‘The Joshua Tree’, el asentamiento del mito
U2 construyó en 1987 su disco más melodramático y universal
Cuesta imaginar un disco en toda la historia del rock con un arranque tan majestuoso como el de The Joshua tree (1987). El álbum que condujo definitivamente a U2 a la estratosfera de la música popular acumula en estos 28 años unas cifras de vértigo: 25 millones de ejemplares vendidos, número 1 en 22 países, nueve semanas en lo más alto de la clasificación de Billboard, cinco millones de euros generados solo en derechos de autor… Pero más allá de ese aval estadístico queda el marchamo imborrable de las canciones. Y resulta difícil imaginar a un terrícola medianamente documentado que no pudiera tararear Where the streets have no name, I still haven’t found what I’m looking for y With or without you, tres hitos consecutivos de la épica y el melodrama que aún hoy, y a buen seguro por muchas generaciones, conservan intacta su crepitante vigencia.
Había mucha más chicha en los ocho cortes restantes del trabajo, ya lo advertimos, y hasta en la nutrida nómina de caras B que florecieron durante la época (entre ellas, y por aquello de barrer para casa, la excelente Spanish eyes). Pero The Joshua tree, que se fraguó entre noviembre de 1985 y enero de 1987, supo condensar en sus 50 minutos la fascinación de aquellos cuatro veinteañeros por la América más poética, desolada y espectral. Aquel territorio de incertidumbres, no muy alejado del Nebraska de Bruce Springsteen, que Anton Corbijn supo capturar en esa portada icónica en el desierto californiano de Mojave. Fotografiados con el semblante cariacontecido, los irlandeses envolvían en blanco y negro sus canciones más orgánicas y temperamentales. Era evidente que a Bono le había cundido tanto su inmersión en la literatura estadounidense -desde Flannery O’Connor o Walker Percy a Bukowski y Raymond Carver- como su viaje en julio de 1986 a Nicaragua y El Salvador, una traumática experiencia centroamericana que inspiraría dos de las piezas más doloridas del álbum, la furibunda Bullet the blue sky y la acongojada Mothers of the disappeared.
Durante muchos meses, The Joshua tree creció con el título provisional de The two Americas y la hipótesis de que acabara convirtiéndose en un disco doble. La banda había decidido repetir con Brian Eno y Daniel Lanois como exquisito tándem de productores, igual que en The unforgettable fire (1984), pero esta vez con el firme propósito de que la experimentación sonora no prevaleciera sobre un puñado de canciones directas, emocionales y bien definidas. Bono acababa de conocer a Bob Dylan y este le hizo notar la importancia de las raíces musicales estadounidenses, en particular el blues y el country, dos géneros que un dublinés amamantado en los años del punk apenas había olido. La incorporación de Flood como ingeniero de sonido afianzó la apuesta por texturas crudas y naturales, justo en un momento en que el apogeo digital propiciaba discos de sonido tan sofisticado como Tango in the night (Fleetwood Mac) o Cloud nine (George Harrison), dos de los lanzamientos más exitosos de aquella misma temporada.
The Joshua tree acabó superándolos a todos a golpe de carnalidad y sentimiento. El que trasluce Where the streets…, una pieza de construcción tan compleja (cambios de compás, la narcótica Infinite Guitar de The Edge, un insólito prefacio instrumental de 107 segundos) que ocupó el 40 por ciento de las sesiones de grabación. El que convirtió Where the streets… en un góspel adictivo a partir de una melodía inspirada en Patti Smith. El que animó a Bono a escribir One tree hill en memoria de su amigo y asistente Greg Carroll, fallecido en accidente de moto. Nunca un disco tan sombrío resultó al tiempo tan universal. El asentamiento de U2 como mito del rock era ya incontestable.
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