato y aquel gol de Mendieta realmente increíble, cuyo destinatario aún no está meridianamente claro si fue el Atleti, el Barça o nadie en concreto. Y todo presidido por su proverbial cachaza sureña, como si la desidia slacker de los 90 hubiera tenido su eco en la calma chicha andaluza.
Un buen día no es el mejor tema de Los Planetas. Ni siquiera el más audaz. Pero su crónica de una jornada mundana y exuberante a la vez, con su glorificación de la cotidianidad, la convirtió en su himno más transversal. Aunque el peaje de las radiofórmulas convirtiera sus cuatro millones de rayas en “una lesión del de rayas”, quizá como concesión necesaria para esa quimérica revolución desde dentro del propio sistema que Jota pregonaba, y que tan candorosa puede sonar a quince años vista.
En cualquier caso, si hemos de convenir que el futuro solo puede escribirse desde la asunción del mejor pasado, nunca es tarde para volver a desenterrar sus propiedades. Que se lo pregunten si no al propio Gaizka Mendieta, fugaz testigo (y partícipe) de excepción en una de las tomas más recientes (y vibrantes) que los granadinos han resuelto sobre un escenario, la de la última edición del FIB. Quizá porque quince años tampoco son nada.
Babelia
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