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Feria de Málaga

La torería equina

Finalizó la feria malagueña con un soso festejo de rejoneo en el que se cortaron tres orejas

Antonio Lorca

El reloj marcaba las nueve menos diez de la noche -la corrida había comenzado a las siete- cuando Hermoso de Mendoza sacó al caballo Disparate y cambió el semblante del festejo. Claro que este animal es un espectáculo en sí mismo y verlo moverse como un torero de a pie por el ruedo es admirable. Sus andares son un monumento al temple y torea con verdadero sentimiento. Salió después Pirata, y un espectacular par de banderillas cortas a dos manos precedieron a una irregular forma de matar, lo que no impidió que el público solicitara la oreja para el caballero navarro. El mérito fue del rejoneador, claro está, pero el que levantó el festejo fue Disparate.

Media hora más tarde fue el turno de Verdi, un tordo lusitano, que monta Leonardo Hernández, y se crece, como torero que es, delante del toro. Su especialidad, y la ejecuta de forma extraordinaria, es el quiebro en el tercio de banderillas. Recula sobre el diámetro de la plaza con suma elegancia, reta desde lejos a su oponente y se acerca en línea recta a su jurisdicción hasta que rompe la geometría a escasa distancia del encuentro final y permite que su caballero se luzca mientras él sale a galope, todo jactancioso, como si hubiera rematado una templada tanda de naturales.

Disparate y Verdi son dos toreros consagrados; no es que sus compañeros no lo sean, que lo son, pero esta es una pareja de artistas, y entre ambos levantaron un festejo que se despeñaba irremediablemente por la pendiente del aburrimiento.

Nadie puede poner en duda a estas alturas la categoría de Fermín Bohórquez, Hermoso de Mendoza y Leonardo Hernández. Los tres dominan la técnica y los trucos del rejoneo y poseen cuadras de auténtica categoría. Pero lo que no pueden controlar es la emoción que requiere el espectáculo.

Bohórquez/Bohórquez, Hermoso, Hernández

Toros despuntados para rejoneo de Fermín Bohórquez, bien presentados, mansos, descastados y nobles.

Fermín Bohórquez: dos pinchazos y rejón atravesado (ovación); tres pinchazos y un descabello (ovación).

Hermoso de Mendoza: dos pinchazos y rejón en dos tiempos (silencio); dos pinchazos y rejón en lo alto (oreja).

Leonardo Hernández: bajonazo y un descabello (oreja); pinchazo y rejón bajo (oreja).

Plaza de La Malagueta. 23 de agosto. Séptima y última corrida de feria. Casi tres cuartos de entrada.

Esa condición depende en buena parte del toro; y el toro diseñado para el rejoneo actual -entre ellos, los de Fermín Bohórquez lidiados en Málaga- acusan una excesiva mansedumbre y falta de casta, de modo que la lidia es una lucha muy desigual de un caballero experto y un caballo torero frente a un animal disminuido de pitones, blando de remos y de buen carácter con el que juegan a placer sin más objetivo que clavar rejones y garapullos. Es decir, falta la sensación de riesgo, que es condición indispensable para la emoción.

Así, Fermín Bohórquez se despidió de Málaga con una actuación discreta, técnica y fría. Quizá, es un caballero de un tiempo ya pasado y le cuesta un mundo interesar a los tendidos. Únase a ello la desgana de sus toros y el balance resultante deja pocos detalles para el recuerdo.

Hermoso es un maestro consagrado y, en consecuencia, interesa menos cuando sus oponentes son toros desvalidos. Además de Disparate, destacó a lomos de Berlín y Viriato, pero pasó de puntillas.

Y Hernández cortó una oreja en cada toro porque derrochó la ilusión y la fortaleza que deben caracterizar a los jóvenes.

A pesar de todo, al festejo le faltó algo; toros, sin ir más lejos, porque toreros los hubo, en especial los de cuatro patas.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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