Gafas de sol
Si tuviese que elegir un solo objeto, porque sin él no existirían los veranos, y la vida sería un poco más horrible, elegiría las gafas de sol. ¿Qué hay más bello, profundo y sofisticado? A través de ellas el mundo se vuelve insignificante, y tú —es un misterio, pero ocurre— infinitamente más poderoso. Te hacen creer que eres inexpugnable. Aglutinan tantas evocaciones que podrías redactar tu autobiografía sólo recordando todas las que has tenido en cada etapa de tu vida. En tus gafas de sol están escritos tus veranos, con sus tramas y metáforas: las fiestas, el sexo, las resacas, el desamor, los coches, los bares, los entierros, las lecturas en la playa, las canciones favoritas…
En secreto, sabemos que no usamos las gafas porque el sol nos moleste, sino porque la oscuridad nos hace bien, como a Audrey Hepburn frente a Tiffany’s, cuando al amanecer saca un bollo y un café de una bolsa y mira con nostalgia los diamantes del escaparate, tras unas oscuras y enormes Oliver Goldsmith, de las que aún vivimos enamorados.
Al usar gafas se construye un anonimato que impide el paso de la atroz realidad. No son unas simples gafas, sino instrucciones para guiarse por los días soleados y hoscos. Te agrada pensar que no necesitas nada más que unos cristales oscuros para sobrevivir a las adversidades que arrastra el verano. En 1943 Life publicó una foto de William Faulkner en la que posaba medio desnudo, a pleno sol, con su máquina de escribir. Fumaba y vestía pantalones cortos y calcetines de invierno, y, por supuesto, llevaba puestas unas gafas de sol. Tenía lo imprescindible para dedicarse a la literatura. Cualquier elemento añadido sería ornamental y fatuo.
Si uno puede enamorarse de un objeto, ese objeto son unas gafas de sol, llenas de secretos, y capaces de volverte invisible. El verano comienza cuando después de varios meses de cielos nublados y lluvias, un día sale el sol y te pones tus Ray-Ban. Qué importa que sea abril. Amas lo que te hacen sentir. Son sencillas, pero intrigantes. Irradian poder y felicidad. Atraen. Las llevarías puestas siempre. En especial los días helados y grises, sin sol. En el fondo, también son ropa de abrigo. Le llaman gafas de sol, pero son para la lluvia, y para la noche, y para la biblioteca... Si no te importase que te mirasen como a un imbécil, dormirías, irías a misa, follarías con gafas de sol, y el día de tu entierro, en el ataúd, llevarías unas Wayfarer.
Babelia
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