El mayor fue el último y el mejor
Miguel Ángel Delgado cortó una oreja en la corrida final de la temporada en Sevilla
En el postrero festejo del año, el mayor fue el mejor; no el torero más veterano, no, sino el toro más viejo, el sexto, al que solo le faltaban dos meses para cumplir los seis años. Vamos, que si se suspende la corrida por causa de la lluvia, como anunciaban las previsiones -que no fue el caso, porque lució el sol- el animal hubiera quedado para los festejos callejeros.
Las Ramblas/Nazaré, Delgado, Fernández
Toros de Las Ramblas, correctos de presentación, mansos, descastados y sin clase; encastado el sexto.
Antonio Nazaré: estocada (silencio); dos pinchazos y estocada (silencio).
Miguel Ángel Delgado: estocada trasera y caída (ovación); estocada (oreja).
Esaú Fernández: estocada perpendicular y dos descabellos (silencio); pinchazo, casi entera y un descabello (ovación).
Plaza de la Maestranza. Corrida final de la temporada. 12 de octubre. Algo menos de media entrada.
En fin, que ese toro último de la temporada, con cara de veterano, se dejó torear con el capote, acudió con genio al caballo y embistió con casta y movilidad en la muleta de Esaú Fernández, quien no acabó de cogerle al aire y se entretuvo más en ponerse bonito que en mandar en la codicia de su oponente.
También el quinto permitió que Miguel Ángel Delgado se luciera en una emotiva tanda de largos naturales, pero su aguante fue muy corto, y como el torero lo tumbó de una buena estocada paseó la única oreja de la tarde que supo a poco, aunque fue bueno, porque el torero tiene gracia y empaque en el manejo de los engaños.
Y no hubo más; el resto de la corrida de Las Ramblas -cuatro toros habían cumplido los cinco años- careció de bravura, nobleza, clase y movilidad. Los toros cumplieron, es un decir, en el segundo tercio porque acudieron a los petos sin codicia y se empeñaron en derribar los caballos -hasta en cuatro ocasiones mordieron el albero el picador y el animal-, se dolieron en banderillas, lo que no impidió el lucimiento de Raúl Ruiz, Curro Robles, y, especialmente, Fernando Sánchez, y llegaron al final con un corto recorrido, deslucidos y con actitudes de brutos.
Paseó un trofeo Delgado, que fue a la postre el que mostró mejores maneras. Tiene gusto cuando maneja el capote, y se lució al recibir al quinto con airosas verónicas con una rodilla en tierra, según el quehacer del maestro Ordóñez. Inició la faena de muleta al rajado tercero con un par de pases cambiados por la espalda, y el animal no permitió nada más. Mejor ante el geniudo quinto, al que citó de lejos por naturales en cuanto sonaron los clarines y dibujó tres largos y hondos tras asentar las zapatillas en el suelo; insistió en otra tanda por el mismo lado, con menor enjundia, pero bien rematada con un molinete y un pase de pecho. No hubo más porque el poderío del toro quedó exprimido. Mató bien de una buena estocada y el generoso público lo premió con un trofeo que paseó con parsimonia.
Nada pudo hacer Esaú Fernández ante el sosísimo tercero y poco supo hacer ante el encastado y maduro sexto, que lo superó en todos los terrenos. Hubo muchos pases, pero destacó la movilidad y la codicia del animal por encima de la capacidad y profundidad del torero. A pesar de ello, si mata a la primera le corta la oreja, lo que hubiera sido tan injusto como definitorio de la preocupante generosidad del público sevillano.
El tercero, Antonio Nazaré, tuvo pocas opciones, porque su lote no le permitió confianza alguna; pero hay algo más: es un torero con actitudes y posibilidades, pero la imagen que trasmite es que le pueden las precauciones y le cuesta un mundo romperse y jugarse el tipo como cada ocasión requiere. Dibuja algún muletazo con calidad, pero el conjunto queda ayuno de esencia. En fin…
Y así se acabó lo que se daba. Las puertas de la Maestranza de Sevilla se han cerrado hasta la próxima primavera con la esperanza de que todo sea un poco mejor. Para eso no será necesario un gran esfuerzo.
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