El hambre española
Hasta hace unos años, la relación de los españoles con la desnutrición era la de ser algo lejano, exótico, un mal de otros, una ocasión para la caridad
Google atrasa. En España, por lo menos, Google atrasa: cuando el incauto —yo—precisa datos del hambre español y teclea, digamos, “hambre lucha España”, se encuentra con una serie de páginas para donar dinero —aquí, faltaba más— para ayudar a los hambrientos de Níger o de Bangladés. Hasta hace unos años, la relación de los españoles con el hambre era esa: algo lejano, exótico, un mal de otros, una ocasión para la caridad.
Ya no. La propia pobreza, el propio hambre, han vuelto a ser un tema del que los españoles hablan. Y que los españoles ven: imágenes que parecían tan ajenas como personas revolviendo las basuras ya empiezan a ser habituales en las calles de mi barrio. Y que demasiados españoles sufren: no se sabe cuántos, pero se entiende que miles y miles de chicos y grandes no comen suficiente. Españoles se preocupan, se avergüenzan y se resignan a saber: aumentó el hambre y aumentó sobre todo su espacio discursivo, su circulación, su “escuchabilidad”.
La malnutrición vienen de una alimentación precaria y es la zozobra de las familias que no saben si mañana conseguirán comida
Y sin embargo seguimos ignorando. Sabemos que, por supuesto, por fortuna, el hambre en España no es la desnutrición aguda de Sudán o Bihar; aquí son formas de la malnutrición que vienen de una alimentación precaria y es la zozobra de las familias que no saben si mañana conseguirán comida, porque no la pueden comprar, sino que deben esperarla de oenegés, parroquias, instituciones del Estado. Pero no sabemos cuántos son, quiénes, dónde.
Si Google atrasa es porque las instituciones españolas atrasan. No hay datos oficiales sobre el hambre —y esa carencia hace que la amenaza se vuelva más temible—. Pero el año pasado, cuando Cáritas, insospechable de cualquier subversión, presentó un informe sobre el aumento de la pobreza y la malnutrición en España, algún ministro los llamó mentirosos y dudó de sus propósitos. Y esta primavera, en las campañas electorales, más de una formación discutió soluciones para ese problema que, oficialmente, no parece existir.
Es difícil solucionar lo que no existe. Para intentarlo es preciso saber —realmente saber— cuántas personas en España no comen suficiente y, a partir de allí, crear políticas serias, agresivas. El hambre es, para quienes lo sufren, la forma más brutal de la miseria; para muchos otros es la evidencia de un retorno temible: cuando una amenaza que ya no lo era vuelve a serlo, cuando aquellos caminos que parecían de ida se muestran, descarnados, de ida y vuelta. •
Martín Caparrós es periodista y escritor argentino. Su último libro es el estudio El hambre (Anagrama, 2015).
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.