Ese “no sé qué” del Sonorama
El festival arandino se despidió con un reto difícil: ser mejor el año que viene
Lo van a tener complicado, mucho. Cuando el Sonorama creía que había acumulado datos récord, llegó su edición 18 y rebasó su propio techo. Más de 50.000 personas cruzaron las puertas del recinto ferial de Aranda de Duero durante los cuatro días que duró el festival. Pero no solo en cabezas se cuenta el éxito.
Conciertos espectaculares como el de Estrella Morente, que dejó boquiabierto a un público (por lo general) no habituado al flamenco, el estallido que provocó Vetusta Morla el sábado por la noche ante un espacio que desbordaba todos los límites del escenario, la energía de Zahara, que bajó a bailar al foso; la consolidación de La M.O.D.A. como ocupante del escenario nocturno o de Correos... De cada hora que duró el festival alguien dirá que fue "absolutamente brutal", como definió la de Monarchy un murciano con la mochila a cuestas y ganas de ver a Ultraido.
Dicen los fieles sonoritos - sonorámicos (aún no tienen gentilicio fijo) que "la vida es lo que pasa entre Sonorama y Sonorama" y que flota en el aire "ese no sé qué" que lo hace especial. Para el resto será una afirmación exagerada, pero lo que ocurrió el sábado en la plaza del Trigo se acercó mucho al paraíso de los amantes indies.
Alrededor de las 15.15, el escenario era una fortaleza imposible de traspasar. Sobre él, nombres de los que levantan auditorios poniendo voz a canciones de otros míticos en ese sonido: Pucho, de Vetusta Morla cantó por León Benavente, Ser brigada; Zahara eligió Que no, de Deluxe; después subió Xoel López para hacer el Turnedo de Iván Ferreiro; Smile is band tocó versión de On my mind, de The Sunday Drivers; Ángel Stanich hizo su propia Mi realidad, de Lori Meyers y Marc, de Sidonie, puso el broche final a un rugido continuado durante esa media hora con el John Boy de Love of Lesbian.
Lo sentenció Vetusta Morla con su canción final, Los días raros: "Nos quedan muchos más regalos por abrir". Será el año que viene.
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